Hoja Parroquial

Domingo 33 – B | La venida del Salvador | IQC2021

Domingo, 14 de noviembre del 2021

¿Fin del mundo o nuevo mundo?

la venida de Jesús

Al finalizar cada ciclo litúrgico volvemos a leer ciertos textos de carácter apocalíptico, que muchos leen como anuncios sobre el fin del mundo. Pero, ¿tendremos realmente el fin del mundo? ¿No será preferible hablar del “nuevo mundo”? ¿Habló realmente Jesús sobre el fin del mundo?

Digamos, desde un comienzo, que Dios no destruye nada de lo que Él mismo hizo y creó. Que Dios no creó el mundo para luego destruirlo. Además, la Palabra de Dios en ningún momento anuncia el fin del mundo. Lo que sí anuncia, y de modo explícito, es la venida de “un nuevo cielo y una nueva tierra”. Por tanto, el mundo no está llamado a desaparecer, sino a ser “transformado”. En esto corre la misma suerte que el hombre. El hombre no está llamado a desparecer, sino a ser transformado por el misterio de la muerte. Del mismo modo, al igual que el hombre, también el mundo está llamado por Dios a ser “transformado en un mundo nuevo”.

Desaparecerá esta forma de mundo, posiblemente sí, pero no el mundo como tal. La plenitud del Reino será la plenitud del hombre y del mundo en la plenitud de la gracia de salvación. El problema suele provenir del concepto equivocado que todos nosotros tenemos de “mundo”, “historia”, “hombre”.

Vivimos un dualismo platónico que aún no hemos superado: El mundo como algo malo y el alma como algo bueno. La perfección del hombre consiste en liberarse del mundo. Liberarse de la materia.

En cambio, Dios ha escrito la historia de la salvación, primero, desde la misma historia del mundo y luego como salvación del mundo y del hombre. Dios no escribe dos historias paralelas, escribe la historia de la salvación en la misma historia del mundo, por eso sólo hay una única historia.

Es más, bien pudiéramos afirmar que la historia de la salvación del hombre se escribe desde las actitudes del hombre en relación con el mundo. El mismo Evangelio que hemos leído nos marca y señala esa unidad entre la historia de Dios y la historia del mundo: Jesús presenta el acontecer diario de la naturaleza en la cual el hombre leer su propia historia, quien también está llamado a leer la historia de Dios: veis las ramas tiernas y las yemas de la higuera, y todos sabemos que el verano está para llegar. Pues igual que leemos el futuro en las ramas de la higuera, también tenemos que leer el futuro de Dios en los acontecimientos de nuestra historia de cada día.

No hay dos historias con dos finales. Hay una sola historia con un final: su transformación en la novedad plena del Reino.

Leer a Dios en la historia

Dios y la historia

Nosotros quisiéramos que Dios nos hablase cada día para anunciarnos lo que quiere hoy y lo que espera para mañana. Resulta curiosa nuestra actitud. ¡Qué cosas! Queremos adivinar nuestro futuro en las cartas, en el tarot, en las estrellas, y luego no somos capaces de leerlo escrito en nuestra propia historia o en los acontecimientos de la historia. Es fácil predecir las estaciones climáticas con solo observar la naturaleza y es fácil adivinar nuestro futuro observando lo que hacemos y lo que hacen los demás. Además, es fácil adivinar el futuro del Reino de Dios revisando sencillamente nuestra historia de ayer y de hoy. Veamos algunas realidades:

Si no somos personas maduras y no buscamos madurar como personas, ¿no estamos viendo el futuro fracaso de nuestro matrimonio? Si no formamos personas con criterios, con mentalidad y con valores positivos hoy, ¿no estamos anticipando un futuro de irresponsables? Si no sembramos semillas de fe en el corazón de los hijos hoy, ¿podremos esperar unos cristianos comprometidos para el día de mañana? Si no sembramos nuestros campos hoy, ¿esperamos a caso segar los trigos mañana? Si no somos fieles a nuestros compromisos hoy ¿creemos de verdad en la fidelidad del día que nos casemos? Si no enseñamos a respetar la dignidad de las personas hoy, ¿las respetaremos, tal vez, mañana?

Si no nos comprometemos con la Iglesia hoy, ¿lo haremos, acaso, mañana?
Si no sabemos leer la vida de los jóvenes hoy, ¿sabremos ofrecerles respuestas para mañana?
Si no sabemos leer la historia de hoy, ¿podremos canalizar la historia del mañana?

