Hoja Parroquial

Domingo 31 – B | Santos y difuntos | IQC2021

Domingo, 31 de octubre del 2021

Recordando a los que viven

difuntos y santos

Después de muchos años regresé a mi aldea natal y lo primero que hice fue, como hijo, visitar la tumba de mi madre. Fue un momento de desilusión y de ilusión a la vez. Desilusión, porque yo sabía exactamente donde había sido enterrada y cuando llegué allí no había ninguna señal que indicase a mi madre. Ni su nombre, ni la fecha de su fallecimiento.

De pronto, reaccioné. Mis primeros sentimientos no eran los adecuados. Sí había un signo. Tal vez el único signo de la muerte. Encima de lo que había sido su tumba, crecía fresca y verde la hierba. Es decir, mi madre no estaba allí, sino que se había ido toda en vida. No estaba muerta. No había señales de muerte. Estaba viva porque había señales de vida. No la vi a ella, pero sentí su presencia viva.

Las piadosas mujeres y los discípulos convirtieron la mañana de Pascua en visita al cementerio. Su meta había sido el sepulcro, pero estaba vacío. Él andaba ya vivo por el jardín. La vida no se siente a gusto en los sepulcros. La vida busca la hierba de los jardines.

Hay un cuadro ayacuchano de la Resurrección de Jesús, me resulta sumamente simpático. Jesús se aparece a las mujeres como el chacarero o jardinero, con su sombrero que lo protege del sol y la lampa para trabajar la tierra. Es el relato evangélico de Juan y de Lucas. No es el Jesús del sepulcro. Es el Jesús resucitado, el hombre nuevo, paseándose por el jardín como lo hacía el primer hombre estrenando su vida.

Por eso, al lado de cada sepulcro, debiera escucharse una voz pascual: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas? Vete, y anuncia que no estoy donde creéis, sino que estoy vivo y los espero en Galilea”.

Esa es, amigos, la verdad de nuestros cementerios en este Día de los Difuntos. ¿Por qué lloráis lo que nosotros celebramos? Porque mientras ustedes celebran y lloran la muerte, nosotros celebramos y cantamos a la vida. Nosotros no somos los difuntos, los que han muerto, sino los vivos, los que viven la verdad y la plenitud de la vida.

Las flores que muchos pondréis hoy en las tumbas, no debieran ser un recuerdo a la muerte, sino una celebración florida de la vida. No busquéis en los sepulcros a los que están vivos en el corazón y en el seno del Padre. No es el día de la muerte. Es el día de la vida. No es el día de los que han muerto, sino el día de los que han llegado a la vida. Nosotros, caminantes por esta vida estamos marcados y sellados con la experiencia de la muerte, pero aquellos que han sido llamados por Dios están marcados por la vida, por la resurrección.

Los cementerios debieran convertirse hoy en cantos a la vida, cantos a la esperanza, cantos al recuerdo agradecido de unos seres que viven y cuya vida está marcada de eterna Resurrección.

Los santos iguales, pero distintos

todos los santos

Khalil Gibran nos cuenta algo bien simpático. En el jardín de un manicomio, dice, me encontré con un joven de rostro pálido y hermoso y lleno de encanto. Sentándome a su lado le pregunté: “¿Por qué estás aquí?” Tu pregunta es inadecuada, pero te la voy a responder: “Mira: Mi padre se empeñó en que yo fuese una reproducción de él. Mi madre pretendía hacer mí una copia de su padre, mi abuelo. Mi hermano quería que yo fuese atleta como él. Mis profesores todos se empeñaron en hace de mí, una copia de sus propias ideas. Fue entonces que decidí venirme aquí, al manicomio, porque, al menos aquí puedo ser yo mismo”. ¿Y tú qué haces aquí? me pregunto. ¿Vives aquí? No, le respondí: “Yo soy un simple visitante”. “¡Ah, ya entiendo! Tú eres de los que viven en el manicomio del otro lado de la pared”.

La historieta es simple, pero a la vez de profundas raíces humanas. Todo el mundo se cree un modelo para los demás. De lo contrario, no se explica el que todos quieran que los demás sean una copia de ellos. Todos creen saber cómo tiene que ser uno y todos se imaginan que la mejor manera de hacernos a nosotros mismos, es que seamos copias de ellos.

¿Te imaginas que todos tuviésemos la misma cara? El mundo sería un muestrario demasiado aburrido, se parecería a un jardín donde sólo hay margaritas, o sólo hay rosas, o sólo hay claveles. Podrán ser bonitos las margaritas, y las rosas y los claveles, pero si existiesen ellos solos, ¡cuánta belleza dejaríamos de percibir! Si todos fuésemos copias de los otros, habría demasiada monotonía en la vida.

Ayer celebrábamos la Fiesta de todos los Santos. Toda la constelación de la santidad de la Iglesia. Infinidad de rostros de santidad. Infinidad de rostros de la “multiforme gracia de Dios”. Los santos son copias de Dios, pero la plenitud de Dios hace que todas sus copias sean diferentes. No hay dos santos iguales, aunque todos se parecen. Parecen iguales, porque todos llevan la marca de Dios, la marca del Evangelio. Pero todos son distintos. Todos son diferentes.

