Domingo, 13 de marzo del 2022
Demasiados micrófonos
la Buena Nueva
Vivimos en el mundo del micrófono. Cada uno necesita el suyo, porque todos queremos hablar. Todos queremos decir algo. ¿Habrá oyentes para tantos hablantes? Todo el mundo está viendo cómo captar oyentes. Vivimos y supervivimos gracias al rating. Si no tienes público te dan de baja.
¿Tendría rating hoy Jesús? En el monte, el Padre nos dijo que lo “escuchásemos a Él”, pero para escucharlo alguien tiene que hablar en su nombre, además alguien tiene que querer escucharlo. No es solo cuestión de “oyentes”, es también problema de los que “hablan” porque es posible que a Él sí queramos oírle. ¿Pero habrá ganas de oír a los que decimos hablar en su nombre? Este es el verdadero reto de la evangelización.
En medio de tanta oferta, no siempre es fácil distinguir la oferta del Evangelio del resto de voces. No es lo mismo anunciar y proclamar el Evangelio, que anunciar las nuevas canciones o nuevas películas o nuevos personajes de la farándula.
Jesús habla hoy mediante sus representantes, ellos son su voz. Todos tenemos algo que comunicar de parte de Él. Todo bautizado es un delegado suyo para proclamarlo al mundo, Todos estamos llamados a hacernos voz de su voz. La voz de Dios, a través de la voz de Jesús, en la voz de los creyentes y encuentra sus dificultades que no podemos negarlas ni olvidarlas.
En primer lugar, no es fácil hacer escuchar la “Buena Noticia”. Resulta curioso. Estamos tan habituados a las malas noticias que casi hemos perdido el gusto y el sentido de las “buenas”. Para que algo merezca interés tiene que ser una mala y llamativa noticia. Lo bueno ha dejado de ser noticia noticiable. Cuando el noticiero no nos trae noticias que llamen la atención, solemos decir “no hay nada que ver”. Sólo lo especial, lo raro, lo extraño, lo malo, parece ser noticia. ¿Y cómo hacer algo especial del Evangelio para que suene como la noticia del día?
En segundo lugar, ¿cómo hacer creíble el Evangelio hoy? Porque no es lo mismo ser locutor de noticias en la radio o la televisión a proclamar el Evangelio. Los locutores nunca se implican en la noticia que leen. Los locutores suelen ser extraños a la noticia. Pero no se puede anunciar el Evangelio, de una manera creíble, si no nos implicamos en Él, si no se no ve cercanos a Él. Sólo hacemos creíble la Palabra de Dios si no sólo la hacemos palabra, sino también vida. La Palabra de Dios tiene sentido desde ella misma, no necesita de nosotros para ser creíble, pero los hombres que la escuchan sí requieren el testimonio de la vida.
Dios resplandece en la oscuridad
la luz de Dios
Cada vez estoy más convencido de que el creyente necesita de ojos nuevos, de un nuevo estilo y modo de ver. Es cierto que, a veces, Dios nos “muestra la luz de su rostro”. Pero son más las veces en las que Dios se revela en la oscuridad. La misma Encarnación es la revelación de Dios en y desde las sombras de lo humano.
El pobre. ¿Acaso Dios tiene rostro de pobre? No. Pero el pobre sí tiene rostro de Dios.
El desnudo. ¿Acaso Dios tiene rostro de desnudo? No. Pero el desnudo sí tiene rostro de Dios.
El encarcelado. ¿Acaso Dios tiene rostro de encarcelado? No. Pero el encarcelado sí tiene el rostro de Dios.
El hambriento. ¿Acaso Dios tiene rostro de hambriento? No. Pero el hambriento sí tiene el rostro de Dios.
El sediento. ¿Acaso Dios tiene rostro de sediento? No. Pero el sediento, sí tiene el rostro de Dios.
El enfermo. ¿Acaso Dios tiene rostro de enfermo? No. Pero el enfermo sí tiene el rostro de Dios.
Mi prójimo. ¿Acaso Dios tiene el rostro de mi prójimo? No. Pero mi prójimo sí tiene el rostro de Dios.
Dios se revela en la oscuridad.
