Hoja Parroquial

Domingo 24 – A | El Perdón

13 de setiembre del 2020

¿Sentimos nosotros la necesidad del Perdón?

perdón

La pregunta puede parecer un tanto tonta y hasta posiblemente lo sea. Sin embargo, personalmente la sigo considerando fundamental porque el problema del perdón no es tan simple como pudiera parecer. Plantear el problema del perdón es plantear una serie de cuestionamientos colaterales: En primer lugar, nuestra experiencia de Dios. En segundo lugar, nuestra conciencia de pecado. Y, luego, como consecuencia la experiencia del perdón.

La experiencia de Dios. Donde se va apagando la conciencia de Dios es claro que se va apagando la experiencia del pecado. Porque si Dios no es una realidad viva en nuestras vidas, ¿qué consistencia y que significado puede tener el pecar? La experiencia viva de Dios despierta la sensibilidad y la conciencia del pecado como ofensa a Dios. Cuando Dios se apaga en nuestras conciencias, con Él también se apaga la conciencia del pecado. Es decir, hay una correlación entre Dios-pecado.

Así los santos que viven a fondo la experiencia de Dios son sumamente sensibles al pecado. En tanto que al que no cree, o tiene una fe diluida, su conciencia no le acusa de nada. Lo cual es lógico. Cuanta más luz hay en una habitación, más nos hace ver el polvo sobre los muebles. Pero cuanta más oscuridad haya, terminamos por no ver ni siquiera las barreduras.

La experiencia del pecado. A mayor olvido de Dios, menos conciencia de pecado. Y a menor conciencia de pecado, menos necesidad del perdón. Tres elementos que caminan juntos: oscurecimiento de Dios implica debilitamiento de la conciencia y verdad del pecado. Como lógica consecuencia, menos necesidad del perdón. El agua resulta esencial para quien se siente sucio y quiere lavarse, pero resulta sin importancia para quien se siente limpio y no necesita lavarse. Quienes alegremente dicen que ellos no tienen pecado, es posible que lo digan con sinceridad. Es que la conciencia de pecado se apaga en la misma medida en la que se diluye y apaga la experiencia de Dios. Quien ha perdido o, simplemente, no siente la realidad ni el dolor del pecado, tampoco siente mayor urgencia de confesarse o de pedir perdón.

Quien no siente necesidad de confesarse, lo primero que tendría que preguntarse es cuál es su experiencia de Dios. Su problema básico no es la confesión, su verdadero problema es el oscurecimiento de Dios en su conciencia.

La tacañería del Perdón

Perdón

“¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?” Es la pregunta de quien no ha experimentado el perdón ni ha perdonado de verdad. El perdón es expresión del amor. El amor no entiende de matemáticas. El amor que mide los perdones, no es amor de verdad.

¿Cómo sonaría la pregunta invertida? ¿Cuántas veces tendrá que perdonarnos Dios? Si alguien hiciese esa pregunta estaría hablando de un Dios muy pequeño, pero no del Dios de Jesús. Porque el Dios que Jesús nos revela es: “Un Dios que ama siempre”. “Un Dios que perdona siempre”. “Un Dios que olvida siempre”.

Quien ama siempre, perdona siempre u olvida siempre, no es ciertamente un Dios que podemos meter en nuestras pequeñas contabilidades. ¿Te imaginas a Dios que sólo pueda perdonarnos siete veces y luego no tenga ya más amor para seguirnos perdonando?

El problema del perdón es problema del corazón, es un problema de amor. De ahí que más que decir “yo no puedo perdonarle”, mejor sería decir “yo no tengo amor suficiente para perdonar”. “Es que me ofendió demasiado”, tampoco ese es el problema. El problema está que mi amor es tan limitado que es más pequeño que la ofensa recibida. Por eso tendríamos que cambiar nuestra manera de hablar: No digas “no puedo perdonar”. Mejor dices: “no tengo amor”, por eso mi situación es grave. Y es grave porque si no amo, todo lo que haga no me sirve de nada. Al menos así lo entendió Pablo: “Aunque tenga el don de lenguas o de milagros, si no tengo amor… soy una campana rota”.

La experiencia del Perdón

perdonar

No basta que Dios nos perdone, es necesario hacer la experiencia del perdón. No basta saber que Dios me perdona, es necesario sentirme perdonado.

Hacer esa experiencia gozosa de lo que el perdón significa en mi vida. Hacer la experiencia de ser perdonado es una de las maneras más bellas de experimentarnos a nosotros como personas amadas de Dios. Sólo la experiencia del perdón nos enseñará el camino del perdón. Quien nunca ha sido perdonado, nunca sabrá perdonar.

El hombre de la parábola fue perdonado, pero no se sintió perdonado. No se dio en su interioridad la verdadera experiencia de lo que significa ser perdonado. Por eso mismo, tampoco supo perdonar.

Ese suele ser también uno de los problemas de las confesiones. Sabemos que Dios perdona. Sabemos que Dios puede perdonarme. Hemos escuchado el perdón en la absolución del sacerdote, pero nosotros no hemos hecho la fiesta interior del perdón. Es más, muchos salen del confesionario no gozando de la fiesta, sino pensando si algo se le habrá pasado y no lo ha dicho. Siguen pensando más en sus pecados, que en lo que Dios acaba de hacer en ellos. Se confiesan mil veces y son incapaces de celebrar una sola fiesta.

Es por ello que me viene una pregunta: ¿Por qué a quienes nos confesamos con tanta frecuencia nos cuesta luego perdonar a los que nos han ofendido? Quien nunca ha celebrado la fiesta de su perdón por parte de Dios, nunca celebrará la fiesta del perdón al hermano. Su perdón será siempre algo sumamente doloroso y nunca perdonará de verdad. Perdonará, pero escondido siempre en el caparazón del dolor de perdonar.

No te dejes vencer por el mal

vence el mal

Si tú me ofendes.
Me dolerá, pero yo te perdono.
Si tú hablas mal de mí.
Me dolerá, pero yo hablaré bien de ti.
Si tú me niegas tu palabra.
Me dolerá, pero yo seguiré hablándote.
Si tú me criticas.
Me dolerá, pero yo te haré quedar bien ante los demás.
Si tú murmuras de mí.
Me dolerá, pero yo diré que eres una bella persona.
Si tú me odias.
Me dolerá, pero seguiré amándote.

El mal solo es posible vencerlo con el bien.
La tristeza solo se vence con la alegría.
El silencio solo se vence hablando con paz.
Las guerras solo se ganan con la paz.
“No te dejes vencer por el mal.
Vence el mal con el bien” (Rom 17,21)

Cuando respondes al mal con el mal, los dos sois iguales.
Cuando respondes al mal con el bien, tú ganas la batalla.

¿Que perdonar es cobardía?
¡Pues haces la prueba y verás donde se necesita hace mayor esfuerzo!
¿Qué hablan mal de ti? Callar requiere mayor esfuerzo que responder.
El mundo no tendrá paz confrontando y midiendo nuestras fuerzas.
El mundo sólo tendrá paz cuando midamos la grandeza de nuestros corazones.

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