Hoja Parroquial

Domingo 26 – C | Teología de las migajas

Domingo, 25 de setiembre del 2022

“La teología de las migajas”

migajas y teología

Claro, ¡qué buenas son las migajas cuando no se tiene un trozo de pan! ¡Qué bueno es lo que sobra cuando carecemos de lo necesario! ¡Qué buena es la limosna, cuando carecemos de lo propio! “Lo sobrante” ha tenido y sigue teniendo mala literatura. “Lo sobrante” huele un poco a desprecio. Una manera de rebajar al otro.

Sin embargo, pensándolo bien, ¡qué importante es lo sobrante, lo que queda, satisfechas nuestras necesidades! Cuántos estómagos se llenaría con lo que sobra en el mundo. ¡Cuántas hambres quedarían satisfechas, con solo repartir las migajas que a otros se les caen de la mesa!  Hay millones de personas que no nos piden el pan de nuestra mesa. Sencillamente se darían por satisfechos con lo que cae de la mesa. Con frecuencia, preferimos que dichas migajas se pierdan a no compartirlas con los demás.

El Evangelio del rico y el pobre Lázaro, bien pudieran ser una llamada a plantearnos en el mundo no el problemas de la riqueza misma, sino el problema de lo sobrante, el problema de las migajas.

Algunos sociólogos y economistas llegan a afirmar que un tercio o casi la mitad de lo que tenemos se desperdicia. Mientras haya hambrientos en el mundo, desperdiciar lo que sobra es un pecado de lesa humanidad porque con ese sobrante comerían todos los pobres del mundo.

Si necesitamos una teología de la riqueza, una teología de lo necesario, también nos urge una teología de lo sobrante, una teología de las migajas, porque eso sobrante no es algo que realmente sobra. Nos puede sobrar a nosotros, pero ese sobrante es “lo necesario de los pobres”.

El mendigo Lázaro no pedía sentarse a la mesa y participar en el banquete, sólo reclamaba llenar su estómago de migajas. Los textos de la Biblia, suelen poner ahí puntos suspensivos, como que no quisieran avergonzarnos. La Biblia de Jerusalén lo añade en una nota “y nadie se las daba”.  Lo que cae de la mesa, ya no es nuestro, pertenece a otros. Ha dejado de ser nuestro, por tanto no debiéramos ser nosotros quienes dispusiéramos de él.

Al mundo rico de hoy no se le pedirá tanto cuenta de las riquezas que ha producido, sino qué ha hecho con lo sobrante. Hemos hecho demasiada teología contra los ricos y la riqueza. ¿No será el momento de comenzar a hacer teología “de lo que nos sobra”? ¿Teología de las migajas?

Los muertos ya no hablan

muertos

Personalmente, al menos, nunca he escuchado a ningún muerto. ¿Será por eso que estamos esperando a que sean ellos los que nos vienen a anunciar el Evangelio?  No les escuchamos mientras vivían, ¿los escucharemos ahora que han muerto?

Dios no envía muertos a predicar el Evangelio, ni a decirnos la verdad. Dios habla a través de los vivos y es a ellos a quienes tendremos que escuchar. Quien no escucha a los vivos jamás escuchará “ni, aunque resucite un muerto”.

Del otro lado vino Jesús, y ya sabemos qué caso le hicimos. Él vino del otro lado de la muerte, y “ni le recibimos”, “ni le conocimos”, nos dice Juan en el Prólogo de su Evangelio.

Dios no envía muertos, Dios envía a los vivos. Te envía a ti, me envía a mí, nos envía a todos. Si nosotros nos escuchamos, en vano esperaremos a los muertos. En una ocasión, dicen que Jaimito preguntó a su papá: “Papá, ¿de dónde he venido yo? Tú has venido de una rosa. ¡Qué poético! ¿Y mi hermanita? ¡De un clavel! ¡No digo yo que en mi familia no hay ninguno normal!”

¿Y seremos normales nosotros cuando nos empeñamos en que regrese algún muerto a que nos cuente algo del más allá? “No escucharon a Moisés, y tampoco a los profetas. No harían caso ni aunque resucite un muerto”. Porque si resucita un muerto, tendríamos suficientes argumentos para auto defendernos: “Esto es una fantasía, una imaginación”. “Es imposible que resuciten los muertos, por tanto, estoy viendo visiones”. “Se trata de una reencarnación”.

No se escucha, cuando no se quiere escuchar. Sólo escuchando a los vivos llegaremos a la verdad de la vida.

Bienaventurados los que buscan la verdad

bienaventuranzas

Porque quien la busca la encuentra.
Porque quien la encuentra, ha encontrado el camino.
Porque quien encuentra el camino, sabe a dónde va.
Porque quien sabe a dónde va, camina seguro.

Porque quien busca la verdad, se encuentra a sí mismo.
Porque quien busca la verdad, encuentra a Dios.

Porque quien encuentra a Dios es feliz.
Porque quien es feliz vive cantando la vida.
Porque quien vive cantando, vive más plenamente.
Porque quien busca la verdad, no se engaña a sí mismo.
Porque quien busca la verdad, no engaña a los demás.
Porque quien busca la verdad, la mostrará a los demás.
Porque quien busca la verdad, la comparte con los demás.
Porque quien busca la verdad, y la comparte hace mejores a los demás.
Porque quien busca la verdad, ya está saliendo de la oscuridad.
Porque quien busca la verdad, ya está amaneciendo a la luz.
Porque quien busca la verdad, alumbra donde esté.
Porque quien busca la verdad, busca sus propias raíces.

Porque quien encuentra sus raíces, encuentra su razón de ser.
Porque quien encuentra su razón de ser, encontró lo esencial.
Porque quien encontró lo esencial, se encontró a sí mismo.

“Queremos ver el amanecer”

el amanecer

“La primavera se hace a golpes de inviernos”.
La misión de la primavera es despertar las raíces dormidas en el invierno.
La primavera despierta las semillas de su sueño.
La primavera despierta las flores que dormían en las ramas.
La primavera despierta la vida que parecía muerta y estaba dormida.

La vida se hace primavera a golpes de momentos difíciles.

Todo parecía muerto en nuestras vidas, y de golpe la primavera de la esperanza.
Todo parecía no tener sentido, y de golpe, amanece en el horizonte.
Todo parecía que ya no había futuro, y de golpe, amanece el día.

Momentos de oscuridad que, de repente, se llenan de luz.
Momentos de desilusión que, de repente, se encienden de esperanza.
Momentos de dolor que, de repente se llenan de salud.

Es fácil ver la primavera cuando se despierta.
Pero hay que ver la primavera en los fríos días del invierno.
Es primavera para quien quiera verla.

Aquellos monjes estaban derribando los muros del monasterio.
Alguien les pregunta ¿por qué derribar muros tan estupendos?
La respuesta fue clara:“Queremos ver el amanecer”.

Los muros impiden ver las primeras luces del amanecer.
Los derribamos y los primeros rayos del sol golpean en nuestro rostro.

Hay que derribar los muros que nos impiden ver.
Hay que derribar los muros que nos impiden ver a los demás.
Hay que derribar los muros que nos impiden ver a Dios.
Hay que derribar los muros que nos impiden ver la vida.

Todo es primavera para el que saber ver al otro lado de los muros.
Todo es primavera para el que saber ver al otro lado de las flaquezas humanas.
Todo es primavera para el que cada día “ve el amanecer”.

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