23 de agosto del 2020
Preguntas molestas
Quién es Jesús
Hay preguntas sin importancia. Hay preguntas que, con frecuencia, ni siquiera merecen respuesta. Pero hay preguntas que estremecen. Son preguntas que agarran carne y terminan desnudándonos.
Siempre es más fácil responder por los demás que responder por uno mismo. ¿Qué piensa la gente sobre Jesús? Eso no complica mucho. Al fin es un relato sobre los otros. Lo malo es cuando Jesús nos pregunta: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”
A la primera pregunta, dice Mateo, “ellos contestaron”. Es decir, contestaron todos. En cambio, a la segunda pregunta “y vosotros ¿quién decís que soy yo?” ahí sólo Pedro se atreve a abrir la boca. El resto guarda silencio.
Es que, responder por los demás, se trata de una simple información. Mientras que, cuando uno tiene que responder de sí mismo, implica una reflexión, una confesión y un desnudarse a sí mismo. Y eso duele. Y no es que la pregunta de Jesús sobre los demás deba sernos indiferente. En modo alguno. Yo no puedo prescindir de los demás. Ni puedo desinteresarme de la fe de los demás. Al fin y al cabo, Jesús no vino para mí solito, sino para todos. Y la salud espiritual y salvífica de mis demás hermanos es también algo que me tiene que afectar. Yo soy un creyente en medio de los creyentes. Un creyente que camina al lado de los creyentes. No soy un solitario. La comunión y la comunidad es una realidad fundamental de mi fe.
Pero, cuando tengo que responder de mí mismo, esto ya requiere una especie de confesión personal. Un momento de sinceridad conmigo mismo. Es fácil decir: “Señor, los demás no creen”. Pero no resulta nada cómodo cuando tengo que decir ¿y yo creo de verdad? ¿Qué idea tengo yo de Jesús? Y lo que es más complicado todavía: “¿Qué significa Jesús en mi vida?”.
Por la vida de los demás todos podemos responder. Pero por mí mismo, solo yo tengo mi respuesta. Porque responder por los demás es, de alguna manera, responder por lo que se ve desde fuera. Pero responder por mí es responder de mi verdad interior, de la verdad que me define desde dentro. ¿Hacemos la prueba? “¿Quién es realmente Jesús para mí?” No es algo que debamos responder de memoria. Es algo que sólo se puede responder después de una seria interiorización y meditación. Sigue la apuesta.
“Eso te lo ha revelado mi Padre”
Jesús es el Mesías
Las alturas de los cargos y de los puestos que ocupamos no son de por sí una garantía de verdad. La auténtica garantía de los que gobiernan está en si “el Padre se lo ha revelado”. Los puestos no ofrecen garantía de por sí. El único que garantiza nuestra verdad es si hablamos lo que Dios nos ha revelado. Si hacemos lo que Dios quiere realmente que hagamos. Si decimos lo que realmente Él quiere que digamos. No es suficiente citar a Dios como garantía, es fundamental nuestra actitud de comunión con Él. Saber distinguir lo que decimos por nosotros mismos y lo que decimos porque Él nos lo ha revelado y manifestado.
De ahí que, quien tenga que hablar en nombre de Dios tendrá que vivir hondo contacto con Dios. Primero tendrá que escuchar. Primero tendrá que oírle a Él.
Los padres “representan a Dios”. ¡Siempre que vivan una profunda comunión con Él!
El sacerdote “habla en nombre de Dios”. ¡Siempre que antes haya escuchado a Dios!
Los jefes juzgan “en nombre de Dios”. ¡Siempre que conozcan la verdad de Dios!
Jesús le dice a Pedro que “eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre”.
Todos tendremos que examinar con seriedad si lo que decimos nace de nuestra carne y de nuestros huesos o ha habido una auténtica manifestación de Dios. Que no podemos suponerla, sino que tendremos que demostrarla.
Tan malo es no hablar ni actuar lo que realmente Dios nos ha revelado, como querer presentar como cosa de Dios lo que nace de nuestra carne y que Dios nunca nos lo ha dicho al oído del espíritu. No hablamos en nombre de Dios siempre que hablamos de Dios. Porque de Dios se puede hablar desde la carne. Para hablar de Dios hay que escucharle y dejar que Él se nos revele. Esto hace de nosotros unos contemplativos de Dios. ¡Quien no es contemplativo de Dios, mejor que calle sobre Dios!
¿Quién es Jesús para mi?
Quién es Jesús
Yo soy la Palabra.
¿Y por qué no te escucho?
Yo soy el camino.
¿Y por qué no lo ando?
Yo soy la verdad.
¿Y por qué no la creo?
Yo soy la vida.
¿Y por qué no la vivo?
Yo soy la puerta.
¿Y por qué no entro por ella?
Yo soy el agua viva.
¿Y por qué no la bebo?
Yo soy el enviado del Padre.
¿Y por qué no te recibo?
Yo soy el pan vivo.
¿Y por qué no lo como?
Yo soy el buen pastor.
¿Y por qué no estoy en tu rebaño?
Yo soy el perdón.
¿Y por qué no me confieso?
Yo soy la luz del mundo.
¿Y por qué vivo en tinieblas?
Yo soy el padre del pródigo.
¿Y por qué no vuelvo a casa?
Yo soy el que da la vida.
¿Y por qué vivo muerto?
Yo soy el pan entregado.
¿Y por qué no comulgo?
Yo soy la resurrección.
¿Y por qué sigo en mi sepulcro?
Jesús lo es todo. Menos una costumbre.
Jesús lo es todo. Pero para ser vivido.
Lo fundamental: ¿quién es Jesús para mí?
Clemente Sobrado CP
Yo te necesito
Amigo, padre y madre, Dios Padre
Algún día pensé que me bastaba a mí mismo.
Que no necesitaba de nadie.
Y terminé quedándome solo conmigo mismo.
El tiempo se me hacía eterno y los días interminables.
Desde que te encontré a ti, me di cuenta de que no valgo para estar solo.
Necesito de alguien que cada día me regale su mirada.
Necesito de alguien que escuche:
Mis alegrías y mis penas.
Mis inquietudes y preocupaciones.
Mis silencios y mis horas de preocupación.
Necesito de alguien que, en mis necesidades, se me acerque y me pregunte:
“¿en qué puede ayudarme?”
“¿en qué puede echarme una mano?”
Este se llama “mi amigo”.
Necesito de alguien que, de cuando en cuando, me diga algo:
Me diga mis mentiras y mis verdades.
Me diga mis defectos sin herirme.
Me exprese su reconocimiento por lo que hago.
Necesito de alguien que marque mi propio espacio.
Me haga ver que no puedo invadir el tuyo.
Me haga descubrir mis propios límites, y
Los límites y espacios de los demás.
Necesito de alguien que sea compañero de camino.
Que vaya delante de mí para animarme a apurar mi paso.
Que vaya a mi lado para entretenerme.
Que se quede un poco atrás para que respete mi ritmo.
Este se llama “mi padre y mi madre”.
Necesito de alguien que me diga que yo soy importante.
Que me respete en mi libertad y en mis decisiones.
Pero que a la vez me aliente en mis cansancios.
Que me mantenga siempre alerta para ser más de lo que soy.
Que me levante cuando caigo.
Que me tienda su mano cuando la mía está fría.
Que me preste sus hombros si me he desviado.
Que me abra la puerta si algún día me fui.
Y ese se llama “Dios-Padre”.
Clemente Sobrado CP