Domingo, 28 de mayo del 2023
El Espíritu Santo y la traducción simultánea
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“Hablamos lenguas distintas. Y todos los oímos en nuestra propia lengua”. Hoy está de moda la traducción simultánea, es una manera de poder relacionarnos los unos con los otros, hablando cada uno nuestra lengua y no la lengua del otro.
El mundo está lleno de lenguas. Los hombres no se entienden, los pueblos no se entienden, les falta el traductor.
Aún, aquellos que hablamos la misma lengua, tampoco nos entendemos porque dentro de la misma lengua hablamos un lenguaje diferente. Si nos fijamos un poco en nosotros mismos, ya no es cuestión de si entendemos el quechua, o el aimara, es que ya no nos entendemos ni hablando todos el castellano. Cesbron, allá por los años cincuenta, lo reconocía en el prólogo de uno de sus novelas. “En un mundo donde todos hablamos la misma lengua, necesitamos traductor”.
El Ejecutivo habla una cosa. El Legislativo habla cosas diferentes. Dentro del Legislativo ¿se entienden? Al Poder judicial ¿alguien le entiende? ¿Y alguien nos entiende a nosotros como pueblo? ¿Y alguien nos entiende hablando como Iglesia?
Dios, en el nacimiento oficial de la Iglesia, nos regaló un traductor, para que todos podamos escuchar al otro en nuestra propia lengua. Se trata del Espíritu Santo. Capaz de cambiar los corazones. Capaz de cambiar nuestras mentes. Capaz de abrirnos los unos a los otros. Capaz de hacernos hablar un lenguaje que en el que todos nos entendamos: la lengua del amor, la lengua del espíritu, la lengua de la generosidad, la lengua del compartir, la lengua del bien común.
Nuestro problema es que, en una misma lengua, hablamos lenguas diferentes: Cada uno habla en castellano la lengua de sus egoísmos, la lengua de sus intereses personales. Hablando castellano, cada uno habla la lengua de sus ideologías. Y así diciendo lo mismo, todos decimos cosas diferentes.
El mundo necesita del Espíritu Santo, para que todos podamos entendernos en un mismo amor y fraternidad y en una misma solidaridad. La Iglesia necesita del Espíritu Santo para que todos podamos hablar el mismo lenguaje del Evangelio. Las Iglesias necesitan del Espíritu Santo para que todas se entiendan en el mismo lenguaje ecuménico. No seremos capaces de entendernos en tanto hablemos el lenguaje de nuestros egoísmos y nos olvidemos de hablar el lenguaje de la caridad.
Secuencia
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Ven, Espíritu divino,
Manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
Don, en tus dones espléndido;
Luz que penetra las almas;
Fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
Descanso de nuestro esfuerzo,
Tregua en el duro trabajo,
Brisa en las horas de fuego,
Gozo que enjuga las lágrimas
Y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
Divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
Si tú le faltas por dentro;
Mira el poder del pecado,
Cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
Sana el corazón enfermo,
Lava las manchas, infunde
Calor de vida en el hielo.
Doma el espíritu indómito,
Guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
Según la fe de tus siervos;
Por tu bondad y tu gracia,
Dale al esfuerzo su mérito,
Salva al que busca salvarse
Y danos tu gozo eterno.
Amén.
No basta hablar del Espíritu Santo
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Hoy se habla mucho del Espíritu Santo. Creo que es positivo, pero no basta hablar bien del Espíritu Santo. El Espíritu Santo no es una idea para pensarla, sino una realidad para vivirla. Para Pablo hay dos maneras de vivir la vida: O vivimos según la carne o vivimos según el Espíritu. O vivimos según el mundo o vivimos según Dios. O vivimos según nuestros intereses o vivimos según los intereses de Dios.
El hombre del Espíritu es un hombre nuevo, una nueva creación de Dios. La primera creación nos hizo ser seres a “imagen y semejanza de Dios”, seres parecidos a Dios. La nueva creación en el Espíritu nos hace seres “hijos de Dios”, que llevamos en nosotros la vida misma de Dios.
En el plano de lo natural un niño puede parecerse “mucho al abuelo, a la abuela, a la tía o al tío”, pero sólo lleva la vida de sus padres. En el plano del Espíritu, ya no nos parecemos “somos hijos de Dios” y, por tanto, llevamos su vida en nosotros. Quien lleva la vida de otro, es hijo.
Esta es la maravillosa realidad pascual de quienes hemos sido regalados con el don pascual del Espíritu Santo. Jesús ya no nos sopló “un soplo de vida”, “nos sopló al Espíritu Santo”. “Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. Recibir al Espíritu Santo es recibir el mismo amor del Padre en nosotros y por eso se nos capacita para “perdonar”. “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. Sólo el amor perdona de verdad el pecado. Por eso, los hombres nuevos de la Pascua, somos comunidad de amor, comunidad del perdón.
Si tienes el Espíritu
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Si tienes el Espíritu: amas.
Si tienes el Espíritu: te dejas amar.
Si tienes el Espíritu: perdonas.
Si tienes el Espíritu: te dejas perdonar.
Si tienes el Espíritu: no excluyes a nadie.
Si tienes el Espíritu: piensas bien de todos.
Si tienes el Espíritu: no envidias a nadie.
Si tienes el Espíritu: sabes orar.
Si tienes el Espíritu: sientes a Dios en ti.
Si tienes el Espíritu: eres un hombre de paz.
Si tienes el Espíritu: hablarás con dulzura.
Si tienes el Espíritu: todo lo disculpas.
Si tienes el Espíritu: a nadie juzgas.
Hombres así cambian el mundo.
Hombres así transforman el mundo.
Hombres así son los que necesita el mundo.
Mírate a ti mismo.
¿Eres uno de ellos?
¡Felicidades!