Domingo, 7 de noviembre del 2021
“Dar más que todos…”
la limosna de la viuda
La liturgia de hoy, pudiéramos llamarla la “liturgia de las viudas”; por tanto, la liturgia de los que “no tienen nada o casi nada”. La liturgia de los débiles que son capaces de ser muy fuertes, de los que no tienen nada y son capaces de darlo todo.
A Jesús le encantaba observar a la gente. Le encantaba observar los gestos de la gente, las actitudes de la gente, los comportamientos de la gente. Los ojos de Jesús siempre descubrían, aún en medio de demasiada basura, sus perlas escondidas y ocultas. Se sienta frente al templo y se dedica a observar cómo la gente va echando su limosna. Se da cuenta de cómo muchos hacen sonar fuerte sus monedas para que la gente observe su generosidad. Los que tienen mucho, siempre tienen la posibilidad de sacar más ruido. Los que tienen poco, sacan muy poco ruido, sus monedillas no sirven ni siquiera para sacar ruido. Pero los ojos de Jesús ojos pronto se fijaron en una pobre viuda a la que sólo le quedaban unas monedillas insignificantes. Vio cómo sacaba su pañuelo donde las tenía bien guardadas porque los pobres no suelen usar el monedero. ¿Para qué lo quiere? Tampoco tarjetas de crédito y menos aún chequera. No saben qué es eso. Al pobre le basta el pañuelo para envolver los “sueltos que le quedan”.
Jesús se dio cuenta de cómo esta pobre viuda echó todo lo que tenía y añade “echó todo lo que tenía para vivir”. Es decir, se desprendió de todo hasta quedarse sin lo mínimo para poder seguir viviendo. Mientras los demás echaban “grandes cantidades”, la pobre viuda echó sólo unas moneditas imperceptibles. Unas monedas que sonaron muy poco en “el gazofilacio” del templo, pero resonaron como música celestial en el corazón de Jesús.
El ejemplo de la viuda del templo no es una invitación a dar poco, sino la invitación a darlo todo. No es una invitación a dar poco, sino la invitación a dar con el corazón y a dar no sólo de lo que nos sobra, sino a dar aún aquello que nosotros mismos necesitamos, pero que otros necesitan más.
Me atrevería a decir que la alabanza y reconocimiento que Jesús hace de esta pobre viuda es una invitación a dar, no contabilizando lo que tenemos y necesitamos, sino a pensar en las necesidades de los demás. Dar en la medida en que mi hermano necesita de mí.
Dar de lo que nos sobra, ya es un paso a la generosidad, pero dar de lo nosotros mismos estamos necesitados es olvidarnos de nuestras propias necesidades, dando preferencia a las necesidades de los demás. Además, es una invitación a dar “sin ruidos”. A dar, sin necesidad de llamar a la TV. Porque lo importante del dar no es que los demás se enteren, sino satisfacer las urgencias y necesidades de los demás.
“Cada uno da lo que es…”
limosna de los pobres
Tengo la impresión de que cuando se trata de dar, lo primero que pensamos es “¿y cuánto tengo?” Porque tenemos la idea de que “para dar es preciso tener”. Algo así como si “cada uno da de lo que tiene”, cuando en realidad, “cada uno da lo que es”.
Porque no damos tanto del montón que tenemos, cuanto de la grandeza de lo que somos. Me acaban de enviar un correo electrónico muy curioso. Una señora se cambio de barrio y cuando se instaló en su departamento, no cayó bien a las vecinas. ¡Nunca es fácil caer bien a las vecinas! Al día siguiente, una de ellas le envió un paquete con estiércol. La recién llegada comprendió muy bien el mensaje. Se serenó, dejó pasar unos días, y también ella envió otro paquete. Pero éste estaba lleno de rosas. Lo acompañaba un letrerito que decía: “Cada uno da lo que es”.
Si el corazón es grande, sólo sabrá dar amor. Si la mente es grande, sólo sabrá pensar bien de los demás. Si nuestra vida es grande, sólo sabrá compartir vida con los otros.
