Hoja Parroquial

Cuaresma 3 – C | La conversión

Domingo, 20 de marzo del 2021

Menos murmuraciones y más conversiones

la conversión

Recordar lo que otros hacen, si no nos lleva a vernos mejor a nosotros mismos, ¿de qué no sirve? Reconocer lo malos que son los otros, si no me ayuda a mejorar mi vida, ¿de qué vale? Todo queda en pura chismografía. ¿Alguien cree realmente que aquellos de quienes murmuramos, criticamos o hablamos mal son peores que el resto de la gente?

Jesús es bien claro: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo”.

Recordar lo que los demás han hecho es decirnos a nosotros mismos lo que también nosotros somos capaces de hacer. Lo realmente importante de los demás es que sus vidas debieran ser un motivo para que nosotros cambiemos las nuestras.

Si algo descubro en tu vida que no me gusta, eso no me da autorización para juzgarte y condenarte. Más bien, es el aviso que me llega desde ti para que yo cambie mi modo de actuar.

Si descubro los malos caminos por donde andas, no es suficiente razón para hablar mal de ti. Al contrario, debiera escucharlo como el mensaje que me estás enviando, invitándome a convertirme de mis malos caminos.

Es que las cosas se ven mejor en la vida de los otros que en la propia.
Es que el pecado se ve mucho mejor cuando lo veo en tu vida, que cuando lo miro en la mía.
Es que la mentira se ve mejor cuando tú la dices, que cuando soy yo el mentiroso.
Es que la injusticia es mucho más terrible cuando tú eres el injusto, que cuando el injusto soy yo.

La razón me parece obvia. Cada uno ve mejor el rostro del otro que el nuestro. Para ver el nuestro necesitamos de un espejo. Lo que me desagrada en ti es el espejo donde yo debiera reconocer y ver lo que tendría que desagradarme de mí. Lo que veo en ti es un mensaje de lo que yo debiera cambiar en mí. Si no soy capaz de descubrir mis defectos, déjame ver los tuyos, es posible que al verlos en ti me desagraden en mí.

En vez de criticar a los demás, ¿no les debiéramos agradecer el servicio que nos hacen de corregirnos sin decirnos nada? ¿No debiéramos agradecer a quien nos hace sentirnos incómodos y nos invita a convertirnos? ¡Qué bueno sería si nuestras murmuraciones y críticas se convirtiesen en otras tantas conversiones!

Nuestro valor agregado

tú eres único

Cada vez estoy más convencido de que el creyente necesita de ojos nuevos, de un nuevo estilo y modo de ver. Es cierto que, a veces, Dios nos “muestra la luz de su rostro”. Pero son más las veces en las que Dios se revela en la oscuridad. La misma Encarnación es la revelación de Dios en y desde las sombras de lo humano.

El pobre. ¿Acaso Dios tiene rostro de pobre? No. Pero el pobre sí tiene rostro de Dios.

El desnudo. ¿Acaso Dios tiene rostro de desnudo? No. Pero el desnudo sí tiene rostro de Dios.

El encarcelado. ¿Acaso Dios tiene rostro de encarcelado? No. Pero el encarcelado sí tiene el rostro de Dios.

El hambriento. ¿Acaso Dios tiene rostro de hambriento? No. Pero el hambriento sí tiene el rostro de Dios.

El sediento. ¿Acaso Dios tiene rostro de sediento? No. Pero el sediento, sí tiene el rostro de Dios.

El enfermo. ¿Acaso Dios tiene rostro de enfermo? No. Pero el enfermo sí tiene el rostro de Dios.

Mi prójimo. ¿Acaso Dios tiene el rostro de mi prójimo? No. Pero mi prójimo sí tiene el rostro de Dios.

Dios se revela en la oscuridad.
Dios no tiene el rostro de Jesús en el pesebre.
Pero el niño del pesebre sí tiene el rostro de Dios.

¿Acaso Dios tiene el rostro de crucificado? Mejor, no decimos que el crucificado tiene rostro de Dios. Esos son los misterios de la fe. Esos son los “trucos” de Dios y esos son también los trucos de la vida. Esto da una nueva dimensión a la realidad de la vida. La fe hace transparente la realidad.

Hay que abonar las raíces

abonar

El Principito nos recordó a todos una gran verdad: “Lo esencial suele ser invisible”. Lo esencial, difícilmente, lo llevamos a flor de piel. A flor de piel solemos llevar el maquillaje. Eso que cada mañana nos ponemos y que cada noche nos limpiamos. Lo esencial ni lo ponemos por la mañana ni lo podemos limpiar o quitar antes de acostarnos. Lo esencial lo llevamos dentro.

Las raíces, se hunden en la tierra. Todos miramos a las ramas, pero la vida viene de más abajo. Todos sacamos fotos a las ramas. ¿Alguien se ha dedicado a fotografiar las raíces?

Las ramas necesitan, es cierto, de un ambiente sano que las haga respirar. Por ello es importante es abonar constantemente nuestras raíces.  Está bien que cuidemos de nuestro rostro y lo cuidemos con sus cremas, pero cuánto tiempo dedicamos al día a cuidar nuestras raíces. Está bien cuidemos nuestro follaje, pero si se nos secan las raíces del corazón, todo se seca.

Si no cuidamos las raíces de nuestra vida, tendremos una vida pálida y debilitada. Si no cuidamos las raíces de nuestro espíritu es posible que padezcamos de una anemia crónica.

El tiempo cuaresmal pudiera ser un tiempo adecuado para preguntarnos por nuestras raíces espirituales. ¿Qué cuidado les brindamos? ¿Qué atención les prestamos? No es suficiente el agua bautismal para regar las raíces de nuestra fe. Se necesita seguir regándolas cada día, antes de que el calor del sol las seque. Hay que regarlas con el agua de la oración. Con el agua de la Palabra. Con el agua de la caridad. Con el agua de la autocrítica. Con el agua de la Eucaristía. Y, de cuando en vez, tendremos que removerles la tierra con el sacramento de la Penitencia. Sólo así haremos que el árbol de nuestra vida, no solo sea bello y hermoso, sino que también dé frutos abundantes. Cuando Él venga, ¿encontrará higos en nuestra higuera?

Lógica de un cristiano

el cristiano

Los otros son malos.
Luego yo debo ser mejor.
Los otros son unos vulgares.
Luego yo debo se especial.
Los otros son unos pecadores.
Luego yo debo ser un santo.
Los otros mienten.
Luego yo debo decir la verdad.
Los otros son unos injustos.
Luego yo debo ser justo.

Los otros son cobardes.
Luego yo debo ser valiente.
Los otros ya no creen.
Luego yo debo creer más.
Los otros están tristes.
Luego yo debo estar alegre.
Los oros son unos tacaños.
Luego yo debo ser generoso.
Los otros ya no rezan.
Luego yo debo rezar más.

La mejor manera de criticar a los demás:
es vivir lo que ellos no viven.
es hacer lo que ellos no hacen.
es ser lo que ellos no son.

Toda otra crítica es ensuciar más al que ya está sucio.
Y, además, es ensuciarte a ti mismo.

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