Hoja Parroquial

Domingo 30 – C | Virtud y soberbia

Domingo, 23 de octubre del 2022

Cuando la virtud infla, engorda y divide

orgullo y soberbia

El Evangelio de hoy comienza con una frase peligrosa: “algunos que, teniéndose por justos…”, ”se sentían seguros de sí mismos”, y “despreciaban a los demás”. El marco de la parábola grafica muy bien ciertas situaciones del corazón humano que resultan todo un peligro para nosotros y para los demás.

“Teniéndose por justos”. No es lo mismo “ser justo” que “tenerse por justo”. No es igual “ser poeta” que “tenerse por poeta”. Con frecuencia podemos tener una imagen de nosotros que no responde a nuestra realidad porque no es igual “que uno se tenga por bueno” a que realmente “sea bueno”. Se trata de una manera de auto engañarnos, una manera disimulada de mentirnos a nosotros mismos. Porque tampoco es lo mismo “tenerme por bueno a que los otros me vean como bueno”. No es igual tenerse por guapo a ser guapo. Son los demás los que han de decirnos lo que somos.

“Se sentían seguros de sí mismos”. La falsa virtud crea en nosotros una falsa autosuficiencia. Como nos sentimos buenos, ya no necesitamos de nadie. Nos bastamos a nosotros mismos. A veces nos sentimos tan buenos que casi no necesitamos de Dios. Más bien terminamos que es Él quien nos necesita a nosotros.

“Despreciaban a los demás”. Es el final del camino. Nos sentimos tan buenos y tan superiores al resto que terminamos por despreciar a todos. Nos sentimos con todos los derechos porque “nosotros somos buenos”. Nos sentimos con derecho a exigirle al mismo Dios que nos atienda. ¡Por algo somos buenos!

La falsa virtud, o la seudo virtud suele tener una doble consecuencia:

Frente a Dios, le pasamos factura de todo lo estupendos que somos. Lo buenazos que somos.

Frente a los demás, nos sentimos superiores. “Te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano”. Lo importante es no ser como los demás. Sentirnos superiores a los demás. Y hasta lo consideramos como un título delante de Dios. La bondad que nos hace sentir superiores, no es bondad.

La bondad que nos hace alejarnos de los demás, no es bondad. La bondad que simplemente nos sitúa en un plano superior a los demás, no es la bondad que Dios quiere, ni la bondad que nos hace buenos. Esa bondad nos hace “tenernos por justos, con el desprecio de los demás”. Buen examen para los que nos sentimos buenos. ¿No te parece?

“Que yo te conozca y me conozca”

conocer a Dios

La frase es de San Agustín. El verdadero conocimiento del hombre está en conocer a Dios y conocerse a sí mismo. Para conocernos a nosotros mismos es preciso antes el conocimiento de Dios. Cuando conocemos a Dios de verdad, comenzamos a conocernos también a nosotros en nuestra auténtica dimensión.

Para conocer a Dios no es suficiente tener una gran inteligencia. El verdadero conocimiento de Dios nos viene del don de la fe y de la experiencia del Espíritu Santo. Él es el que ilumina nuestra inteligencia. También es suficiente la razón para conocer la verdad del hombre. Y esto por algo muy sencillo, la dimensión del hombre no es solo humana. El hombre tiene una vocación “humana y divina”, como dijo el Concilio Vaticano II.

El mejor espacio para conocer a Dios y conocerme a mí mismo es, sin duda alguna, la oración. La oración es ese espacio donde más que discurrir y filosofar sobre Dios, nos ponemos en actitud de “experiencia”. La experiencia es el verdadero camino del conocer. No conocemos el amor porque nos han hablado de él, sino “porque nos hemos sentido amados”. No conocemos un país porque nos han mostrado el mapa, sino porque lo hemos recorrido y visitado.

Oramos porque Dios invita a la oración porque se nos quiere revelar y manifestar. Y se nos revela haciéndose sentir y experimentar.

Oramos porque nosotros mismos necesitamos encontrarnos con nosotros mismos. Aunque nos cueste creerlo, de ordinario, ponemos tantas cosas entre nosotros mismos que terminamos por no saber dónde estamos. La oración, en su silencio, experimentando a Dios me experimento también a mí mismo. Digamos que la oración es la “escuela de la verdad de Dios y del hombre”, es la “escuela donde descubrimos a Dios y al hombre en Dios y desde Dios”.

La verdadera oración

orar de verdad

Nos pone delante de nosotros mismos, desnudos en nuestra propia verdad.
Nos hace vernos no como nosotros nos vemos, sino como Dios nos ve.
Nos descubre en nuestras raíces y desvela nuestras apariencias.
Nos hace sentir el juicio de Dios sobre nosotros.

La verdadera oración:
Nos lleva no a exhibir lo bueno que somos, sino a tomar conciencia de lo que nos falta para ser lo que Dios quiere y espera de nosotros.
Nos lleva no a reclamarle a Dios el pago por lo buenos que somos, sino a darle gracias por lo que Él ha hecho en nosotros.

La verdadera oración:
Nos hace solidarios con los demás hermanos, que como nosotros luchan cada día por ser fieles a Dios.
Nos hace solidarios con los demás hermanos para caminar a su lado compartiendo las misma luchas y los mismos esfuerzos.
Nos hace solidarios con los demás hermanos, en sus debilidades y en sus posibilidades.

La verdadera oración:
No nos engríe porque nos hace ver la verdad.
No nos hace superiores porque si algo bueno hay en nosotros, sabemos que se lo debemos a Él.
No nos separa ni distancia de nuestros hermanos, sino que nos hace comprensivos con sus flaquezas y las nuestras.
No nos lleva al desaliento, sino que nos hace experimentar el amor de Dios, capaz de hacer maravillas en nuestras flaquezas y debilidades.

“Yo no fui”

ser responsable

Una de las primera cosas que aprendemos en la vida es auto defendernos diciendo: “Yo no fui”. Una frase a simple vista inocente y que, si lo pensamos un poco, pudiera tener graves connotaciones.

Es fácil decir:
¿Quién se comió el chocolate? “Yo no fui”.
¿Quién se comió el helado? “Yo no fui”.
¿Quién ensució el piso? “Yo no fui”.

¿Qué sucederá cuando sea Dios el que nos pregunte, tengamos que decir también: “Señor, yo no fui”?
¿Quién de vosotros se esforzó más en construir mi reino? “Yo no fui”.
¿Quién de vosotros testimonió mejor mi Evangelio? ““Yo no fui”.
¿Quién de vosotros me dio de comer? “Yo no fui”.
¿Quién de vosotros me visitó enfermo? “Yo no fui”.
¿Quién de vosotros me dio de beber cuando tenía sed? “Yo no fui”.
¿Quién de vosotros me dio una palabra de aliento cuando estaba triste? “Yo no fui”.
¿Quién de vosotros me levantó cuando estaba caído? “Yo no fui”.
¿Quién de vosotros dio la cara por mí ante los hombres? “Yo no fui”.

¿Quién de vosotros me confesó públicamente delante de los demás? “Yo no fui”. Está bien que de niños neguemos nuestras pequeñas fechorías. ¿No te parece triste tener que decirle a Dios “yo no fui” el que se hizo responsable de tu Evangelio en el mundo? Es posible que muchos de nosotros tengamos que decirle eso: “Señor, nosotros no fuimos”. Nosotros no hemos querido hacernos responsables de lo tuyo.

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