El futuro no existe más que en el presente. Para leer el futuro tendremos que leer el presente. Esperaremos el futuro leyendo e interpretando el hoy. Quien quiera hacer suyo el futuro, tiene que hacer primero suyo el presente. Sólo podremos pensar en las espigas desde el trigo que sembramos hoy. Sin las semillas de hoy, no existen las espigas del mañana. Nadie siega lo que no ha sembrado. Todos tendremos el mañana que construyamos hoy. Sin hoy no hay mañana. Por eso podemos ser dueños del futuro, siendo dueños del presente.

¿Cuáles son los signos de Dios en la historia de hoy? El futuro de Dios en la historia está en semilla en la historia de hoy. El futuro de Dios será sorpresa para cuando no lo han sabido leer hoy.

El mundo como tarea

misioneros

Estoy leyendo un librito muy simpático de Luis González Carvajal: “Esta es nuestra fe”, no es nuevo fue publicado en 1989. Posteriormente ha publicado varios más. En éste he leído un título que me ha encantado: “Cuando Dios trabaja, el hombre suda”. Cuando Dios prosigue su obra en el mundo, no lo hace solo, necesita de la ayuda de cada uno de nosotros. Por eso, cuando Dios trabaja construyendo este mundo, somos nosotros los que sudamos. Porque somos nosotros los que tenemos que poner nuestro esfuerzo para que Dios haga el suyo.

El mundo es obra de Dios y de los hombres a la vez. Ni Dios solo, ni el hombre solo, sino Dios y el hombre, unidos sus esfuerzos. Dios ha creado el mundo, pero luego nos lo ha dejado a nosotros. Dios lo hizo de la nada, pero a nosotros nos confía la tarea de transformarlo.

Cuando Dios encomienda al hombre la tarea de “cultivarlo”, no nos está diciendo que lo conservemos tal y como Él nos lo entregó. El trabajo del cultivo es un trabajo de transformación. A Dios no podemos devolverle el mundo como Él nos lo entregó. Un amigo mío, me solía decir, “a Dios tenemos que devolverle el mundo, de tal manera, que ni él mismo lo reconozca”. A lo que yo le respondí: “Claro, pero a Dios le podemos devolver un mundo que ni él mismo reconoce, porque se lo hemos estropeado demasiado, o bien porque lo hemos mejorado tanto, que va a tener que felicitarnos”.

Comprometernos con el mundo es también comprometernos con el Reino. “Aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al Reino al Reino de Dios”. (G.S. n.39)

“El Espíritu nos lleva a descubrir más claramente que hoy, que la santidad no es posible, sin un compromiso con la justicia, sin una solidaridad con los pobres y oprimidos”. (Sínodo de Obispos 1987)

Las cosas son transparentes

Dios transparente

Las cosas son y no pueden ser de otro modo. Por eso son transparentes. De alguna manera nos dejan percibir lo que pueden ser, desde lo que ya son. Las yemas de la higuera son transparentes y, por eso, dejan ver el verano que ya está llegando. Lo que hagamos hoy es transparente y, por eso, nos dejan ver lo que serán mañana.

A mí me sorprende cuando una pareja me dice que uno de ellos es adicto a la droga, al trago, al juego. Trato de abrirle los ojos, pero me topo con esta respuesta: “Me dice que cuando nos casemos va a cambiar”. ¿Y tú te lo crees? Quien se niega a cambiar hoy, ¿tendrá voluntad de cambio mañana? Quién no tiene fuerza de voluntad para cambiar hoy, ¿la tendrá cuando os caséis? Las cosas son transparentes, pero hay ojos que no saben ver más allá de la realidad de hoy. Eso se llama “miopía espiritual”.

La educación es transparente.
Lo que enseñemos hoy, nos dará los hombres del mañana.
La Iglesia es transparente.
La Iglesia que hagamos hoy, nos dará la Iglesia del mañana.
La política es transparente.
La política que hagamos hoy, nos dará la sociedad del mañana.
La economía es transparente.
La economía que hacemos hoy, nos dará el bienestar o las desigualdades del mañana.
El bautismo es transparente.
Los criterios y la mentalidad con que bautizamos hoy, nos darán los cristianos del mañana.

En esta transparencia de las cosas y de la historia es donde podemos leer eso que llamamos “los signos de los tiempos”. El hoy es “un signo” que apunta al mañana. La esperanza se fundamenta precisamente en esta nuestra capacidad de ver los signos de hoy y darles adecuada respuesta. Cuando alguien me dice que el camino por donde voy es equivocado, tengo la posibilidad de rectificar y cambiar de camino y, por tanto, las posibilidades de llegar. ¿Recuerdan aquello del filósofo Kierkegaard? “Señor, ¿es ésta la autopista de Londres?” “Sí, Señor. Oiga, pero si usted va a Londres tiene que darse la vuelta porque va al revés”. Los signos de los tiempos nos dicen si vamos hacia Londres o caminamos de espaldas a Londres.

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