Hoja Parroquial

Domingo 24 – B | Jesús, el Mesías crucificado | IQC2021

Deformaciones sobre Jesús, el Mesías

Mesías crucificado

Estamos en la mitad del Evangelio de Marcos. Hasta ahora Jesús está siempre seguido de muchedumbres, pero ya es hora de poner las cosas en claro. ¿La gente ha entendido algo sobre la identidad de Jesús? ¿Los discípulos tienen una idea clara sobre su identidad? ¿Será necesario clarificar las cosas o dejar que todo siga en la neblina y la ambigüedad? Con frecuencia preferimos que las cosas queden en la semioscuridad para evitarnos conflictos y problemas.

Jesús, como que hace un corte en su camino y decide clarificar las cosas. No se saca nada con dejar que la gente lo siga engañada porque, luego, cuando descubran la verdad volverá aflorar el problema.

Primero, Jesús pregunta sobre lo que la gente piensa de Él, percibe que su figura no está nada clara y definida. Es cierto que tienen una idea de Él bastante buena, lo identifican con los grandes enviados del Antiguo Testamento: Moisés, Elías, Jeremías, o, incluso, Juan. Pero todo esto demuestra que Jesús no significa en realidad ninguna novedad. Es la repetición del pasado. Es una nueva manera de de revivir el pasado. Pero nada más. Es el pasado con algún que otro maquillaje.

Cuando pregunta a los discípulos, tampoco cambia demasiado el panorama. Ellos no lo confunden con personajes del pasado. Dan un paso más y hablan de un Mesías venido de Dios. Cambian los nombres, pero su mentalidad sigue siendo la misma. Será siempre un Mesías liberador, un Mesías triunfalista. El Mesías que el pueblo sigue esperando.

Frente a la doble respuesta: la de la gente y la de los discípulos, Jesús se define a sí mismo y se define como “el Mesías crucificado”. Por tanto, como el Mesías débil, el Mesías que inaugura la novedad del nuevo Reino.

Mientras Jesús siga siendo lo que ellos piensan, no hay problema, pero cuando Jesús se define en su verdadera identidad de “crucificado-resucitado”, ahí comienzan los problemas y los conflictos. En realidad, es la eterna historia de Dios con el hombre o del hombre con Dios. En tanto Dios responda a nuestros esquemas, no tenemos problema, pero cuando tenemos que aceptar a un Dios que se sale de nuestros esquemas mentales, ahí es donde comenzamos a discutir con Dios, a no entender a Dios, o incluso a renunciar a Él. Preferimos aferrarnos a Dios tal y como nosotros lo pensamos, y no a un Dios tal y como El se nos revela y manifiesta.

Jesús no se deja encasillar ni en nuestros criterios ni en nuestros intereses ni en nuestros pensamientos. Así, a Pedro que se resiste a esta nueva experiencia, lo rechaza y lo llama “Satanás” y al pueblo le reitera que el camino del Reino está marcado por la fidelidad hasta la cruz y la muerte. El que quiera seguirle tendrá que pasar por esa imagen del nuevo mesianismo.

La Cruz en la línea divisoria

Jesús crucificado

La Cruz marca la línea divisoria entre “el ayer” y el “hoy”, entre el pasado y lo nuevo. A partir de la muerte y resurrección de Jesús todo es distinto, todo es diferente. La cruz realiza el pasado, pero es la cuna del futuro, de lo nuevo que ya comienza en ella.

En la predicación de Jesús, el anuncio de la Cruz también es la señal divisoria de la vida y la enseñanza de Jesús. Con el anuncio de la Cruz se inicia una nueva enseñanza y un nuevo camino. Será el camino, no ya de las muchedumbres, sino el camino de los seguidores. No el camino de los que quieren revivir el pasado, sino de los que se arriesgan por la novedad de la Pascua.

Es la hora de cambio de orientación. La predicación tendrá como centro, no tanto a las masas, cuanto al pequeño grupo de los suyos. Este nuevo tramo de la vida se llamará “el camino”, “el seguimiento”. Mientras Jesús hablaba en parábolas, diera la impresión de preparar el ambiente, preparar el camino, pero donde uno se sentía comprometido a medias. A lo más era una invitación a ver las cosas de otra manera, una invitación a leer la historia y la vida con otros ojos.

