Domingo, 16 de octubre del 2022
¿Por qué orar siempre?
orar con insistencia
Hay preguntas que no debiéramos hacerlas. Por ejemplo: ¿alguien tiene que preguntar por qué tenemos que respirar constantemente, sin interrupción? Cualquiera le respondería que si no respira se muere.
Algo parecido sucede con la oración. ¿Y por qué tenemos que orar constantemente? La respuesta es clara: “Porque si no oramos, no respiramos. Y nos morimos”. Hay cosas que está bien hacerlas, pero si no las hacemos no pasada nada. Echarnos un traguito puede estar bien, pero si no lo hacemos, no pasa nada. Irnos a la playa es algo que está bien, pero si no vamos, ¿sucede algo? Pero hay cosas que no podemos dejar de hacerlas.
Esto lo entendió muy bien el filósofo existencialista Kierkegaard, cuando en su Diario escribe: “Con toda razón decían los antiguos que rezar es respirar. Aquí se ve lo estúpido que resulta querer hablar de un porqué. ¿Por qué respiro yo? ¡Porque en caso contrario moriría! Y lo mismo con la oración”.
Comentando esta frase del filósofo danés, alguien hizo este comentario: “El no rezar no es, pues, una actividad solamente litúrgica, no nace solamente del regazo de la fe, sino que aflora del Adán universal, de su propio existir y pensar”. Es decir, la oración es algo connatural al hombre mismo; no solo al creyente, sino a todo hombre.
Y dando un paso más el místico judío J.A. Heschel, escribía: “Rezar es la gran recompensa de ser hombre”. No que el rezar sea una obligación, es un don, una gracia, una posibilidad que se nos concede por el hecho mismo de ser hombre. Jesús hoy con toda claridad les “explica a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse…”. El hecho de respirar no es algo que hacemos por la mañana y nos olvidamos hasta la noche, o que hacemos hoy y esperamos al próximo domingo. La respiración es continua y constante en nuestras vidas. Sólo así podemos vivir; de lo contrario, nos morimos. Con la oración nos sucede algo parecido. La oración es la respiración del alma, es la oxigenación de nuestro espíritu. Si no oramos, nuestro espíritu se asfixia y muere.
¿Pueden orar los que no creen?
rezar sin creer
Es cierto que la oración para ser auténtica y cristiana tiene que nacer de la experiencia de la fe. ¿Y los que no creen? ¿Pueden también ellos orar?
No siempre la negación racional de Dios coincide con los sentimientos profundos del corazón. Cuando se pregunta a un ateo si ora, entra en cierta conflictividad consigo mismo, porque se topa con sentimientos encontrados. Hay demasiados momentos en sus vidas en los que sienten un grito dentro de su corazón a alguien que ellos denominan “alguien desconocido”, “alguien que no sabemos quién es”. O como se expresaba Simone Weil en Cuaderno IV: “Rezar a Dios, no solo en secreto respecto de los hombres, sino pensando que Dios no existe”.
¿Qué sentido tiene rezar a Dios si Dios no existe? Entonces, en el fondo del ser, se escucha una voz secreta que dice: “por si existes”. No sé si existe Dios, pero en caso de que existiese, aunque yo no creo que exista, yo acudo a él. Un ateo confesaba en una conferencia que él no creía, pero que siempre le quedaba la duda. Su ateísmo quería ser reafirmado por su inteligencia, pero sentía que siempre quedaba una rendija ahí dentro que le creaba sus inseguridades.
Por eso, si bien la oración es la expresión profunda de la fe en Dios, también puede darse esa otra oración de “por si existiese, a pesar de mi ateísmo”. De ahí que, la oración no es privilegio de solo creyentes, también derecho de los que no creen. Reconozcamos que también los ateos oran y muchos a través de esa oración “pensando que Dios no existe”, terminan cayendo en las manos de la fe.
Si tienes alguien a tu lado que dice “ser ateo” ora con él. Ora al Dios en quien no cree, pero por si tal vez existiese. Que Dios también escucha esa oración.
“La bienaventuranza de la oración”
dichoso el que ora
“Dichosos los que han recibido el don de oración”.
El don de la oración no es algo que se vende y compra.
El don de la oración es una gracia de Dios.
Es algo que Dios nos concede por el Espíritu Santo.
Nosotros no sabemos orar.
El Espíritu Santo es el maestro que nos enseña a orar.
La verdadera oración no nace precisamente de nuestras necesidades.
Nace de la experiencia del Espíritu Santo en nosotros.
Al fin sabemos que:
No somos nosotros quienes oramos.
Sino que es el Espíritu el que ora en nosotros.
“Señor enséñanos a orar”
Dinos tú mismo cómo hemos de orar.
Pon tú en nuestro corazón las palabras que hemos de decir.
Pon tú en nuestro corazón los sentimientos que hemos de tener.
Pon tú en nuestro corazón la confianza que necesitamos.
Pon tú en nuestro corazón la actitud filial que requiere la oración.
“Dichosos los que han recibido el don de oración”.
Esa gracia de la comunicación filial con Dios.
Esa gracia de la comunión de corazones con Dios.
Esa gracia de la intimidad con Dios.
Lo sabemos, Señor:
Orar, no es cuestión de esfuerzos mentales.
Orar, no es cuestión de gastarnos los codos.
Orar, no es cuestión de simple voluntarismo.
Orar, es cuestión de gracia, de caridad, de amistad.
Orar, es cuestión de dejarnos llevar por el Espíritu.
Claro que se puede
todo se puede
Día 19 de enero del 2004. Todos los periódicos deportivos se hacen eco del triunfo de Joan Roma en la Paris Dakar en motocicleta. Lo del triunfo sería lo de menos si no fuese el final de toda una historia. Me permito copiar la noticia dada por la Agencia Efe: “Siempre tuvo mala suerte en este rally que lo corre desde 1995. Su mejor resultado fue el lugar 17 en el 2000, cuando era líder y a dos días del final rompió el motor de su KTM.
En 1996 y 1997 se tuvo que retirar. En 1996 era líder, pero se accidentó; perdió incluso el conocimiento. En 1997 se fracturó tres costillas y se luxó un hombro. En 1998 la causa de su abandono fue una avería y un año después recibió un golpe con una piedra lanzada por la moto de Jordi Arcarons, paradójicamente, ahora el jefe de su equipo, que le fracturó un pulgar.
El año 2000, a dos días de la final, rompió el motor de su KTM. Los dos siguientes ediciones se saldaron de la misma forma, con sendas caídas. Joan era lemas veloz pero nunca ganaba”. Por fin le llegó la gloria el domingo, 18 de enero del 2004, que pudo alzarse con el trofeo en Dakar.”
La verdad que, uno no sabe qué admirar más en Joan, si su capacidad y tenacidad ante la desgracia o su voluntad de éxito. Uno no sabe si felicitarle por su triunfo en tan difícil competencia o felicitarle por su capacidad de voluntad, por su resistencia a la desgracia.
Estar a punto de ganar y la víspera se le rompe el motor. Estar oliendo ya los honores del triunfo y fracturarse tres costillas y luxarse un hombro. Estar ya tocando con la mano el éxito y una piedra que lo saca de competencia.
Cualquiera pudiera pensar que “le han hecho un daño”, para impedirle el triunfo. Cualquiera se desalentaría y colgaría la moto. Pero Joan Roma vivía de una ilusión, se alimentaba de una esperanza. Y siguió hasta que lo consiguió.
Muchos héroes se quedan ante el primer obstáculo.
Muchos triunfos se renuncian ante la primera dificultad.
Muchos éxitos se mueren ante el primer fracaso.