Hoja Parroquial

Domingo 19 – A | Poca Fe

6 de agosto del 2020

Acostumbrados a los fantasmas

Fe en el Señor

Personalmente confieso que nunca he sentido miedo por los fantasmas. Siempre me pareció todo eso una tremenda tontería. Recuerdo que de niño gané mi primera apuesta (una peseta, que entonces era mucho) yendo de noche al cementerio, donde las viejas del pueblo comentaban que los difuntos salían de las tumbas.

Más tarde, logré convencerme de que seguía sin demasiados miedos a esos fantasmas de la imaginativa popular. Pero me encontré con otros fantasmas peores. Descubrí que en mi mente había demasiados fantasmas. Y estos sí me daban miedo. Y además fui reconociendo que se trataba de fantasmas que yo mismo me iba creando.

Los discípulos asustados en la noche por las olas que zarandeaban la barca, al ver a Jesús caminando por las aguas, creen “ver un fantasma”. Lo que era para ellos la gran solución a sus miedos, se convierte en un fantasma. Y no solo eso, sino que: “se asustaron y gritaron de miedo”. Hasta lo más bello e interesante puede convertirse en fantasma en nuestras cabezas. Fantasmas que nos paralizan, nos llenan de miedo, inutilizan nuestras vidas y hasta nos hacen gritar.

No. No me asustan los fantasmas. Pero sí les tengo miedo a los fantasmas creados por mi mismo. Porque esos “mis” fantasmas son capaces de inutilizar todos mis esfuerzos y todas mis energías:

Es el fantasma del “yo no puedo”. Sientes la llamada a algo grande, y de inmediato surge tu fantasma: “yo no puedo”. Y el fantasma del “no puedo” inutiliza y paraliza todas tus fuerzas y todas tus energías y hasta tus ilusiones.

Es el fantasma del “imposible”. Eso es muy bello y hermoso. Pero “es imposible”. Y cuando vemos las cosas “imposibles”, ni las intentamos. Muchos de esos imposibles, son posibles, pero nuestra mente los hace imposibles.

Es el fantasma del “eso no es para mí”.Claro como no es para mí, no necesito ni intentarlo.

Hasta Dios termina siendo una especie de “fantasma”.Dios, la intimidad con Dios, la oración constante, la comunión plena con Él, eso es para gente especializada. Para los santos. Preferimos verlo de lejos. Nos basta saber que existe, sentirlo como amigo de viaje, no es nuestro estilo. ¿No tendremos que sacudirnos demasiados fantasmas que sólo existen en nuestra cabeza pero que nos neutralizan?

“Estoy con vosotros todos los días” (Mt 28, 20)

Por siempre con nosotros

La Eucaristía pone a prueba nuestra fe. El creer sin ver. La Eucaristía ha sido visto siempre en la tradición de la Iglesia como el “sacramento de la presencia real de Jesús”. Al decir “presencia real” no estamos excluyendo la realidad de las demás presencias. El Concilio Vaticano habla de las distintas presencias de Jesús en la Iglesia: la presencia real en la eucaristía, la presencia en su Palabra y la presencia mística en medio de la comunidad.

Se trata de una misma presencia a través de distintas manifestaciones.

La presencia eucarística: en las especies del pan y del vino: “Esto es mi cuerpo y esta es mi sangre”.

La presencia en su Palabra: La Escritura que proclamamos es su palabra, es Palabra de Dios hablando hoy a su pueblo.

La presencia mística: “donde dos o tres estuviesen reunidos en medio de ellos estoy yo”.

Todo lo cual nos revela toda una serie de experiencias fundamentales para la comunidad cristiana.

En primer lugar, la insistencia de que “no nos deja solos”. De que no estamos abandonados a nuestra suerte, sino que El sigue vivo y activo en medio de nosotros.