A partir de este momento, la predicación de Jesús tendrá una meta muy definida: la meta del seguimiento y, por tanto, la meta de aceptarle a Él para configurarse con Él, hasta correr la misma suerte que Él. Es el momento de la invitación al compromiso total, al compromiso con la novedad del nuevo Reino.

Ya no es el momento de mirar para atrás. Es el momento de proyectarse hacia delante. Ya no es el momento de mirar ni a Moisés, ni a Elías, ni a Jeremías, ni tampoco a Juan. Ahora la mirada tendrá que estar fija en el Crucificado y Resucitado. A partir de ahora, no será la ley la que nos defina delante de Dios, lo que realmente nos definirá será el misterio pascual de la muerte y resurrección. Esta será la nueva ley de la nueva historia.

¿Maestros o testigos?

testigo

El Papa Pablo VI nos dejó una frase profética: “El nuevo cristianismo necesitará más testigos y menos maestros”. El racionalismo moderno nos ofreció demasiadas ideas. Hablábamos de ideas. Predicábamos ideas. Hemos estado más preocupados por las ideas y las doctrinas filosóficas y teológicas que por los “testigos de la fe”.

En una ocasión pregunté a alguien entendido, ¿a qué se debía que San Juan Pablo II hacía tantas beatificaciones y canonizaciones? Me respondió con gran sabiduría: “Porque la Iglesia necesita más testigos y menos maestros”. Es que los santos son en realidad eso, testigos de la fe, testigos del Evangelio, testigos de Dios.
Los maestros son pensadores, pero los testigos son encarnaciones del Evangelio.
Los maestros nos dicen qué hacer, pero los testigos nos dicen cómo es posible hacer.
Los maestros enseñan, pero los testigos viven.
Los maestros nos regalan ideas. Los testigos nos regalan vida.

Esto que es válido para la experiencia religiosa de la fe, lo es para todos los campos de la vida.
Necesitamos maestros sobre el amor. Pero necesitamos más hombres y mujeres que se aman.
Necesitamos pedagogos que nos ofrezcan ideas sobre la educación de los hijos. Pero mejor si tenemos padres testigos de la vida.
Necesitamos doctrinas sobre la riqueza y la pobreza. Pero mejor si nos dan testigos comprometidos de verdad.
Necesitamos ideas y doctrinas sobre el servicio a los demás. Pero mejor si tenemos testigos que sirven.
Los casados necesitan ideas sobre el matrimonio. Pero necesitan muchos más testigos de matrimonios felices.
Los jóvenes necesitan maestros que les enseñen. Pero necesitan más de testigos que les atraigan.

El problema no está en disponer de maestros. Maestro es cualquiera que ha estudiado un poco más. Nuestro problema humano y cristiano es saber dónde están los testigos. No todos podemos ser posiblemente maestros, pero todos podemos ser testigos. Hay padres que no saben leer, pero son maravillosos testigos del amor.

El antes y el después

el ahora y el futuro

“El antes” era la ley. “El después” será la Cruz.
“El antes” eran los Profetas. “El después” es el Crucificado resucitado.
“El antes” era el Dios poderoso. “El después” es el Dios débil de la Cruz.
“El antes” era el Dios poder. “El después” es el Dios amor.
“El antes” era cumplir la ley. “El después” es seguir al crucificado.
“El antes” era el Dios de Israel. “El después” es el Dios de todos.
“El antes” era la fidelidad a la tradición. “El después” será la fidelidad a las exigencias de la Cruz.
“El antes” era el yo primero. “El después” será la renuncia a sí mismo.
“El antes” era el grano entero. “El después” será el grano que muere en tierra.

San Mateo grafica con toda una serie de ejemplos el “antes” y el “después”.
“Antes se os dijo”, pero ahora “yo os digo”.

Por eso escuchamos en el misterio de la Transfiguración: “Este es mi Hijo el amado. Escuchadle”.
Porque “antes” había que escuchar a los profetas, a Moisés y a Elías. Ahora, “después” hay que escuchar al Crucificado y Resucitado.

San Pablo nos dirá, que la Cruz es el nuevo “poder de Dios” y la nueva “sabiduría de Dios”.
Hay un nuevo ejercicio de “poder” y hay una nueva escuela de “saber”. Ya no es la “sabiduría de la ley”, sino la “sabiduría de la Cruz”.

En realidad, la Cruz y el Crucificado se nos presentan como lo nuevo, lo diferente, lo distinto. Como el hoy de Dios en la historia.

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