En el jardín de la santidad no hay dos flores iguales, no hay dos colores iguales, no hay dos perfumes idénticos. En el jardín de la santidad todos somos distintos porque en cada uno Dios revela y manifiesta de manera personal su propio amor y su propia santidad. El santo que hay en ti es parecido, pero no igual, al santo que hay en mí. No hay un solo camino de santidad, sino tantos cuantos son los santos. La santidad de Dios se hace jardín de santos, todos parecidos, pero todos diferentes.

¿Prepararse para morir?

dia de muertos

Hablaba yo de que la vida no era sino una preparación para la muerte. Alguien me dijo luego. “Padre, ¡qué masoquista es usted!” No entiendo, le respondí. “¿Usted se imagina pasar toda la vida con la muerte en la punta de las narices?” Yo, terco con lo mío, le dije: “¡Pues me parece fantástico!” “Vamos ver, le dije: ¿cuántos años estuviste esperando gozoso el día de tu boda? Y yo me imagino que eran años de preparación para lograr luego un lindo matrimonio. Pues mira, prepararnos para la muerte es prepararnos para el encuentro gozoso con el Señor en las bodas eternas con él”. Y aún añadí: “Durante nueve meses estuvisteis a la espera del hijo. Era una espera gozosa. Pues morir es el nacer definitivo a la vida definitiva.  Por tanto, prepararnos a bien morir, no significa vivir toda la vida bajo la amenaza de la muerte, sino bajo la amenaza de la vida, del nacimiento definitivo en Cristo.”

Lo que sucede es que, con frecuencia, nosotros sólo queremos ver el lado de acá de la muerte y nos olvidamos de ver el otro lado. Muchos nos empeñamos en mirar a la muerte, siempre por la espalda y no nos atrevemos a mirarle a la cara. Y la cara de la muerte es la vida.

Cuando Jesús hablaba de su muerte, a veces, sus ojos también se fijaban en la espalda y entonces decía “mi alma está turbada”. Pero luego le miraba al rostro y exclamaba: “Padre glorifica tu nombre”. Cuando la muerte de su amigo Lázaro, ante el desconsuelo de las hermanas, les dice: “Se crees verás la gloria de Dios”.

Jesús fue glorificado en la Cruz. La cruz fue la máxima expresión del rostro y del amor de Dios. Nosotros somos glorificados en nuestra muerte. También ella nos revela en su plenitud el rostro de Dios nuestro Padre. El rostro que aún no podemos ver nosotros, sino en espejo, los que mueren sienten que se les corre el velo de lo humano y entran a la contemplación de lo divino.

Prepararse para morir es prepararse para la fiesta de la vida. Prepararse para morir es comenzar a celebrar la fiesta de la vida ya en esta condición mortal.

Historias de muertes

dia de difuntos

La vida es todo un proceso de muertes y vidas.
No habría vida si no hubiese muertes.

El nacimiento es la muerte a la vida intrauterina, pero nacer a la vida en este tremendo útero del mundo.
El niño muere a un modo de ser infantil, el mundo de los juguetes, para amanecer en la nueva vida del adolescente.
El adolescente tiene que morir a esa edad del ser y no ser, donde todo se ve confuso, para despertarse un día en la juventud. Si no muere el adolescente no renace el joven.
El joven también tendrá que morir a su mundo primaveral, si quiere un día amanecer en la madurez del adulto.
El novio tiene que morir a su soltería, si quiere celebrar la boda de su matrimonio.
Los padres tienen que morir a la presencia de los hijos en casa, si quieren ver florecer un nuevo hogar.

La gente madura tiene que morir a esa plenitud de vida, para encontrarse un día con un sereno atardecer de la vejez.
Y los viejos aferrados a su tarde de la vida, también tendrán que decirle adiós, si es que quieren amanecer en la Pascua de la vida.

Las semillas mueren para que las mesas tengan abundante pan.
Las flores mueren para que los árboles se llenen de frutos maduros.
Todo muere, pero para que todo viva.
Nadie muere por amor a la muerte.
Todos morimos porque amamos la vida.
La muerte es para todos, la manera de pasar de una condición de vida a otra diferente.
No es la muerte por la muerte.
Es la muerte como exigencia de la vida.

Nadie celebra la muerte.
Todos celebramos la vida.
Pero celebramos la vida en la experiencia de nuestra historia de morir.

Para cuando llega eso que sí llamamos “muerte”, ¡cuántas muertes se han estrenado en nuestras vidas! Cuando decimos morir ya estábamos acostumbrados a morir muchas veces. Esas muertes hacen posible que podamos experimentar en nosotros toda una historia de vidas. Todo hasta que podamos llegar a la plenitud de vida en Dios. Al cielo llegamos celebrando muertes y estrenando vidas.

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