Las manos son el instrumento con el que ofrecemos las cosas a los demás. Quien da de verdad, no son las manos, sino el corazón. Puede que en las manos no tengamos grandes cosas que dar, pero siempre será mucho cuando las manos son el puente entre nuestro corazón a los demás.
El estiércol sólo expande su mal olor.
En cambio, el perfume perfuma todo el ambiente.
Un animal podrido a la vera del camino, nos obliga a todos a taparnos las narices.
En cambio, un árbol florido llena el camino de su aroma.
No damos lo que tenemos, damos lo que somos. Por eso, el mejor don que podemos hacer a los demás es el “darnos a nosotros mismos”. Porque quien se da sí mismo lo da todo y no tiene nada más que dar. De Jesús se dice: “Se entregó a sí mismo”. Resulta curioso ver a un Jesús que nunca da nada, no regala cosas, a lo más multiplica los panes, pero constantemente afirma que “será entregado por nosotros”, “se entregó por nosotros”. Jesús más que cosas, se da él mismo.
Rescatar la dignidad de los débiles
los pobres
Si examinamos la Palabra de Dios podremos darnos cuenta, con facilidad, del empeño de Dios en rescatar la imagen y la figura de los débiles. Con el débil, nadie cuenta. Con el pobre, el anciano, el enfermo, nadie cuenta.
La sociedad los margina con suma facilidad al anonimato, a los sin nombre, a los sin importancia.
Uno de los elementos más necesarios para nuestro equilibrio emotivo y sicológico es, sin duda, sentir que uno es importante, que los demás lo tienen en consideración, que a uno lo llaman por su nombre. Esta pareciera ser la pedagogía de Dios:
Rescatar la figura del débil. Recuperar la importancia del débil. De ahí la importancia que los débiles suelen tener en la historia de la revelación: las viudas, los niños, los pobres, los enfermos, los ancianos, los extraños, e incluso hasta los pecadores.
El teólogo Metz habla de cómo nosotros escribimos la historia desde los fuertes, desde los vencedores y cómo, en cambio, Dios escribe la historia desde los débiles, los pobres, los vencidos y los pecadores. En los periódicos y en los noticieros de Dios, las noticias se suelen dar desde la historia de los menos importantes. Es la historia de tantas viudas. Es la historia de la oveja perdida. Es la historia del hijo pródigo. Es la historia del publicano. Es la historia de las multitudes con el estómago vacío.
Dios escribe nuestra historia al revés que nosotros. Es la historia de los vencidos, comenzando por la historia de su Hijo crucificado, que es el capítulo central de la historia. La vida y el testimonio de la Santa Teresa de Calcuta, es tal vez, la mejor profecía del siglo XX. Toda su vida dedicada a rescatar la dignidad de los sin dignidad. Rescatar la dignidad de todos aquellos a quienes nuestra cultura de vencedores, considera la “basura de de la humanidad”. Su caridad no consistía tanto en darles de comer y ofrecerles un hogar y una cama caliente, cuanto en hacerles sentir que también ellos tenían una dignidad, que también ellos eran tan dignos como el resto de la humanidad. Tal vez, ahí estuviese el verdadero secreto de la monjita.
Bolsillo pobre, corazón rico
bolsillo vacío
“Una viejecita,
salió a celebrar,
cual buena judía,
la fiesta pascual.
Camina hacia el Templo,
Pero antes de entrar
revisa el refajo
y encuentra un real.
El sacro cepillo
recibe el metal,
¿de hierro? ¿de cobre?
Más es el caudal
de aquella devota
que viene a adorar
al Dios de los cielos
con tierna piedad.
Dicho aquel
que así sabe dar
lo poco que tiene
con tal caridad,
que extiende la mano,
reparte su pan,
acoge al que sufre,
comparte el caudal,
que es bastante poco,
no es más que un real.
Un real lo es todo
si todo se da.”
(A. Rodríguez Suárez)