Hoja Parroquial

Santísima Trinidad – B | Dios Padre es amor

Domingo, 26 de mayo del 2024

La Fiesta de Dios

La palabra Trinidad nos resulta a todos demasiado complicada. Al decir que son tres y uno a la vez se nos enreda demasiado en nuestra cabeza y corremos el riesgo de quedarnos dándole vueltas a lo que nunca entenderemos. En cambio, decir simplemente Dios nos resulta mucho más asequible y mucho más cuando decimos que Dios es amor. Eso lo entendemos todos. Es desde el amor que nos será más fácil comprender eso de Trinidad porque para amar siempre se necesita de otro o de otros.

Un simple “amarse a sí mismo” puede quedarse en un mero egoísmo. El verdadero amor implica siempre al “otro”, un “otro” que tampoco excluye a los “otros”. Por eso, el amor se transforma en “comunión de muchos”. La comunión une, es una unión que no excluye la pluralidad.

El ejemplo lo tenemos en el matrimonio. Marido y mujer son dos, pero cuando se aman de verdad terminan siendo uno sin dejar de ser dos. “Y los dos serán una sola carne…”. Por eso, también nos resulta más fácil entender a Dios como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo.

En nuestra vida espiritual esto lo expresamos de una manera muy sencilla cuando nos santiguamos. “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Unidos los tres en una Cruz que es el símbolo donde mejor se expresa cada uno, porque la Cruz es el símbolo más elocuente del amor.

Dios es esencialmente amor; por tanto, es esencialmente comunión de vida y comunión de personas.

En la experiencia de la Iglesia todo lo hacemos trinitariamente bajo el signo de la Cruz.

Bautizamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pero trazando una cruz.

Bendecimos el agua o las personas o cualquier otra cosa “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Incluso comenzamos nuestras Eucaristías “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, mientras trazamos sobre nuestro cuerpo una cruz que va desde la frente al pecho y une los dos hombros.

Siendo el mayor misterio; sin embargo, se ha convertido en uno de los signos más utilizados en nuestra vida. Incluso cuando se nos perdona los pecados decimos, “yo te absuelvo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Lo que quiere decir que nuestra vida se mueve constantemente bajo la experiencia de Dios en nosotros, para convertirnos luego nosotros mismos en los signos y expresiones de Dios en la historia.

Dios y los náufragos

En mis vacaciones últimas me prestaron un libro con un título muy curioso: “Dios y los náufragos”. Estaba dividido en tres partes, aquellos que no lograron encontrar a Dios, aquellos que tras un largo caminar se encontraron con Dios y testimonios de encuentros.

La verdad que me resultó interesante pese a la sencillez con la que estaba escrito, porque a lo largo de sus páginas el autor iba presentando una serie de figuras. Cada una con su propia tragedia y con sus propias aspiraciones.

Sentí pena por aquellos que, por una razón u otra, no lograron encontrarse con Dios cara a cara y terminaron prescindiendo de Él. Pero aún ellos me decían mucho. Al menos, eran honestos en reconocer su falta de fe.

Sentí y experimenté las luchas interiores de otros muchos que, entre luces y sombras, lograron encontrarse con Él. No siempre resulta fácil para muchos este encuentro.

Tal vez, muchos de nosotros nos hemos encontrado con Él sin mayor esfuerzo. Como que lo hemos encontrado nada más salir del seno de nuestra madre y es posible que, precisamente por habernos encontrado con tanta facilidad, ahora le demos poca importancia en nuestras vidas o incluso, hasta estemos un tanto cansados y aburridos de Él.

Por eso a mí, personalmente, me encantan aquellos que buscan, incluso si no logran encontrar. Me encantan aquellos que con sinceridad corren tras la luz, por más que nunca den con ella porque, esos, de alguna manera, ya lo han encontrado. No lo ven, pero lo tienen. En cambio, me preocupan cuando no han hecho ningún esfuerzo y Dios les ha resultado tan asequible, lo ven tan natural, que ya ni importancia le dan en sus vidas. Entre estos podemos estar muchos de nosotros, incluso sin darnos cuenta.

