Hoja Parroquial

Domingo 16 – A | Cosecha y siembra

Domingo, 23 de julio del 2023

No todo es trigo en la Iglesia

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La parábola del trigo y la cizaña nos describe con realismo la verdad del Reino de Dios y, por tanto, de la Iglesia. Hay un refrán que dice: “No es oro todo lo que reluce”. También podríamos decir que “no todo es trigo en la Iglesia”, que también en la Iglesia hay mucha cizaña porque no todo es santidad en la Iglesia, por mucho que confesemos en el Credo “creo en la Iglesia santa”. También confesamos en el mismo Credo “creo en el perdón de los pecados”.

Es decir, que dentro del mismo Credo de nuestra fe hacemos una doble confesión: la confesión de la santidad de la Iglesia y el pecado de la Iglesia que necesita de perdón. El mismo Pablo reconocerá que “que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”.

Gracia y pecado. Santos y pecadores. Todos caminando juntos de la mano, haciendo la misma Iglesia. Esa es la Iglesia que Jesús fundó. Jesús no fundó una Iglesia de santos, sino una Iglesia de hombres santos y pecadores.

El pecado siempre ha figurado en la mentalidad de Jesús. Por algo nos dejó el sacramento de la Penitencia y el mandato “a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados”.

Pensar en una Iglesia con solo trigo, es una ilusión. Pensar en una Iglesia de solo santos es pura fantasía. La Iglesia real tiene mucho de santidad, pero tampoco está ausente de ella el pecado. Por eso es también una Iglesia “en continuo estado de conversión”.

Junto a la Iglesia del servicio, nunca falta ese tufillo de ansias de poder. Junto a la Iglesia del perdón, nunca falta esa triste realidad de quien no perdona en su corazón y vive lleno de resentimientos. Junto a esa Iglesia llamada a revelar el amor, nunca falta ese rigorismo de quien prefiere el camino de la condena y de la excomunión. Junto a esa Iglesia del amor, nunca falta esa otra realidad de la división.

La parábola del trigo y la cizaña nos describe una realidad de la que Jesús era bien consciente, Iglesia de santos y pecadores. El agricultor que siembra buen trigo en su campo, no quema el trigo por el hecho de ver que junto al trigo crece también la mala hierba, seguirá sembrando al año siguiente y al siguiente, aunque cada año crezca en medio del trigo esa mala hierba de la cizaña.

El ideal de la santidad de la Iglesia no puede hacernos olvidar la debilidad humana de sus miembros, que no todos son santos y que también el pecado echa raíces en esa arada eclesial que, de alguna manera, todos estamos salpicados por el pecado. Aunque, sin embargo, seguimos luchando y esforzándonos por ser buenos. Esa es la Iglesia de mi fe, la que cada domingo confesamos en el Credo.

“Mientras la gente dormía”

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El grave problema de la Iglesia no es si las sectas se multiplican y si muchos católicos se pasan a ellas. Ese no es el verdadero problema. Me parece una falta de honestidad el lamentarnos de que esto suceda.

Nuestro verdadero problema es que creo “estamos demasiado dormidos”. Nos preocupamos demasiado de leyes y estructuras y nos dormimos a la vera del río. El agua del río sigue su camino, por más que nosotros nos durmamos a su orilla.

Hay un “dormirnos” que es no querer ver lo que nos está sucediendo dentro. Preferimos acusarnos, condenarnos y hasta de “arrancarnos” a nosotros mismos. Algo está sucediendo dentro de la Iglesia. Todos buscamos culpables y lo que necesitamos es buscar respuestas y soluciones.

Hay un “dormirnos” que es nuestra actitud de pasividad. Dejar las cosas pasen. Dejar que la vida siga su camino sin que nos preocupemos de recrear la historia cada día. Con frecuencia, no hablamos del Espíritu Santo porque nosotros mismos le escuchamos poco.

Hay un “dormirnos” que es nuestra indiferencia. Eso no me toca a mí, eso es del Obispo, eso es del Sacerdote. Y mientras discutimos si el laico puede hacer esto o lo otro, mientras discutimos si la Iglesia somos los curas o los laicos, la mayor parte de los cristianos caemos en la indiferencia. “Eso no me atañe, eso no es cosa mía. A mí me da lo mismo”.

Hay un “dormirnos” que es nuestra falta de vitalidad. Somos y estamos inútilmente. Somos, pero no hacemos. Estamos, pero no hacemos. Mientras tanto nuestra gente nos deja.

Nuestra predicación no les dice nada. Nuestra Liturgia les aburre. Nuestro Dios es demasiado legalista.

¿Culpar siempre a la institución?

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“Sería demasiado fácil hacer de la institución abusiva o mal adaptada el chivo expiatorio del pecado del cuerpo de la Iglesia, que es el pueblo de pecadores. Con frecuencia el pecado de la Iglesia hunde sus raíces en la falta de tensión mística y evangélica. Vayamos a lo esencial: la falta de fe, la falta de pasión por la aventura de la santidad, según las bienaventuranzas evangélicas”. (Liégé)

Es cierto que muchos pecados de la Iglesia proceden de la institución, no lo podemos negar. Como tampoco podemos decir que las instituciones son buenas de por sí. Hay cosas en las que las instituciones tienen que cambiar si quieren ser fieles al Evangelio, pero no es menos cierto que el pecado también existe en la comunidad, en el Pueblo de Dios. El pecado existe en la Jerarquía, pero también existe en el pueblo que somos todos.

No se trata de acusarnos los unos a otros, ni justificar nuestros fallos con los fallos de los otros. Cada uno es responsable del Evangelio, cada uno es un rostro visible del Evangelio y cada uno lleva la representación de toda la Iglesia. Además, el pecado de los demás no es, en modo alguno, una justificación a mi infidelidad al Evangelio. La mentira de los otros no es razón para que yo mienta. La injusticia de los demás no me da carta blanca para que yo sea injusto. El que otros roben, en modo alguno, me dará la razón para que yo sea ladrón. Cada uno es responsable del Evangelio y de la Iglesia en la condición de vida en que cada uno está.

Los laicos y su promoción

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Los seglares son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia”. (Aparecida n.209 y Puebla 786) Es decir, los seglares son la manera cómo la Iglesia se mete en el corazón del mundo y cómo el mundo se mete en el corazón de la Iglesia, son el puente entre Iglesia y mundo. Por eso, los seglares no pueden ser agentes pasivos ni en la Iglesia ni en el mundo. Por eso, “tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia de conducta”. (Aparecida n.210)

“Los laicos también están llamados a participar en la acción pastoral de la Iglesia, primero, por el testimonio de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización, la vida litúrgica y otras formas de apostolado, según las necesidades locales bajo la guía de los pastores. Ellos estarán dispuestas a abrirles espacios de participación y a confiarles ministerios y responsabilidades en una Iglesia donde todos vivan de manera responsable su compromiso cristiano” (Aparecida n.211).

Dos cosas esenciales: testimonio y acción. Campos: evangelización, vida litúrgica y demás formas de apostolado. Los pastores han de abrirles a los seglares espacios de “participación” y no cerrarles las puertas limitando su acción. Hay una razón esencial: “Todos puedan vivir de manera responsable su compromiso cristiano”. Si no integramos los seglares a toda la actividad de la Iglesia les estaremos impidiendo cumplir con un compromiso que han recibido de su bautismo. Nadie tiene derecho a limitar el compromiso de nadie. Nadie puede limitar lo que el bautismo le ha dado a cada uno. También los pastores son responsables de que el bautismo florezca plenamente en la vida de nuestros seglares.

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