Hoja Parroquial

Domingo 25 – A | La Gratuidad del Amor

Domingo 20 de setiembre del 2020

Difícil entender a Dios

la gratuidad del amor

Dios es difícil de entender, por la sencilla razón de que Dios es misterio. Y ante el misterio, lo mejor es poner de rodillas nuestra mente y nuestro corazón. Lo que no entendemos de pie, es posible que podamos aceptarlo de rodillas.

Y no es que las rodillas entiendan lo que no entiende la cabeza. Pero de rodillas entramos por el único camino que nos queda para meternos en su misterio. Contemplar, adorar, admirar, que también son maneras humanas de sentir el misterio.

El mayor problema no es el mismo Dios. El mayor problema para entender a Dios somos nosotros mismos. Sobre todo, cuando nos creamos nuestro propio Dios, cuando nuestra mente tiene una idea y concepción de Dios y luego cuando tratamos de meter a Dios en ellas, Dios no entra. Dios no cabe en ese diminuto espacio. La razón es que choca y rebota: El Dios de Jesús choca con el Dios que nosotros pensamos y queremos.

Nosotros nos imaginamos un Dios como nosotros y Dios es totalmente otro.

Nosotros nos imaginamos a un Dios justo que paga a cada uno lo que es justo y el Dios de Jesús no paga según nuestros méritos sino según la generosidad de su corazón.

Nosotros nos imaginamos un Dios que paga más al que más ha trabajado y Dios por la tarde paga a los que han trabajado poco como a los que han trabajado mucho.

Nosotros nos imaginamos que Dios tiene que pagar más a los que toda su vida han sido buenos y, en la tarde de la vida, Dios paga igual a los que se convirtieron a última hora, ya en el atardecer de su vida.

Nosotros nos imaginamos a un Dios que tiene que amar a los buenos y castigar a los malos. Jesús nos revela un Dios que ama a “buenos y malos”, que hace fiesta por el pecador que se arrepiente y vuelve a casa y no hace fiesta por los santos que siempre estuvieron en casa.

Como ves, nuestras ideas de Dios son todo un obstáculo para aceptar el Dios de Jesús. Con un Dios así adónde vamos. ¿Quién le entiende? Con un Dios que paga a los últimos, a los del atardecer, igual que a los que se chuparon todo el sol del día, adónde podemos ir.

Antes de pensar en abrirnos al Dios de Jesús, tendremos que renunciar al nuestro. Renunciar a nuestras ideas de Dios, a nuestros pensamientos de Dios, a nuestra visión de Dios.

Mérito y generosidad del Amor

generosidad

La parábola de los labradores invitados a la viña nos plantea un problema. Los labradores piensan cada uno en los méritos que tienen para cobrar su salario. “Hemos aguantado el duro calor del sol y hemos trabajado todo el día. Estos últimos, apenas si se han ensuciado las manos”. Nosotros merecemos más que ellos. Ellos merecen cobrar menos que nosotros. Es la lógica de nuestra justicia.

Pero al lado está la otra justicia, la del amor, la generosidad del corazón de Dios. A los “últimos me da a mí la gana de pagarles como los primeros”. Claro que no entendemos esto porque nuestros criterios del mérito son distintos. Los hombres pensamos en la “justicia”. Dios piensa en y desde el amor.

En la vida espiritual nos han hablado mucho de que es preciso “ganar méritos” delante de Dios. Algo así como si Dios nos pagase según lo que cada uno ha invertido. Sin embargo, la parábola quiere destacar más la gratuidad de Dios que los méritos de los trabajadores. Hay una oración en la Liturgia donde se le pide a Dios, que no nos pague según nuestros méritos sino según la grandeza de su misericordia.

Personalmente no llevo cuenta de mis méritos. Soy consciente que, si Dios solo tiene en cuenta lo que “yo merezco”, no me va a tocar gran cosa. Prefiero confiar en la gratuidad del corazón de Dios, porque entonces sí espero una buena herencia en el cielo. Algunos santos, tenían la costumbre de “revestirse no de sus méritos, sino de la bondad de Dios”. Me parece un sistema estupendo para recuperar la alegría del corazón.

Medir a los demás con nuestro corazón

corazón

El Evangelio nos dice que hay dos maneras de medir al hermano. O lo medimos con nuestra propia medida, o lo medimos como lo mide Dios. “Con la medida con que midáis a los demás seréis medidos”. Jesús es consciente de que el hermano puede ser medido de varias maneras. Para él, la verdadera opción de medida es “como Dios nos mide”. La opción peligrosa es “medirlo con nuestra propia medida”.

Personalmente prefiero ser medido por Dios que por los hombres.

Sé que Dios me conoce en mi verdad. Mientras que los hombres me conocen a medias y desde afuera.

Sé que Dios me mide con la vara de su amor. Mientras que los hombres me miden desde la pequeñez de su amor. Ningún hombre ha dado la vida por mí. Mientras que Dios ha entregado la suya en la cruz.

¿A quién prefieres como juez de tu vida? ¿A quien es capaz de morir por ti o a quien, por las justas, te da los buenos días?

Desde niños nos han metido tremendo miedo al juicio de Dios. Hoy estoy convencido de que Dios será mucho mejor juez de mi vida que aquellos que se empeñaron en convencerme de tenerle miedo.

La difícil gratuidad

gratuidad

Hoy todo se vende. Todo se compra.
¿Cómo entender la gratuidad?
Si te portas bien, te compraré….
¿Cómo hablarle de la gratuidad?
Si inviertes, ganarás ….
¿Cómo convencerle de la gratuidad?
Si me das, te doy.
¿Cómo pensar en la gratuidad?
Sin embargo, tenemos que proclamar la gratuidad.

Porque la vida no es un mercado.
Porque la vida no es un sistema bancario.
Porque la vida no es una matemática de ganancias.

Donde no hay gratuidad no existe el amor.
Donde no hay gratuidad todos nos movemos por intereses.
Donde no hay gratuidad todos tenemos miedo a no ser amados.
Donde no hay gratuidad todos tratamos de comprarnos mutuamente.

Hablemos de la gratuidad.
Enseñemos la gratuidad.
Proclamemos la gratuidad.
Vivamos en la gratuidad.
El mundo tendrá otro rostro y nosotros seremos diferentes.

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