Domingo, 2 de octubre del 2022
La utopía del Reino es difícil
difícil pero no imposible
El Evangelio nos sitúa en un momento en el que los Discípulos diera la impresión de haber tomado conciencia de la misión que tienen por delante. El anuncio del Reino es maravilloso, pero los obstáculos y dificultades que encuentra son demasiado grandes.
Hoy nosotros lo diríamos de otra manera:
¿No será una utopía la pretensión de querer cambiar el mundo y la sociedad?
¿No será una utopía pretender cambiar la mentalidad de una sociedad que cada día se aleja más de los ideales del Reino de Dios?
Son muchos los que hoy hablan del Evangelio como una utopía inútil. Si miramos las cosas desde la realidad, el hombre prefiere la seguridad del progreso, prefiere las disfrutes de lo inmediato, prefiere aferrarse a las seguridades que le ofrece una sociedad del dinero, del tener y del poder.
Presentar hoy al hombre de hoy el ideal y la utopía, por ejemplo de las bienaventuranzas o del seguimiento de Jesús por los caminos de la Cruz, pareciera algo tan utópico que termina siendo imposible.
Todos nos lamentamos de que el mundo está mal, pero cuando se le presenta el ideal del Evangelio, lo toma como una broma, una especie de tomadura de pelo. Hoy preferimos las seguridades que nos ofrece el progreso, el desarrollo económico, a la utopía de vivir de las esperanzas que nos ofrece el Evangelio.
Los Apóstoles se vieron situados frente a una sociedad demasiado instalada, fuerte y segura de sí misma. El anuncio del Reino era un ideal bonito, pero irreal frente a una sociedad que se auto defendía a sí misma y se protegía contra la utopía de lo nuevo.
Eso, evidentemente, les puso en una situación de duda, de inseguridad. Era más el miedo a la sociedad que su fe en su propia utopía. Se dieron cuenta de que la fe que tenían en el Evangelio era más débil que su miedo a perforar las resistencias del mundo. De ahí que le pidan a Jesús: “Señor, auméntanos la fe”. “Mira que aún no tenemos una fe suficiente como para enfrentarnos con el mundo”. Jesús los ratifica en su experiencia. Vuestro problema no es el mundo, vuestro problema es la poca fe que tenéis. Les hace ver que, la fuerza de la fe es capaz de todo, incluso de cambiar de lugar a las montañas.
¿Buenos por la sardina?
delfines
Desde niños, nos han enseñado cosas que nos han hecho mucho daño. Entre ellas, nos han enseñado el egoísmo de ser buenos.
¿Te has dado cuenta de los maravillosos que son los delfines? Parecen unos niños traviesos, pero felices de la vida. ¿Te has dado cuenta de algo? Hacen sus piruetas, pero de inmediato regresan a la orilla a la espera de la sardina. Les das la sardina y salen de nuevo a divertirte, pero eso sí, rápidamente vuelven por su sardina. Divertidos sí, pero también unos grandes egoístas. Nada lo hacen gratis. ¡Todo por la sardina!
Pues, a nosotros nos han enseñado lo mismo desde niños: A ser buenos, por la sardina. “Si te portas bien, te llevaré…”. “Si estudias mucho te daré…”. “Si eres obediente, te prometo…”. Es decir, nos han enseñado a ser buenos por la sardina. A estudiar por la sardina. A ser obedientes por la sardina. Si no hay sardina, no tengo por qué portarme bien, ni estudiar, ni ser obediente. Como me han acostumbrado así, ¿para qué ser bueno si ya no hay sardinas?
La mejor recompensa en la vida no puede ser la sardina, sino la satisfacción misma de la vida. La mejor recompensa de ser bueno es la bondad misma del corazón. La mejor recompensa de ser estudioso es la satisfacción de saber y aprender y ser alguien en la vida.
“¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?”. La verdad es que quien hace lo mandado, ha hecho lo que tenía que hacer.
El mejor regalo de ser santos, es la santidad misma. El mejor regalo de amar, es el amor mismo. El mejor regalo de la fidelidad, es la alegría de la verdad del amor. ¿Por qué todo tiene que ser comprado, vendido, pagado? ¿Dónde está la alegría de la gratuidad?
No cambio porque no creo en mi
cambiar
Si tuvieses fe en ti: nada habría imposible para ti.
Si tuvieses fe en ti: todo sería posible para ti.
Tú dices que “sí”, pero en el fondo se te mueve el piso con tus dudas.
Por eso tú eres de los que “quisieras”, pero eres de los que “nunca” quieres de verdad.
“Yo quisiera salir de la droga”. Pero, ¡lo veo tan difícil! ¡No crees en ti!
“Yo quisiera salir del trago”. Pero, ¡con los amigos es tan difícil! ¡No crees en ti!
“Yo quisiera dominar mis instintos”. Pero, ¡son tan fuertes! ¡No crees en ti!
“Yo quisiera ser fiel en mi matrimonio”. Pero, ¡con las ocasiones que uno tiene! ¡No crees en ti!
“Yo quisiera ir a Misa todos los domingos”. Pero, ¡tengo tan poca voluntad! ¡No crees en ti!
“Yo quisiera cambiar mi carácter”. Pero, ¡lo tengo tan fregado! ¡No crees en ti!
“Yo quisiera ser santo”. Pero, ¡el ambiente no ayuda nada! ¡No crees en ti!
Es decir:
Vemos más las dificultades que nuestras posibilidades.
Vemos más los obstáculos que nuestras fuerzas.
Vemos más la distancia que nuestras fuerzas para correr.
Los problemas, la mayor parte de las veces, no están fuera, en las cosas, sino en nosotros, en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestra “poca fe”. Los grandes triunfos no comienzan por ver las dificultades, sino por convencernos de nuestras posibilidades. “Nada hay imposible para el que cree”.
El éxito está en creer en ti
éxito
Todo es imposible para ti y todo es posible.
Todo es imposible: si no tienes fe en ti.
Todo es posible: cuando crees en ti.
Todo es imposible: cuando tengo miedo a los demás.
Todo es posible: cuando me creo tanto como los demás.
Muchas de nuestras metas se desdibujan y pierden en el horizonte, sencillamente porque nos da miedo el mirarlas.
Muchos de nuestros ideales se vienen abajo porque terminamos por no creer en ellos.
Muchos de nuestros esfuerzos se quiebran porque comenzamos a dudar de nosotros mismos.
Muchas empresas quedan a medio camino porque nos dan miedo las alturas y los riesgos.
Muchos de nuestros sueños se apagan porque no creemos en ellos.
No podemos dudar de la dificultad de las cosas, pero cuando nuestras dudas son más grandes que nuestras seguridades, todo se viene abajo.
Uno de nuestros problemas como cristianos es que:
No tenemos fe en el Evangelio. No creemos pueda fermentar la mentalidad y la cultura en la que vivimos. No tenemos fe en los ideales del Reino. Es que no creemos que sea capaz de fermentar la sociedad.
No tenemos fe en los ideales que anunciamos y creemos que los obstáculos son mayores.
Hablamos del Evangelio, pero si no creyésemos en él. Hablamos del Reino, pero como si fuese por obligación y no por ilusión.
¿Y así pretendemos cambiar el mundo? Hay que reconocerlo. No es problema de dificultades, es problema de falta de fe. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”.