Hoja Parroquial

Pascua 5 – B | La rama y el árbol | IQC2021

Domingo, 2 de mayo del 2021

No todo puede rama en el árbol

rama y árbol

Un árbol es más que un conjunto de ramas. Las ramas dan visibilidad al árbol, pero el árbol necesita del tronco que es el que hunde sus raíces en la tierra. Sin tronco no hay ramas. Sin tronco no hay sabia ni vida. Sin tronco no hay árbol. Cortas las ramas, pero mientras sigue el tronco siempre habrá árbol. La vida de las ramas depende de la vida del tronco. Incluso si cortas todas las ramas, el tronco hará brotar otras.

Cuando Jesús quiso expresar su relación vital con los creyentes y cuando quiso expresar el modo de ser de la Iglesia, utilizó esta misma imagen. Sólo que Jesús no habló de un árbol, sino de una vid, que en el fondo viene a decir lo mismo.

Lo primero que dijo fue que nosotros éramos “ramas”, “sarmientos”. No nos dijo que nosotros fuésemos el tronco de la vid ni el tronco del árbol, nos puso en la condición de “sarmientos y ramas”. Pero con ello dijo algo bien claro: “El tronco soy yo”. “Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos”. “Y mi Padre es el labrador”, el dueño de la viña y de la vid y de los sarmientos.

El tronco es el que retransmite la sabia y la vida. El tronco es el que da consistencia al árbol y a la vid. El tronco es el que da consistencia y resistencia a los embates del viento y la lluvia. Mientras haya un tronco fuerte, tendremos unas ramas consistentes. Si el tronco se debilita, las ramas se doblan porque el tronco no aguanta el peso.

En la vida necesitamos de algo que nos dé consistencia. No todo puede ser relativo. En la vida se necesitan ideas claves que nos afirmen en la verdad. No todo puede ser puro relativismo.

Se puede secar una que otra rama, pero el tronco ahí sigue dando vida al árbol. Se puede secar un sarmiento, pero ahí sigue la cepa de la vid. En la Iglesia se puede secar éste o aquel de sus miembros, pero ahí sigue firme en el tronco que es Jesús. La Iglesia puede verse sacudida por muchos vientos y tempestades, pero ahí sigue firme apoyada en su tronco que es Jesús.

No podemos cambiar las cosas. No podemos convertirnos nosotros en el tronco de la Iglesia. Nadie tiene ese derecho. A todos los miembros de la Iglesia les corresponde ser sarmientos. La cepa, el tronco será siempre Jesús. Ni Él suplanta a las ramas, ni las ramas, por grandes que seamos, podemos suplantarlo. Cada uno en su lugar. No es el tronco de las ramas, sino las ramas del tronco. Dejémosle que Él sea nuestro tronco, nuestra vid. Nosotros seamos sus frondosas ramas, sus sarmientos cargados de racimos. Los racimos brotan de las ramas, pero las ramas brotan del tronco.

La difícil tarea de podar y arrancar

podar y arrancar

Podar parece algo muy sencillo y fácil; sin embargo, para poder hacerlo hay que saber. Hay que saber discernir cuáles son los sarmientos inútiles y cuáles son los necesarios y útiles. Pero más difícil es todavía la tarea de “arrancar”, es decir, extirpar de raíz.

Jesús nos dice que “a todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca” y “a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto”. ¿Quién es el que arranca y quién es el que poda? Para Jesús es el “Padre” que es “el labrador”.

Si el “podar” requiere una técnica y un discernimiento en el Espíritu, con mucha más razón el “arrancar” o extirpar. Para arrancar hay que pensarlo muchas veces. No se puede arrancar a alguien por simple capricho, ni llevado de una emoción pasajera.

Con frecuencia, nosotros solemos tener más vocación de “arrancar” que de “podar”. Con suma facilidad decidimos quiénes deben formar la Iglesia, quiénes deben quedarse en la Iglesia y quiénes debieran ser excluidos de la Iglesia, quiénes son los que dan fruto y quiénes no lo dan. Además, de ordinario, decidimos la suerte de los demás, no tanto por su arraigo en Jesús, sino por su relación con nosotros. “Esos no son de los nuestros”. “Esos son de avanzada peligrosa”. “Esos son unos retrógrados, que son una rémora para la Iglesia”.