Dios no tiene el rostro de Jesús en el pesebre.
Pero el niño del pesebre sí tiene el rostro de Dios.
¿Acaso Dios tiene el rostro de crucificado? Mejor, no decimos que el crucificado tiene rostro de Dios. Esos son los misterios de la fe. Esos son los “trucos” de Dios y esos son también los trucos de la vida. Esto da una nueva dimensión a la realidad de la vida. La fe hace transparente la realidad.
¿Cómo escuchar hoy la Palabra de Dios?
Palabra de Dios
En primer lugar, no como la palabra lejana en el tiempo y el espacio.
En el tiempo. Porque no es ya la palabra del “en aquel tiempo”, sino la Palabra que Dios dice en “este tiempo”. Tanto repetir “en aquel tiempo”, todos tenemos la impresión de ser algo que se dijo y que no responde al hoy del hombre. La palabra de Dios es histórica y metahistórica, es una Palabra eterna. Dicha en el tiempo y repetida en todos los tiempos.
En el espacio. La palabra responde siempre a un momento concreto de la historia. La palabra tiene sentido cuando se dice en el hoy del hombre. Nosotros podemos decir un sin fin de cosas intrascendentes y las damos por válidas. Pero cuando se trata de la Palabra de Dios le exigimos validez para hoy, “utilidad” para hoy, sentido para hoy.
La Palabra de Dios, como Palabra para el hombre, es preciso proclamarla también desde el hombre. Dos dimensiones esenciales a toda palabra.
Una palabra que me expresa también a mí y mi circunstancia. Una palabra que me ilumina. La palabra me tiene que afectar. La palabra es válida cuando me toca, me raspa. La mejor palabra es aquella de la que podemos decir: “parece como dicha para mí”. “Como si me conociera”. La Palabra la entendemos cuando sentimos su resonancia dentro de nosotros y no solo en nuestros oídos.
Apertura. La tercera dimensión de la palabra es la actitud receptiva del Espíritu. Oír por oír, no dice nada. Frente a la palabra podemos asumir distintas actitudes: la de sordos, la de indiferentes, la de receptores, la de respuesta. Son momentos distintos, pero que forman entre todos parte de la llamada escucha.
Un cuarto elemento: no habituarse a escuchar. No se trata de aguantar el mismo chiste de siempre, el mismo cuento de siempre, la misma historia de siempre, se trata de hacerla noticia, acontecimiento en nosotros.
Ver para creer o creer para ver
ver para creer
Es fácil creer luego que hemos visto.
Es fácil ser profeta luego que han pasado las cosas.
El problema es aceptar los retos antes de ver el final.
Es fácil decir “yo creo” en Él, cuando vemos a Jesús transfigurado en el tabor.
El problema es decir “yo creo” cuando lo vemos por los caminos polvorientos de la vida.
Es fácil decir “qué bien se está contigo”, cuando disfrutamos de la belleza pascual de su vida.
Lo difícil es decir “te sigo” cuando no sabemos a dónde nos va a llevar.
Es fácil decir “nos quedamos aquí” cuando todo es luz, felicidad.
Lo difícil es decir “nos quedamos contigo” cuando vemos que por delante nos espera la cruz.
Este es el problema de nuestra fe.
Creer cuando no vemos sus consecuencias y, a pesar de todo, las aceptamos.
Creer cuando sabemos que por delante quedan las oscuridades de la cruz.
Creer sin ver el horizonte de llegada.
Es fácil creer en el Tabor.
Lo difícil es decir “Señor, yo creo” al pie de la cruz.
Es fácil creer cuando podemos meter nuestros dedos en sus llagas.
Pero ¿qué sucede cuando no vemos nada y todo pierde sentido?
En el plano de la fe, primero creemos, para luego poder ver.
En nuestras vidas es fácil creer cuando todo nos sale bien.
¿Qué sucede cuando todo nos sale al revés y contra todas nuestras seguridades?
Nosotros solemos decir, en nuestra lógica humana: “Ver para creer”. Y Dios nos dice, en su propia lógica, “cree para que puedas ver”. Nosotros quisiéramos creer en la luz y con frecuencia tenemos que creer en la oscuridad.