Domingo, 6 de febrero del 2022
“Apártate de mi que soy un pecador”
el pecado
Ante el milagro de la gran pesca, Pedro se siente desbordado de admiración por Jesús. Como que ve a Jesús tan alto y a él tan abajo que termina exclamando: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. En esta confesión de Pedro hay tres elementos a tener en cuenta:
La conciencia de pecado surge del conocimiento de Jesús. Con frecuencia, la moral se fundamenta exclusivamente sobre lo que hacemos o no hacemos. La moral tiene que partir ante todo de una experiencia de Dios. Cuando experimentamos a Dios, entonces asumimos una conciencia más clara de nosotros mismos. Cuando descubrimos el amor de Dios, entonces nos damos cuenta de la importancia del pecado. Sin esa conciencia y experiencia de Dios, ¿cómo valorar el pecado? La ley, como tal, declara nuestros actos buenos o malos, pero es una bondad legal. La verdadera conciencia tiene que nacer de la experiencia del amor que Dios nos tiene. Cuando se da esta experiencia, no necesitamos de la ley. Es nuestra infidelidad al amor, lo que nos acusa y nos hace sentir mal. Eso es lo que le sucedió a Pedro.
Lo malo de la reacción de Pedro. Su experiencia de pecador, lo aleja de Jesús. Le manda a Jesús que no se le acerque que no es digno de su amistad. La verdadera conciencia de pecado nos indica nuestra distancia de Dios, pero también nos hace sentir más profundamente la necesidad de su amor, de su compañía. La verdadera experiencia de Dios no sólo nos da la conciencia de nuestro pecado, sino que también nos tiene que llevar a sentir más la necesidad del Dios que nos salve. Lo otro puede ser un dolor masoquista, no creyente. Cuando pecamos seguimos siendo hijos de Dios. Es preciso tomar conciencia de pecado, no como extraños, sino conciencia filial. Sentimos que Dios sigue siendo nuestro Padre y nosotros sus hijos. Judas también se arrepintió, pero de un modo incrédulo. Fue el arrepentimiento con desesperación. El arrepentimiento creyente es un arrepentimiento con esperanza.
Reacción de Jesús: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Es Jesús quien invita a Pedro no sólo a salir de su pecado, sino que lo abre al cambio, a ser discípulo. El pecador convertido en pescador de pecadores. El pecador convertido en camino de gracia para todos los pecadores. Pedro quiere quedarse encerrado en su condición pecadora, pero Jesús lo saca de esa condición y lo convierte en Evangelio de gracia para los demás.
El principio de la conciencia
pecado y conciencia
Cuando decimos “a mí me parece” podemos estar diciendo una “gran verdad” y una “gran mentira”.
Una “gran mentira” cayendo en el subjetivismo. La verdad no es lo que a mí me conviene, lo que a mí interesa. Eso es acomodar la verdad a mis gustos, necesidades o intereses. Una señora durante años dio cantidad de conferencias sobre el matrimonio. Hasta que por circunstancias, sufrió el divorcio. Pasado algún tiempo, se encontró con un antiguo amor, volvió a enamorarse y ahora no entendía que la Iglesia impidiese un segundo matrimonio. Toda la culpa de su desgracia la tenía la Iglesia.
Una “gran verdad” cuando responde a una conciencia recta, verdaderamente formada. Ya que sabemos que el verdadero juez de nuestras acciones es siempre una conciencia clara, recta, bien formada. Jean Guitton cita una frase, que es un brindis del Cardenal Newman y que el Papa Pablo VI solía recordar: “Bebo a la salud de mi conciencia, en primer lugar, y, a la salud del Papa”.
Supuesta una conciencia clara, formada, recta, ésta será siempre la última instancia de la moralidad de nuestros actos. En ese sentido, sí pudiéramos decir que “a mí me parece” porque, al fin y al cabo, yo debo actuar a la luz de esa conciencia.
El subjetivismo es una distorsión de la conciencia. La verdad de una conciencia clara, recta, es un criterio de verdad, autenticidad. La dificultad está en determinar cuando la conciencia está debidamente formada. Una conciencia delicada y fina, no escrupulosa, una conciencia que quiere mantenerse fiel a las exigencias del Evangelio puede considerarse conciencia bien formada.
Todos somos inocentes
inocentes y pecadores
La reacción de Pedro se presta a hacer una reflexión sobre la conciencia de pecado y de pecadores. Estas expresiones ya no tienen hoy mayor validez en la conciencia de los hombres. La cultura moderna ha ejercido una gran influencia como anestésico de las conciencias.
Freud con su teoría del consciente, subconsciente e inconsciente trató de atribuir el problema de la conciencia al inconsciente. Hay que evitar que la gente tengo conciencia de pecado porque eso traumatiza al ser humano. El mejor camino es privarnos de conciencia. Nosotros no somos pecadores. No somos responsables de nuestros actos. El único responsable es el “ello”, el “inconsciente”, él es el que nos quiere traumatizar. Responsables son los otros, es la sociedad. Una manera psicoterapia que consiste en negar la responsabilidad y la conciencia.
Marx, por su parte, dio un paso más. La responsabilidad del pecado la tiene el capitalismo, la propiedad privada, los medios de producción, pero no la persona. La persona, como tal, es inocente.
De esta manera, sin darnos cuenta, cada uno hemos ido liberándonos de la responsabilidad y de la conciencia. Ya no hay culpables, sólo la sociedad es culpable. Que los hijos se drogan, los padres y la sociedad son los culpables, ellos son unos santos. Que el divorcio es hoy una lacra social, la culpable es la sociedad, las estructuras, la pareja, los dos son unos santos.
Lo importante ya no es formar una recta y adecuada conciencia. Ahora mejor les quitamos la conciencia a todos. Matamos la conciencia y así eliminamos el pecado. Seguimos haciendo lo mismo, pero lo que hacemos ya no es pecado. En todo caso, está el subjetivismo, el “a mí me parece…”, “yo creo…”, “yo pienso…”. Son nuestras ideas los criterios de moralidad.
La supresión de la conciencia y el ateísmo
conciencia y ateísmo
J. Lacroix tiene una frase que merece ser analizada por todos: “El ateísmo contemporáneo no es más que el rechazo de la culpabilidad”. El olvido de Dios como elemento referencial de conducta suele ir acompañado de la pérdida de conciencia y responsabilidad. Por su parte, la pérdida de la conciencia desemboca, igualmente, en un fácil ateísmo.
Es cierto que cierta moral legalista ha creado demasiadas neurosis de conciencia. La verdadera conciencia no es ninguna trituradora del alma. Por otra parte, no podemos confundir neurosis con conciencia. No podemos confundir neurosis con delicadeza de conciencia. Las neurosis son deformaciones de la conciencia. La delicadeza de conciencia, por el contrario, es una actitud franca, sincera, coherente con nuestras conductas.
La buena conciencia es como una especie de fiebre del espíritu, que está indicando que algo no está bien en nuestro espíritu. Mientras que las neurosis son falsas alarmas del espíritu.
Matar la conciencia es perder el sentido de la vida. Matar la conciencia es perder la brújula del barco o del avión. ¿Molesta, acaso, la brújula al capitán cuando le marca el camino hacia dónde dirigir el barco? Vivir sin conciencia es vivir sin saber hacia dónde ir.