Hoja Parroquial

Domingo 27 – B | Jesús y el divorcio | IQC2021

Domingo, 3 de octubre del 2021

La ley no siempre es criterio de la verdad

la ley y la verdad

Quienes preguntan a Jesús sobre el problema del divorcio, conocen muy bien la legislación mosaica sobre el tema. Por tanto, uno duda de si su pregunta era de carácter legal o pretendía ir más lejos. Al menos, Jesús no quiso entrar en la discusión legal. Las cosas no son buenas porque la ley las permite, como tampoco son malas porque la ley las prohíbe. Lo legal también está sujeto a los principios de la moral.

Jesús enfoca el problema no desde el voluntarismo de la ley, sino desde el sentido interno del matrimonio en sí mismo. La verdad no depende del voluntarismo de los legisladores, porque ellos no son los dueños de la verdad. También ellos están sometidos a la verdad.

Moisés autoriza legalmente el divorcio. Legislación injusta y contraria a la verdad bajo dos aspectos. En primer lugar, la ley establece una desigualdad entre hombre y mujer. Es el hombre, no la mujer, quien puede reclamar como derecho propio el divorcio. Lo cual ya implica un criterio de discriminación entre el hombre y la mujer. Y, en segundo lugar, se trata de una ley cuya única razón es la voluntad de los hombres, pero en contradicción con la verdad original del matrimonio.

No es suficiente que la legislación no penalice el divorcio o que incluso lo autorice. No por ello el divorcio adquiere valor de verdad y de moralidad. Las leyes son buenas cuando responde a la verdad de las cosas. Las leyes pueden ser malas si prescinden de la verdad. La ley divorcista destruye la naturaleza y el sentido del matrimonio, instituido por Dios como indisoluble.

Cuando los legisladores argumentan que la ley no tiene porqué responder siempre a los criterios de la Iglesia, se equivocan en algo fundamental. La indisolubilidad del matrimonio no depende tampoco de la Iglesia, sino que es una cualidad intrínseca al amor y al matrimonio mismo. Los legisladores ni están por encima de la naturaleza de las cosas, ni tampoco tienen autoridad para cambiar el sentido interno de las mismas.

No se trata de argumentación religiosa, se trata de conceptos naturales. No es suficiente hablar de la igualdad de todas las religiones. Cuando se trata de afrontar el problema del divorcio lo primero que nos urgen es el examen interno de la naturaleza íntima del matrimonio, religioso o no religioso.

La verdad no está en las leyes.
Las leyes debieran responder a la verdad.

La verdad no depende del voluntarismo del legislador, sino de la naturaleza íntima de las cosas. Es el principio iluminador de Jesús: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación no fue así…”. Ahora que cada uno juzgue: o se queda con el voluntarismo de los hombres o con el significado primordial del matrimonio.

Modernidad del divorcio

divorcio

Para muchos, el divorcio es un signo del progreso y quienes insisten en la indisolubilidad del matrimonio, son calificados de “retrógrados”, “anticuados”. Aquí sólo cabe una pregunta. ¿La verdad es retrógrada? ¿El fracaso matrimonial es un signo de progreso?

La moral de la modernidad y la pos-modernidad tiene miedo a la objetividad de la verdad y prefiere el voluntarismo. Es bueno lo que nosotros declaramos bueno y es malo lo que nosotros declaramos malo. Subjetividad y voluntarismo se dan de la mano. “Para mí… esto no es malo”. “Para mí…”, porque a mí me interesa que no sea malo. “Para mí…”, por la sencilla razón de que a mí me conviene que sea verdad.

Digamos que con este criterio del subjetivismo y del voluntarismo, no existe la verdad objetiva. No existe más verdad que la que nosotros declaramos verdad. Las cosas no son, son lo que nosotros decidimos que sean. En el fondo, terminamos afirmando aquello mismo que queríamos negar. El voluntarismo subjetivista pretende emancipar la verdad de la esencia de las cosas y también del plan creacional de Dios. Dios no puede ser autor de la verdad, pero nosotros sí. Lo que le negamos a Dios terminamos afirmándolo de nosotros.

El fracaso del amor, ¿podrá llamarse progreso?
El fracaso de la palabra comprometida con otra persona, ¿podrá llamarse progreso?
El fracaso de la institución primaria de la sociedad, ¿podrá llamarse progreso?
Una libertad sin verdad, ¿la llamaremos progreso?

Éxito del matrimonio

matrimonio

No depende de las leyes,
sino de las personas que se casan.

El éxito del matrimonio depende:
De la madurez de las personas que se casan. Y la ley debiera dar leyes más realistas.
De la mentalidad de las personas y de su capacidad de compromiso.

Un matrimonio entre personas inmaduras, incapaces de de vivir el compromiso con la otra persona, no llega a ser matrimonio, por muy legal que sea.
El matrimonio no puede ser un campo de experimentación: “a ver qué pasa”, “depende cómo me va”.
El éxito del matrimonio dependerá siempre de las personas.
Y estas dependen de su madurez para asumir responsabilidades y la madurez de su preparación.

El divorcio no puede ser el premio a los inmaduros.
El divorcio no puede ser el premio a los irresponsables.
El divorcio no puede ser el premio a los que se casan sin preparación alguna.

Por eso, también tendremos que decir que, el éxito o fracaso será siempre algo personal antes que legal.

La ley regulatoria del matrimonio

matrimonio y ley

La ley podrá regularizar el matrimonio dentro de las estructuras sociales de la sociedad.
La ley deberá favorecer y proteger la estabilidad del matrimonio.
La ley no podrá facilitar el quiebre del amor y del matrimonio.
La ley no podrá ser una puerta abierta a las debilidades humanas.
La ley podrá regularizar los fracasos matrimoniales para evitar mayores consecuencias.
La ley tampoco debe favorecer a la parte culpable del fracaso matrimonial.
La ley siempre debe favorecer a la parte débil o indefensa.

No se trata de hacer más rígidas las leyes.
La rigidez legal no es tampoco garantía de la verdad.
La ley debe ayudar a superar los problemas y no a facilitar la salida fácil de los compromisos.
La rigidez de la ley puede endurecer más los corazones.

A la ley le basta con responder a la verdad de cada situación. Porque la ley no puede ser un privilegio para algunos, sino la manera de ayudar a mantener el orden y la verdad en la sociedad.

La ley del divorcio no puede ser, en modo alguno, una solución a los problemas matrimoniales. Los problemas no se solucionan escapando de ellos, sino buscando caminos de solución a los mismos.

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