Hoja Parroquial

Domingo 20 – A | La Asunción y la Fe

16 de agosto del 2020

María, la mujer de la Eucaristía

Asunción y fe

Hoy que celebramos la fiesta de su Asunción al Cielo, esta vez nos referiremos a nuestra madre como María, la mujer de la Eucaristía.

En su seno se celebró la primera Eucaristía. La Eucaristía de la Encarnación. Ella fue la primera en llevar en el cáliz de su seno, el primer pan eucarístico que era el Jesús encarnado, humanado, hecho hombre como nosotros.

Se puede decir que el seno de María fue el primer Sagrario que llevó la “Eucaristía de la Encarnación”. Es posible que fuesen pocos los que se acercasen a ese Sagrario para visitarle. Pero ella y José, fueron los grandes adoradores de ese misterio encarnado y guardado en el seno virginal. Y ella fue la primera en regalarnos en comunión el cuerpo de Jesús en el nacimiento de Belén.

Cuando, en la Ultima Cena, María escuchó las misteriosas palabras de “Tomad y comed porque este es mi Cuerpo que será entregado”, debió sentir estremecerse de nuevo sus entrañas. En su corazón volvieron a sonar las Palabras del Angel: “concebirás y darás a luz un Hijo”.

En aquel entonces era Dios que se hacía carne en su vientre de virgen. Ahora es Jesús que se hace pan de Eucaristía en una mesa compartida. 

En aquel entonces se le decía que “le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo”. Ahora escucha que esta nueva encarnación en el pan y en el vino también tenía un nombre “eucaristía”, “pan-cuerpo, vino-sangre” que serán entregados y serán derramados para el perdón de los pecados.

La gran pregunta de María fue “cómo es posible todo esto”. La pregunta de María y de toda la Iglesia ante el misterio del pan y del vino es también, “cómo es posible”, “¿qué significa todo este misterio de amor?”

En cada celebración de la Eucaristía, María debió revivir el misterio de la Encarnación, ella le dio la carne humana. Ahora Jesús rebajándose aún más, se encarna en el pan y en el vino, sacramento del misterio pascual y sacramento de la comunión entre Dios y los hombres. Cada comunión nuestra es también una especie de Encarnación de Jesús hoy. Pero esta vez en la pobreza del pan y del vino y en la pobreza de nuestro corazón no siempre tan virginal.

¿Por qué fracasa nuestra oración?

Oración

Hablo de fracasos, no por parte de Dios, sino por parte nuestra. Tenemos la impresión de que si Dios no responde a nuestra primera llamada es que tiene colgado el teléfono. Y nos cansamos. Nos desilusionamos. Y decidimos no seguir llamando.

Nuestra oración fracasa por falta de constancia. Como vivimos con tantas prisas, tenemos también prisas para que Dios nos escuche a la primera. No sabemos esperar, ni sabemos perseverar. Por eso, en el fondo, buscamos más el que Dios haga nuestra voluntad que nosotros la suya.

Nuestra oración fracasa por falta de fe. A veces, uno siente que a Dios le pedimos un poco como quien juega a la lotería. Vamos a ver si nos toca. Pero no es esa fe que se fía incondicionalmente de Él.

Entonces ni nuestra oración nace de una verdadera fe, ni nuestra fe se fortalece en la oración. Y una oración que no brota de la fe y de la confianza en Él, es una oración dubitativa, es una oración sin bases firmes.

Por eso, cuando decimos que Dios no nos escucha, en vez de culpar a Dios, mejor sería cuestionarnos y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cómo oramos? ¿Cómo es nuestra oración? Lo más fácil es hacer a Dios responsable de la ineficacia de nuestra oración, cuando el problema, posiblemente esté más en nosotros como orantes, que nos imaginamos que Dios no nos escucha. Dios nunca deja de escucharnos, porque Dios no interrumpe nunca su comunicación con nosotros. No es Dios quien descuelga el teléfono, sino nosotros que lo tenemos descolgado todo el tiempo y solo lo abrimos cuando a nosotros nos interesa. Nuestra oración carece de constancia, es intermitente, carece de continuidad, depende más del ritmo de nuestras necesidades que de la experiencia de nuestra fe en Dios.