Pero nos estamos olvidando de algo fundamental. El único que decide “el cortar” y el “podar” es el Padre, el verdadero “labrador” de la viña y de la Iglesia. Es posible que nosotros estemos echando de la Iglesia a quienes el Padre quiere que sigan en la Iglesia. Además, es posible que nosotros queramos que sigan aún aquellos a quienes el Padre quisiera fuera.

¿Alguien se atreve a juzgar y condenar a alguien? ¿Alguien se atreve a decir quiénes sí y quiénes no?

Comulgar con Él y con los hermanos

Eucaristía y Jesús

Se dice que Pascal, en sus últimos días, estando ya gravemente enfermo, pidió la Comunión, sus familiares se resistieron, no lo creían conveniente, no le veían sentido. Entonces, Pascal pidió que se diera hospitalidad en su habitación a un menesteroso y rogó que se le prodigasen las mismas atenciones que a él, diciendo: “Ya que no puedo comulgar con la cabeza, desearía por lo menos comulgar con sus miembros”.

Hay quienes no ven el sentido de comulgar. Es que tampoco ven la necesidad de la comunión de vida con Jesús. Además, un hombre de la categoría de Pascual, ¿qué necesidad tiene de Jesús? Los grandes hombres sienten verdadera necesidad de Él, pero Pascal entendía que comulgar con Jesús era comulgar también con los hermanos más pequeños.

Por eso, cuando le niegan la posibilidad de comulgar con la cabeza, pide la comunión con uno de sus miembros menesterosos, es que comulgar con Cristo es comulgar con el hermano. Comulgar con el hermano es comulgar con Cristo.

San Pablo lo había dicho mucho antes: “Todos formamos un solo cuerpo” y del cual todos somos miembros.

Permanecer en Cristo es también permanecer en el hermano. Las ramas son todas distintas, pero todas tienen la misma vida del tronco, todas forman el mismo árbol. “Lo que hagáis a uno de estos mis pequeños a mí me lo habéis hecho”.

Entre la cabeza y el corazón

razón y corazón

Con frecuencia, la suerte de nuestra fe se juega entre la cabeza y el corazón. Eric Emmanuel Schmitt es el autor de la obra de teatro “El Visitante”, se trata de ahondar en el corazón del psicoanalista Freud. En un momento difícil, cuando su hija Ana es llevada por la Gestapo, Freud se siente sorprendido por un visitante que le dice que es Dios. Después de un largo diálogo, Freud siente una lucha interior, su corazón le habla de la necesidad de Dios, pero su cabeza se opone. “No creo en Dios porque todo en mí está predispuesto a creer en él. No creo en Dios porque desearía creer en él. No creo en Dios porque sería demasiado feliz si creyera en él”.

Curioso, el hombre siente necesidad de Dios, pero el intelectual se resiste a los llamados del corazón. Se establece una lucha profunda entre la razón y el grito del corazón que, en el fondo, es la lucha que cada uno llevamos dentro: creyentes y ateos. El corazón quiere creer, pero el orgullo y la autosuficiencia de la razón se resiste. Preferimos las ideas a la vida. Sentimos que le necesitamos y que, incluso, hasta seríamos demasiado felices creyendo en él, pero preferimos escuchar la vanidad de nuestras ideas a los gritos del corazón. No es fácil hacerse famoso por sus ideas y teorías y luego escuchar los latidos del corazón y la vida. El personaje triunfa sobre la persona.

Es posible que en muchos que se dicen “ateos” se dé este curioso fenómeno: “Una mente atea y un corazón creyente”. Es decir, mitad ateo y mitad creyente. Esto hasta el punto de que en todo creyente se escuchen voces ateas, y en todo ateo se escuchen gritos de un creyente. ¿Quieres escuchar por un momento lo que dice tu corazón?

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