“Dios” y la Biblioteca Nacional de París

En el mismo libro de “Dios y los náufragos” me encontré con una frase que me hizo pensar. Uno de los personajes dice que, cuando uno va al archivo-fichero de la gran Biblioteca de París, el nombre que más aparece es el de “Dios” y que, sin embargo, es el menos usado luego en la vida.

Dios sirve para figurar en los libros, pero luego lo jubilamos en la vida. Dios no es para escribirlo en lo libros, sino para escribirlo en el libro de nuestra vida. Tampoco hacemos nada con hablar mucho de Dios, si luego nuestra vida no está iluminada por Él. Dios no es para los libros, Dios es para la vida.

No sé si hoy hablaremos mucho de Dios. Hasta me sospecho que, al menos en nuestros ambientes religiosos, todavía no nos avergonzamos de decir su nombre. Lo que sí nos cuesta a todos un poco más es decirlo con nuestra vida.

Utilizando el ejemplo de la Biblioteca de París, ¿no podríamos nosotros cambiar la frase y decir: “Dios es la palabra que más pronunciamos en la Iglesia, pero acaso la que menos decimos luego en los círculos de la vida, en nuestras reuniones”?

Nadie se avergüenza de hablar de Dios en la Iglesia, pero tenemos demasiados reparos y prudencias para nombrarlo cuando estamos con los amigos. En el fondo, ¿no será que no estamos demasiado convencidos y tenemos un cierto complejo de inferioridad de hablar Él ante los demás?

No seamos como la “Biblioteca de París”, seamos testigos de Dios en la vida. Jesús nos dijo un día que “el que se avergüenza de mí delante de los hombres de ese me avergonzaré yo delante de mi Padre”. Además, “quien no se avergüence de mí delante de los hombres, tampoco yo me avergonzaré de él delante del Padre”.

Y Dios también se ríe

  1. ¿Quién ha sido el que nos inventado un Dios serio, de cara cuadrada y casi amargado? No entiendo a los que dicen que “Dios es amor” y luego nos ponen pánico en el corazón y miedo a Dios. Prefiero un “Dios amor” porque un Dios que ama es un Dios que también se ríe. ¿Has visto reír a dios?
  2. No tengas miedo a Dios, ni siquiera si has metido la pata hasta arriba. Dios gusta hacer fiesta para aquellos que están de regreso a casa. Aunque los hijos mayores no quieran saber nada de fiestas. Es que “Dios es amor” y Dios prefiere reírse a llorar. Mi Dios es un Dios que se ríe.
  3. No me gustan los “hijos mayores”. Prefiero los hijos pequeños. ¿Que son más traviesos? Sí. Y hasta se van de casa con todo, pero luego regresan. Los hijos mayores son unos aguafiestas, para ellos el corazón no vale. Y claro, Dios piensa lo mismo que yo. “Dios es amor”. Por eso le encanta reírse.
  4. No me gustan los que dicen que Dios me va a condenar. ¿Que lo merezco? De eso no tengo la menor duda, pero a Dios le falla más el corazón que su poder. El corazón de Dios tiene debilidad por los que han caído y quieren levantarse. Claro, “Dios es amor” por eso le encanta la fiesta y el reírse.
  5. Dios es omnipotente, qué palabra más rara. He remirado el Evangelio y nunca se le ha escuchado a Jesús. Sin embargo, me ha repetido infinidad de veces que “Dios es amor”, que Dios me ama, que es débil y que se muere de amor por mí. Claro, “Dios es amor” y le gusta reírse.
  6. Me encantan los grandes que se hacen pequeños. ¿Sabes lo divertido que es ver a los grandes jugar y divertirse como los niños? Por eso me encanta Dios. Siendo tan grande se le ha ocurrido hacerse niño. ¿Le voy a tener miedo a Dios? ¿Quién tiene miedo a un niño? Claro, mi “Dios es amor”. Por eso le gustan las risas de niño y de los niños.
  7. A Dios le encanta la diversión. Le revientan los seriotes que venden caras sus sonrisas y le encanta verte feliz, alegre, contento. ¿Le vas a escatimar hoy a Dios tu alegría? Si quieres ofrecerle algo, no le ofrezcas tristezas. Claro, mi “Dios es amor” por eso se ríe de todo.

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