¿Qué fe tenía esta mujer pagana?

la fe de la mujer cananea

Posiblemente no sabía ni conocía nada de las enseñanzas de Jesús.
Sólo había oído hablar de los milagros que hacía.

No le pide a Jesús cosas fáciles, le pide sanar a la hija que se está muriendo.
No le pide a Jesús cosas que ella pueda hacer, ella no puede impedir la muerte.

La fe no es tener muchas ideas sobre Dios.
La fe no es saber mucho de Dios.
La fe es la sencillez del corazón que se fía de alguien.
La fe es el grito del corazón que confía en El.

Aquí no es el milagro el que le hace creer.
Es su fe el que es capaz de hacer el milagro.
Hasta resulta curioso, ella tendríamos que decir que ni siquiera era cristiana.
Ella era una pagana cananea.

Lo que significa que también los paganos tienen fe, aun sin ser cristianos.
Lo que significa que también fuera de la Iglesia puede haber mucha fe.
Lo que significa que también fuera de la Iglesia Dios escucha el corazón del que ora.

¿Alguna vez se nos habrá ocurrido asumir la actitud de los discípulos que le dicen: “atiéndela que viene gritando”?
¿Alguna vez se nos habrá ocurrido decirle a Dios: “Señor escucha también a los que no te conocen y sin conocerte sin embargo te suplican”?

Para Dios nadie tiene la exclusiva.
Tampoco la fe es exclusiva de los que nos decimos creyentes.
Hasta los paganos y llamados ateos, en el fondo puede que tengan una fe que ni ellos mismos conocen.

Es que Dios no tiene fronteras. Ni siquiera entre los que creen y los que no creen. Jesús se admira de su fe, de la fe de una pagana, que nunca se sintió creyente. Hasta es posible que luego se volviese a casa y nunca siguiese a Jesús. El misterio de Dios es más grande que nuestra cabeza.

La Adoración Eucarística

Jesús en el Sagrario

San Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Quédate con nosotros”, en los números 17 y 18, insiste en una serie de detalles prácticos, en sugerencias de cómo celebrar la misa, cómo sentirnos delante del Señor Sacramenta. Creo sería bueno recordar algunas de estas indicaciones prácticas.

Los sacerdotes deben celebrar la Eucaristía expresando en su actitud y en sus palabras y en sus gestos, el misterio que tienen entre manos.

Los pastores deben dedicarse a la catequesis “mistagógica”, que ayude a descubrir el sentido de los gestos y de las palabras de la Liturgia, orientando a los fieles a pasar de los signos al misterio y a centrar en él toda su vida. No se piden grandes lecturas teológicas. Se piden catequesis vivas que provoquen el tránsito de los signos que se ven al misterio que se adora.

El pueblo fiel, debe ser motiva en varias direcciones:

“La conciencia viva de la presencia real de Cristo”. Todo ello debe expresarse en el tono de voz, los movimientos y todo el comportamiento.

El silencio… ante el misterio no sirve de mucho la razón. Ante el misterio la actitud es de adoración, de admiración, de contemplación. Todo ello requiere la actitud del silencio. Es el silencio de quien se pone a la escucha de lo inaudible y lo invisible.

La Adoración Eucarística fuera de la Misa. Esto debe ser durante este año un compromiso para las comunidades religiosas y parroquiales. “Postrémonos largo rato ante Jesús presente en la Eucaristía, reparando con nuestra fe y nuestro amor los descuidos, los olvidos e incluso los ultrajes que nuestro Salvador padece en tantas partes del mundo”.

No se trata aquí de devociones piadosas. Se trata de recuperar la presencia eucarística de Jesús en la comunidad. Se trata de avivar en la comunidad la conciencia de que es verdad: “Él está en medio de nosotros”.

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