Domingo, 25 de abril del 2021
“Tengo otras ovejas que no son de este redil”
Yo soy el buen pastor
El buen Pastor no es aquel que se encierra con su pequeño rebaño y se olvida del resto de ovejas que andan dispersas y a la deriva. Un criterio esencial y fundamental para destacar la verdadera misión de la Iglesia y de los pastores hoy.
La experiencia nos dice que estamos más preocupados por los que “ya estamos dentro”, que por los que “aún están fuera”. A los de fuera los consideramos como si “no fueran de los nuestros”, y que, por tanto, carecen de importancia para nosotros. Los que interesan son los de dentro, los de fuera ya verán cómo se las arreglan.
El Evangelio plantea hoy un serio problema a las comunidades cristianas, a las Parroquias, a las Diócesis, la Iglesia entera. ¿Qué estamos haciendo con aquellos que aún están fuera? ¿Cuál es nuestra verdadera preocupación por ellos? Una pregunta que hoy el Evangelio nos obligará a hacernos todos: ¿cómo está organizada nuestra Iglesia? ¿Para atender a los que ya están dentro o para llegar a los que están fuera?
La Iglesia no es para vivir tranquila con los que ya están en el redil. La Iglesia ha sido instituida por Jesús no para los de dentro, sino para los de fuera. “Id por el mundo entero y anunciad la Buena Noticia”. San Pablo lo entendió estupendamente. Primero comenzó por descubrir que su vocación misionera no era para atender a los judíos convertidos, sino para dedicarse a los gentiles y su vida la pasó predicando a los gentiles. Allí formaba pequeñas comunidades. Las atendía uno o dos años y una vez que las consideraba más o menos estables, las dejaba y él se iba a abrir nuevos caminos y a fundar nuevas comunidades.
Hoy la inmensa mayoría de la Iglesia nos dedicamos a recalentar la fe de los que ya están en ella. Nuestras comunidades ven la apertura misionera como algo opcional, para alguien que se sienta inspirado. Pero, eso sí, sin que luego carezcan de nada. Comunidades que están cayendo en el facilismo, en la comodidad y que no están dispuestas a compartir con los que no tienen nada o tienen demasiado poco. La expresión de Jesús es bien clara: “Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer”. La Iglesia tiene que preocuparse por los de dentro, está claro; pero su verdadera preocupación debe ser por los que están fuera. Hay que preocuparse por los que vienen a misa, evidente. ¿Quién se preocupa por los que no vienen?
La vocación bautismal
bautismo y fe
Todos somos unos “vocacionados”. Todos hemos sido “llamados”. Todos hemos sentido una misma llamada: la llamada bautismal. La llamada a una misma fe, a una misma Iglesia, a una misma misión. Esta primera vocación es común a todos los miembros de la Iglesia, desde el Papa al último cristiano bautizado.
Esta vocación está en la base de nuestro ser cristiano, es la que nos configura como cristianos y seguidores de Jesús. Por eso, nuestra primera conciencia vocacional tiene que ser la de “bautizados”. El bautismo es el que nos da el “ser cristiano”, es el que nos configura a todos “como hijos de Dios y hermanos” entre nosotros, es el que nos hace “ser y sentirnos Iglesia”. Vivir conscientemente nuestro bautismo implica, por tanto:
Nuestra identidad de cristianos y creyentes.
Nuestra misión universal de anunciadores del Evangelio.
Las demás vocacione, no pasan de ser modulaciones, expresiones concretas de esta vocación fundamental. Sin esta conciencia bautismal, las demás vocaciones carecen de sentido y carecen de base. A mayor conciencia de nuestro bautismo, mayor conciencia de ser Iglesia y mayor conciencia de respuesta a los diversos estilos de vivir el bautismo. Nadie entenderá la vocación cristiana al matrimonio, si antes no ha descubierto su vocación bautismal. Nadie entenderá la vocación a la vida religiosa o sacerdotal, sin esta conciencia bautismLasal de su vida.
Las distintas vocaciones
mi vocación
La vocación bautismal está llamada a ser vivida de distintas maneras en la Iglesia. En la Iglesia hay una vocación común y universal y hay un pluralismo de vocaciones, o caminos de vivir nuestro bautismo.
Toda vocación es una llamada. Siempre es Dios quien llama.
Por tanto, responder a las distintas vocaciones, no es ni cuestión de gustos, ni de preferencias, es sencillamente responder a la llamada de Dios en nuestras vidas.
Todas estas vocaciones particulares solemos llamarlas “carismas”, “dones” de Dios a determinadas personas, para servicios especiales, necesarios para la realización de la Iglesia.
Por eso mismo, si bien toda vocación indica un fino detalle de Dios para con éste o aquel llamado, toda vocación tiene el carácter de “servicio a la comunidad”, de “servicio al Evangelio”. De ahí que cada vocación implica “una llamada y una misión”. Cuando Dios llama nos encomienda un quehacer, un servicio, una misión a realizar. Dios no nos llama para que seamos “más buenos”, ni “más santos”, sino para que pongamos nuestras vidas al servicio del Evangelio en la Iglesia. La llamada a la santidad nace del Bautismo. El ejercicio de la misión será “una exigencia más” a vivir en coherencia bautismal. Las verdaderas raíces de la santidad son raíces bautismales.
Hoy se suele hablar mucho de la “falta de vocaciones”. La expresión me parece equivocada porque pudiera significar que “Dios no llama hoy”. Y eso es falso. Tal vez debiéramos decir que hoy sufrimos una “falta de respuestas”, lo que en el fondo vendría a significar que la misma vocación bautismal está un tanto apagada en nuestros corazones.
¡Gracias, Señor!
agradecer a Dios
Porque me has llamado,
¡Gracias, Señor!
Porque te he dicho sí,
¡Gracias, Señor!
Porque he puesto mi vida a tu servicio,
¡Gracias, Señor!
Porque muchos te han encontrado,
¡Gracias, Señor!
Porque te has fiado de mí,
¡Gracias, Señor!
Porque me fié de ti,
¡Gracias, Señor!
Porque creíste en mí,
¡Gracias, Señor!
Porque creí en ti,
¡Gracias, Señor!
Porque pusiste tu esperanza en mí,
¡Gracias, Señor!
Porque puse mi esperanza en ti,
¡Gracias, Señor!
Porque juntos hemos hecho el mismo camino,
¡Gracias, Señor!