Domingo, 19 de noviembre del 2023
¿Qué hacemos con nuestros talentos?
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¿Negociarlos? ¿Ponerlos en acción? ¿Enterarlos en la tierra para que no se pierdan? Dios no nos regala nuestros dones para exhibirlos como un trofeo, pero tampoco para que los archivemos y los mantengamos como una reserva para tiempos mejores. Tampoco sirve aquello de que “yo no valgo”, “yo no sirvo”, “yo no puedo”, todas esas son disculpas baratas para justificar nuestra inoperancia.
Lo dones que hemos recibido no son nuestros, son dones recibidos, se nos han dado para que los administremos. La gracia de Dios no se nos da simplemente para “que vivamos en gracia”, sino para que la activemos y la hagamos fructificar.
La vocación del cristiano no es conservar. La vocación del cristiano es dar frutos, es florecer, es manifestar y revelar los dones de Dios. Por eso, el primer paso es reconocer los dones que Dios nos ha regalado porque quien no los reconoce tampoco es capaz de dar gracias por ellos. Finalmente, el segundo paso, es hacerlos florecer. “Que los demás vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre celestial.”
Los dones de Dios son para ponerlos en circulación, no para enterrarlos. Dios no quiere que se los devolvamos tal y como Él nos los ha dado, sino convertidos en nueva cosecha. El agricultor siembra sus granos de trigo no para recoger luego otro grano, sino para que cada grano le regale una espiga.
Esto nos obliga a preguntarnos no si tenemos fe, sino qué hacemos con la nuestra. ¿La compartimos con los demás?
No es cuestión de preguntarnos si tenemos esperanza, sino cómo compartimos nuestra esperanza para que también los demás sigan esperando.
No es cuestión de preguntarnos si tenemos amor en nuestros corazones, sino a cuántos amamos y cuántos se sienten amados.
No es cuestión de preguntarnos si somos Iglesia, sino qué hacemos nosotros con la Iglesia. Si le damos vida a la Iglesia, creamos más Iglesia, hacemos más bella la Iglesia.
No es cuestión de preguntarnos si creemos en Dios, sino qué significa Dios en nuestras vidas y que hacemos con Dios en nuestros corazones.
De los tres de la parábola, dos negociaron sus talentos y uno se los guardó por miedo a perderlo. Dios no quiere cobardes que viven del miedo, sino que viven arriesgándose cada día por Él. Dios no quiere cajas fuertes donde guardamos sus dones, sino cristianos que se arriesgan por Él. Dios no necesita de cobardes, Dios no necesita de cristianos embalsamados, sino de cristianos que viven, que se arriesgan y hacen fructificar los dones del Señor. Cristianos que saben dar cara por Él. Cristianos que saben compartir con los demás los dones que han recibido.
“Conservar”: un pecado contra Dios
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Dios hizo las cosas, pero las puso luego en movimiento. Entregó al hombre el mundo, pero con el mandato de transformarlo: “Cultivadlo”.
Dios se hizo Él mismo historia, por eso el proceso de su revelación tiene todo un proceso de evolución. ¿Alguien quisiera llamarle hoy “el Dios de los ejércitos”? Hoy preferimos llamarle “Abbá” (Padre).
Dios no es de los que mira hacia atrás, sino de los que miran hacia delante. “Vendrán días”, se decía en el Antiguo Testamento. “Derramaré sobre él mi Espíritu”. “El que vendrá”. Y el mismo Jesús despierta nuestra curiosidad invitándonos a mirar hacia delante, al futuro: “Cuando vuelva el Hijo del hombre”. “Me voy, pero volveré”. “Al final de los tiempos”.
Dios es siempre novedad por eso mismo es también futuro. De Jesús decimos: “Cristo ayer, Cristo hoy, Cristo mañana”. Y el gran grito de futuro es el final del Apocalipsis: “¡Ven Señor Jesús! ¡No tardes!”.
¿Por qué entonces tantos miedos a los cambios? ¿Por qué pensar que sólo somos fieles a la verdad de Dios, conservando el pasado? ¿Es que la verdad de Dios no tiene nada que decir al mañana? Cabría preguntar a quienes se quedan mirando al pasado: ¿es que el futuro no es de Dios? ¿Es que Dios no quiere el futuro y no es el Dios del futuro?
La mejor manera de conservar las semillas es cultivarlas. Lo cual significa multiplicarlas. La mejor manera de ser fiel al pasado es ser autores del futuro.
Arqueólogos y geólogos del espíritu
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Están de moda las excavaciones. Todos a la búsqueda de tesoros o de restos antiguos fosilizados. Es maravilloso ver los descubrimientos que hoy en día están haciendo los arqueólogos los cuales nos están revelando nuestro pasado que conocíamos a medias, pero que ahora pareciera que se hace más claro.
La realidad de estas excavaciones me obliga a cuestionarme algo de la historia de la Iglesia y de la historia de cada uno. ¿Cuántos tesoros ocultos que nosotros hemos enterrado por miedo al fracaso o, simplemente, por miedo al riesgo?
Porque si lo pensamos bien ¡cuántos tesoros de gracia, regalo de Dios, digamos hoy “talentos”, hemos sepultado cada uno de nosotros! ¡Cuánta gracia de Dios sepultada en la tierra de nuestras vidas que no ha fructificado porque la hemos enterrado! ¡Cuántos talentos inutilizados sencillamente porque no los hemos puesto en circulación!
Por miedo, unas veces. Por no descubrirlos, otras. Por infidelidad, no pocas. Son impresionantes las excavaciones que se llevaron a cabo en la Basílica Vaticana hasta dar con la tumba de San Pedro. Allí estaba, teníamos idea de que posiblemente allí estuviese, pero las excavaciones la sacaron a la vida.
Qué pasaría si esas mismas excavaciones se hicieran en cada una de nuestras vidas, en búsqueda de los talentos que Dios ha sembrado en nuestras vidas y que sabemos que nosotros mismos hemos sepultado, pero que ahora no sabemos dónde están.
Necesitamos arqueólogos y geólogos del espíritu que nos ayuden a redescubrir todos esos tesoros de gracia, pues también ellos aclararían la verdadera historia de Dios en nuestras vidas. Pondrían de manifiesto cuántos talentos no negociados, cuantos talentos inutilizados, cuanta historia de gracia perdida en los escombros de nuestras vidas.
Cosas de la contabilidad
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¿Cuántos talentos me has dado Señor?
Llevo al día la cuenta corriente del Banco.
Llevo al día mis ingresos y salidas.
Llevo al día mis ganancias.
Llevo al día el cambio de la Bolsa.
¿Y llevo al día los dones de Dios?
¿Y llevo al día cómo los he invertido?
¿Y llevo al día cómo están mis cuentas con Dios?
¿Y llevo al día mis inversiones espirituales?
¿Y llevo al día cuántas veces Dios me habló?
¿Y llevo al día cuántas veces le escuché?
¿Y llevo al día lo bueno que hago?
¿Y llevo al día a cuántos he hecho felices?
¿Y llevo al día a cuántos he herido con mis palabras?
¿Y llevo al día a cuántos ayudé?
¿Y llevo al día a cuántos he dejado de ayudar?
¿Y llevo al día a cuántos escuché?
¿Y llevo al día a cuántos dejé de escuchar?
¿Y llevo al día a cuántos consolé?
¿Y llevo al día cuántas lágrimas dejé de secar?
¿Y llevo al día a cuántos ayudé a ser mejores?