Domingo 12 de junio del 2022
“Permiso quiero hablar de Dios”
para hablar de Dios
¿Te extraña el título? Pues a mí se me antoja muy normal. Hoy para poder hablar de Dios, al menos en muchos espacios de nuestra sociedad, es preciso pedir permiso porque no en todos los sitios Dios es bien acogido. Además, hoy asistimos a un momento muy particular. Hoy usted ya no puede colgar un Cristo en la pared sin pedir permiso al resto para no herir sus sentimientos religiosos. Hace un tiempo el problema se dio en Alemania, luego en Italia y en Francia, hubo que retirar todos los símbolos religiosos para no ofender a los demás. Antes usted podía creer o no creer, eso era un asunto personal de cada uno. Pero cuantos creíamos podíamos permitirnos el lujo de exhibir nuestros símbolos religiosos. Hoy usted lo tiene que pensar primero dos veces y, luego, pedir permiso.
Eso sí, usted puede colgar un calendario con cualquier figura. Eso sí se permite. Pero los signos y señales de Dios pueden ofender al resto y esto es grave. La libertad religiosa sí vale para que los demás te prohíban hacer manifestaciones de Dios, pero no llega a que tú seas libre de confesar tu fe en los signos.
¿Y hablar de Dios en una reunión? Bueno, si es para hacer una crítica religiosa, para acusar a la Iglesia o a la religión usted tiene todos los permisos. Pero si quiere hablar en serio de Dios, le aconsejamos mucha prudencia, mejor sondee el ambiente, puede que los demás se sientan incómodos.
Libertad de conciencia, libertad religiosa, para muchos se entiende callar, guardar silencio, ocultar. La mejor libertad parece ser la negación pública de Dios. Digamos que la libertad religiosa es declararse ateo porque, si usted se declara creyente, entonces ya tendrá que pedir permiso. Para ser ateo no hace falta pedir permiso. Para ser creyente y, sobre todo, para confesarse públicamente creyente sí necesita permiso.
¿Qué he recargado demasiado las tintas? Pues es posible, pero con un poco de más o un poco de menos, ¿no es acaso la realidad que usted vive? Si no, dígame, ¿puede usted hablar tranquilamente de Dios en una reunión de amigos, en una comida con invitados, sin que le miren con cierta sospecha y hasta cierta sonrisita disimulada?
La verdad es que no corren buenos tiempos para Dios, tampoco para los creyentes. No sé si algún tiempo fue bueno para Él. El nuestro no es el mejor; sin embargo, por mucho que el hombre lo quiera negar, Dios sigue siendo necesario, sigue siendo actual. Es decir, sigue siendo Dios.
¿Cómo hablar de Dios hoy?
hablemos de Dios
No es fácil hablar de Dios. Sobre todo, no es fácil hablar de un Dios creíble. No es fácil hablar de un Dios que interese al hombre porque el hombre de hoy tiene otros intereses inmediatos más fuertes. Lo de Dios lo ve un como el “Dios del no hagas”, del “Dios está prohibido” o del “Dios espera a que mueras”.
El Concilio Vaticano II al hablar del ateísmo reconoció la parte de causa que nosotros los creyentes tenemos en la génesis del ateísmo y destaca entre otras cosas: la mala imagen que hemos ofrecido de Dios y la incoherencia entre nuestra vida y nuestra fe.
Antes de hablar de Dios al hombre, tendremos que preguntarnos “de qué Dios le vamos a hablar” y, luego, tendremos que preguntarnos igualmente “cómo vamos a hablar de Él”, “qué cosas vamos a decir de Él”.
Porque podemos hablar de Dios de tal manera que ese Dios no es el Dios de verdad, al menos el Dios que nos enseñó Jesús. No basta pronunciar la palabra Dios, para que estemos hablando del Dios de Jesús, del Dios revelado. Puede ser cualquier otra cosa, a la que le hemos endilgado el nombre de Dios, pero no es Dios.
Podemos hablar de Dios, de tal manera, que nos resulte chocante, antipático, poco atrayente y hasta inútil. Nosotros hablamos demasiado de Dios, pero de memoria. Decimos ideas de Dios. Ideas que ni siquiera son nuestras, sino leídas o escuchadas.