En segundo lugar, nos habla de que las presencias de Jesús se hacen mediante expresiones y manifestaciones distintas. Y entre estas realidades que expresan que Jesús está con nosotros están: el pan y el vino, la palabra y la comunidad.  Todos elementos humanos. Realidades humanas. Y todas realidades sencillas, pero que es preciso trascender desde la fe. Aquí hay poco para la razón. Y todo queda para la fe. Aquí hay poco para la lógica y todo queda para la sabiduría de Dios.

A través del pan: comemos al que está con nosotros.

A través de la Palabra: escuchamos al que nos habla hoy y para hoy.

A través de la comunidad: nos convertimos en testigos de la presencia de la presencia visible del invisible. La comunidad cristiana es como una especie de pan eucarístico que lo siente y lo expresa.

El peligro de querer hacer de Dios

Queremos ser dioses

No hacemos lo que podemos hacer como hombres y mujeres, y preferimos hacer lo que sólo Dios puede hacer. En la Biblia una de las cosas que sólo Dios puede hacer es andar sobre las aguas. Es una de las señales de su identidad.  Andar sobre el agua no le corresponde al hombre. A lo más, el hombre puede nadar. Pero no andar.

Cuando Pedro oye decir que es Jesús el que viene andando sobre las aguas, siente grandes resistencias interiores para creérselo. Y no se le ocurre cosa mejor que pedirle a Jesús que demuestre que es él, haciendo que también Pedro pueda andar sobre las aguas.

Nos cuesta fiarnos de la Palabra de Dios. Y le pedimos argumentos. Que nos lo demuestre.

Y le pedimos que nosotros podamos hacer lo que sólo él es capaz de hacer. Cuando Pedro comienza a andar sobre las aguas, de inmediato se da cuenta de que aquello no le corresponde a él, y comienza a sentir miedo. Y el miedo empieza a hundirlo bajo las aguas.

Hagamos lo que sí podemos hacer. Y que es mucho. No le pidamos a Dios milagros que no nos corresponden. Si nos embarcamos en algo que sólo Dios puede hacer, terminamos sintiendo el miedo bajo nuestros pies y nos hundimos. ¿Por qué no dejamos a Dios ser Dios y nosotros tratamos de ser hombres que ya es bastante? Cada vez que hemos intentado ser como Dios, nos ha ido mal. Fue la primera tentación “seréis como Dios”. Y así nos lució luego el pelo.

¡Qué poca fe!

Poca fe

No basta creer. Se puede tener fe, ¡pero tan poquita!
¿Tendremos la fe suficiente para aceptar de verdad a Dios en nuestras vidas?
Yo no dudo de mi fe. Pero sí dudo de si es suficiente.
Pedro tenía fe en Jesús, pero Jesús le echa en cara “su poca fe”.

Tendríamos que preguntarnos no solo si tenemos de sino si tenemos una fe suficiente.
¿Tienes fe suficiente para decir que oras de verdad? No es suficiente decir que rezas. ¿Tienes suficiente fe para que tu rezo sea oración?

Dices que le has pedido a Dios no sé qué cosas. Perfecto. Pero ¿tienes suficiente fe como para que Dios te conceda lo que le pides?
Dices que has rezado mucho pero que Dios no te ha escuchado. Pero, ¿tienes suficiente fe para que tu oración llegue al corazón de Dios?

¿Cuánto hay de seguridad en tu corazón cuando rezas?
¿Cuánto hay de confianza en Dios cuando rezas?

Pedro se echó a andar por encima de las aguas, pero su fe duró poco. Comenzó a hundirse.
Cuando rezo no escucharé en el fondo que Dios también me dice: ¡qué poca fe!
¿No tendremos que cambiar de mentalidad? En vez de culparle a Dios de que se ha hecho el sordo con nosotros, preguntarnos mejor: ¿y con qué fe le he hablado?

La duda pone en duda tu fe.
La duda pone en riesgo tu oración.
La duda nos pone en peligro de hundirnos.

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