Hoja Parroquial

Santísima Trinidad – A | Nosotros y Dios

Domingo, 4 de junio del 2023

El problema de Dios hoy

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¿Es Dios un problema? El problema no es Dios. Nosotros convertimos a Dios en un problema en nuestras vidas.

El problema de Dios desde la increencia. Dios siempre fue un problema insoluble para los que no creen en Él. Siempre fue un problema para los filósofos de la incredulidad quienes gastaron mucho de su tiempo en demostrar su no existencia. Últimamente, la filosofía existencialista se esforzó por convencernos de la conveniencia de su no existencia. Había que recuperar al hombre, pero esto sería un imposible en tanto siguiésemos creyendo en Dios.

Hace unos años, estas filosofías empeñadas de negar a Dios, eran relativamente inofensivas. Primero porque se trataba de grandes filósofos, cuyas ideas difícilmente llegan a las masas, eran demasiado abstractos como para que la gente pudiera leer sus libros. Hoy, la cosa cambia porque, de inmediato, sus ideas encuentran cauces de divulgación más simples y la gente termina enterándose, aunque no siempre entienda las argumentaciones.

El problema de Dios en la cultura actual. Dios se encuentra hoy con un serio obstáculo que vencer. Los filósofos actuales suelen ser más prácticos y también más efectivos. Hoy no tratan tanto de demostrar la no existencia de Dios, aquello hoy no tiene las resonancias intelectuales que pudo tener hacer unos años, hoy los caminos son otros.

La cultura actual no pierde el tiempo en negar a Dios. Prefiere hacernos convencer de su inutilidad, es decir, es una cultura que trata de convencernos de que Dios no es necesario para la vida, que se puede vivir mucho más tranquilos sin él. Exista o no, lo importante es que nosotros no lo sintamos importante. Exista o no, lo que interesa es que el hombre pueda vivir prescindiendo de Él.

Esto sí es más peligroso porque es una cultura que por todos los medios se empeña en privarnos del gusto de lo divino y cuando perdemos el gusto por algo, fácilmente prescindimos de él. Ya el Concilio nos hacía ver que el ateísmo moderno más peligroso era el “ateísmo de la indiferencia”.

Dios no es interesante, Dios no es importante, sin Él también se puede vivir, sin Él también se puede triunfar en la vida, sin Él se puede disfrutar mejor de la vida. Esta nueva filosofía es mucho más peligrosa porque no afecta tanto a la ideas, sino a la sensibilidad y a los valores del espíritu.

A Dios…

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No se le manda,
se le pide.
No se le exige,
se le suplica.
No se le pregunta,
se le responde.
No se le quiere entender,
se le adora.
No se le piden explicaciones,
se las damos.

No le juzgamos,
Él nos juzga.
No le pedimos cuentas,
Él nos las pide.

No le negamos,
lo confesamos.
No le preguntamos por qué,
aceptamos su voluntad.
No le cuestionamos,
nos dejamos cuestionar.
No le hacemos culpable,
le pedimos perdón.
No le decimos “haga nuestra voluntad”,
le decimos “hágase tu voluntad”.

El Dios de mi fe, ¿también el de la tuya?

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Es un Dios que me quiere feliz, y alegre, incluso en medio de las dificultades.
Es un Dios que quiere un mundo más justo.
Pero eso dependerá de los hombres.
Es un Dios que no quiere ver niños abandonados en la calle.
Pero eso depende de los padres.
Es un Dios que no quiere ver muertos en la calle.
Pero que encarcelará a los asesinos.
Es un Dios que no quiere ver cómo atracan a sus hijos en la calle.
Pero que no eliminará a los pandilleros.
Es un Dios que no quiere ser testigos de violaciones.
Pero que no matará a los que violan.
Es un Dios que no quiere hombres y mujeres sin trabajo.
Pero que no tiene agencia de empleos.
Es un Dios que no quiere que los padres maltraten a sus hijos.
Pero que no jalará de las orejas a los padres.
Es un Dios que no quiere la injusticia.
Pero que Él mismo se sometió a nuestras injusticias.
Es un Dios que siempre escucha.

Pero no siempre las cosas saldrán como quisiéramos.
Es un Dios que lo puede hacer todo.
Pero que no hará nada que nosotros podamos hacer.

No es el hombre quien tiene que decirle a Dios “lo que tiene que hacer”.
Es Dios quien nos dice a los hombres “qué debemos hacer”.
Pero que, si no lo hacemos, sufre, pero no lo hará por nosotros.
¿No crees que éste es también el Dios que nos enseñó Jesús?

¿Por qué gritamos tanto?

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Aún no hemos aprendido a hablar con tono sereno, menos todavía cuando estamos enfadados.
Llamamos la atención gritando.
Corregimos al otro gritando.
¿A qué se debe el grito?

Muchos quieren expresar con el grito su enfado interior.
Otros creen que es la mejor manera de que nos entiendan.
No falta quien grita porque es una manera de hacer sentir la verdad.

Preguntémonos:
¿Necesita la verdad que la digamos con mayor volumen de voz?
¿Se necesita levantar el volumen para que sea más verdad?
¿Se necesitará levantar el amplificador para que el otro escuche nuestra corrección?

La verdad tiene fuerza por sí misma.
A la mentira hay que darle fuerza porque ella no la tiene.
¿Cuándo digo algo a gritos no será señal de que estoy mintiendo?

La corrección fraterna tiene fuerza por sí misma.
Cuando corrijo con violencia, a gritos y desenfados, ¿no será señal de mi falta de caridad?
¿No será que expreso más mi mal humor que la verdad misma de la corrección?

¡Qué curioso! Dios nos dice la verdad casi en el silencio.
Dios nos corrige sin levantar la voz. Los demás nunca le escuchan.
Dios nos llama la atención con voz suave. Los que están a nuestro lado ni se enteraron de que me acaba de llamar la atención o me acaba de corregir.

La corrección vale por sí misma.
No por el tono de voz.
La verdad vale por sí misma.
No por el tono con que se dice.

“Baja la voz, que ya te escucho”.
“Baja la voz, que ya he entendido”.
“Baja la voz, que ya lo vi”.
“Baja la voz, que ya voy”.

Para saber por qué gritas, mira cómo está la calma, la paz dentro de ti.
Si careces de paz dentro, mejor te callas.
Si no estás tranquilo por dentro, mejor callas.

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