De Dios sólo se puede hablar bien, cuando le hemos experimentado en nuestro corazón, creído en la fe y derramado en nosotros por el Espíritu Santo. ¿Alguien puede hablar de su padre, por las simples referencias de lo que oyó hablar de él? De ahí que Dios no necesite de propagandistas, sino de “testigos”. Dios necesita de creyentes que puedan decir: “Lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que nuestros ojos vieron, lo que tocaron nuestras manos”. ¿Es este el Dios del que hablamos?
¿Quiénes pueden hablar de Dios?
hablar de Dios
¿Quién puede hablar bien del vino? ¿El que lo ha probado o el que nunca ha tomado ni un vaso?
¿Quién puede hablar bien del matrimonio? ¿El que ha fracaso como casado o el que se siente feliz como pareja?
¿Quién puede hablar bien del amor? ¿El que nunca ha sido amado ni nunca ha sido amado o el que se siente y experimenta amado y ama de corazón?
Se habla bien de aquello que se vive.
Por eso, de Dios debieran hablarnos:
Los Santos: porque su vida es la profunda experiencia de Dios en ellos.
Los convertidos: aquellos que habiendo vivido lejos de Dios, termina descubriéndolo en sus vidas, se sienten impactados por Él y terminan dejándose transformar por Él.
Los que lo buscan con sinceridad: creo que quien busca a Dios con sinceridad, aunque crea que no lo ha encontrado, ése también puede hablar de Él. Porque el hecho mismo de buscarle ya es, de alguna manera, un modo de tenerlo.
Más que grandes libros de pensamiento sobre Dios, necesitamos entrar más en contacto con aquellos que sí han vivido a Dios en sus vidas. Personalmente me encantan los relatos de las grandes conversiones porque se trata de hombres y de mujeres que han vivido lejos de Dios, incluso negándolo y rechazándolo y terminan en sus manos como niños recién nacidos.
Todos, pero sobre todo los jóvenes necesitan encontrarse con estos testigos. Los jóvenes creen poco en nuestras ideas, pero sí son capaces de abrirse a los testigos. En vez de discutir de fe con los hijos, ¡qué bueno sería ponerlos en contacto con esos testigos de hoy! No hace falta ir siempre a los testigos del pasado. Hay testigos muy claros, muy nítidos e interesantes también hoy.
Lo que revela también esconde
revelaciones de Dios
Es curioso ver cómo aquello que revela a Dios también lo esconde.
La Encarnación: revela a Dios en condición humana, pero también lo esconde detrás de lo humano.
El Nacimiento: el Niño que revela a Dios también lo esconde.
La cruz: es la máxima revelación de Dios y es también el máximo ocultamiento de Dios.
La Iglesia, sacramento de revelación de Dios, que es también el ocultamiento de Dios.
Los Sacramentos, digamos la Eucaristía, revela y contiene a Dios, escondiéndolo.
Los Sacramentos, digamos la Confesión, revela a Dios y lo esconde en la figura del sacerdote.
Pero, por igual razón pudiéramos decir que lo que lo esconde lo revela.
Lo importante es si somos capaces de ver a Dios en su ocultamiento, si somos capaces de penetrar los velos que lo ocultan y descubrirlo al otro lado de los mismos.
Por eso mismo, ¿qué es la fe? La capacidad de ver y reconocer lo que hay “al otro lado”.
A Dios nunca le podremos ver de tú a tú, de cara a cara. A Dios nunca le podremos ver en sí mismo. Para ello hay que esperar a que también nosotros entremos a vivir en una especie de divinidad. Mientras tanto, siempre lo tendremos que ver en la sombra, en el espejo, en la imagen.
Así, donde unos ven a Dios, otros no ven nada.
Donde unos descubren a Dios, otros no descubren nada.
Donde los ojos no ven nada, el microscopio descubre un mundo de vida.
Donde la razón no ve nada, la fe lo descubre todo.
Pero en la sombra, en el signo.
Lo peor: nosotros mismos somos espacios de revelación de Dios. Por tanto, también nuestras vidas revelan y ocultan, manifiestan y esconden.