Hoja Parroquial

Domingo 22 – A | La Cruz de Jesús

Domingo, 3 de setiembre del 2023

¿Almacenar o dar vida?

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Todo se almacena. Se almacena el dinero en los Bancos. Se almacena el trigo en los graneros. Se almacena el arroz en los molinos. Se almacenan los CDs de música. Se almacenan los placeres. Muchos también se dedican a almacenar la vida. Almacenan años. Vidas amontonadas, vidas metidas en nuestros graneros o vidas guardadas en las cajas fuertes de las satisfacciones inmediatas.

Por eso, el Evangelio de hoy tiene que caernos a muchos como un balde de agua fría. ¿Venir, a estas alturas, a decirnos que para salvar la vida hay que perderla, no almacenarla? Que hay que exponerla al riesgo y no meterla en la caja fuerte. Que hay que sembrarla y no guardarla en el granero. Que la vida no es para guardarla sino para darla. Que la vida no es para colgarla en la percha del armario, sino para ir repartiéndola por los caminos.

Sin embargo, Jesús es categórico “si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”. Perderla no es extraviarla en el camino o dejándola olvidada en el taxi. Perderla es ponerla en juego. Perderla es entregarla. Perderla es darla. Perderla es sacrificarla por la causa del Reino en fidelidad al Evangelio.

Si el grano lo conservamos en el granero y no lo sembramos está destinada a morir molido y comido. Si por no perder sus granos el sembrador deja de sembrar, estará renunciando a la cosecha. El grano, para que dé fruto, hay que entregarlo a la tierra, hay que sembrarlo en la tierra. La vida que no se siembra se muere ella sola.

El Beato Eugenio Bosilkov, Obispo Pasionista en Bulgaria, estaba perseguido por las autoridades marxistas. De visita a Roma en 1948, un año más tarde de su ordenación episcopal, toda la comunidad le aconsejaba quedarse en Roma, ya que regresar a Bulgaria era para él todo un peligro.

Fue entonces que Bosilkov dijo aquella frase que se hizo célebre: “Si tengo el coraje de vivir, debo tener también el coraje de morir. El pastor no puede abandonar a su rebaño”. Entonces, se regresó a Bulgaria. En 1952, la mañana de la fiesta de la Asunción, lo tomaron preso. No se supo nada de él, hasta que ese mismo año, el 11 de noviembre, era condenado a morir fusilado. Le habían ofrecido declararle Jefe de la Iglesia separada de Roma si rompía con el Papa, pero él se mantuvo firme en su fe y en su fidelidad a la Iglesia.

La vida vale poco cuando están de por medio los valores del Evangelio. No sabemos qué hicieron con su cuerpo para evitar las manifestaciones populares, pero la Iglesia lo declaró mártir y Beato. La vida vale cuando uno la pone en juego. La vida vale cuando uno se la juega por la fidelidad al Evangelio. No sabemos nada de su cuerpo, pero hoy todos podemos venerarlo en los altares.

No deformemos la Cruz de Jesús

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Nos hemos acostumbrado a llamar “cruz” a cualquier cosa y con ello hemos deformado mucho la verdadera cruz del cristiano.

Me duelen las muelas. Es tu cruz para este día. Es la voluntad de Dios.
Me duele la cabeza. Es tu cruz. La cruz que te manda Dios hoy.
He tenido un accidente. Es tu cruz. Es la voluntad de Dios.

¿Son estas las cruces de las que habla Jesús? ¿Son esas las cruces que tenemos que cargarnos y seguirle a Él? Ciertamente que no. La verdadera cruz del seguidor de Jesús es la misma cruz de Jesús. No es otra distinta. Lleva la misma madera, el mismo peso y la misma hechura. Jesús nunca llamó cruz a la enfermedad, ni al dolor de muelas, ni al dolor de estómago. Ni dijo nunca que esa era la voluntad de Dios.

La cruz de Jesús es consecuencia de una vida. Es consecuencia de lo que decía, de lo que hacía. Era la cruz de la fidelidad a la voluntad de Dios. La cruz de la fidelidad a la obra de salvación. Digámoslo así: la cruz del seguidor de Jesús es la que nos viene como consecuencia de nuestra fe, como consecuencia de nuestra fidelidad.

Tengo que ser fiel a mi matrimonio en una indisolubilidad hasta el final de mi vida. He sido abandonado, me he quedado solo/a. Humanamente tendría derecho a ser feliz con alguien, pero prefiero ser fiel al sacramento, aunque me quede como un aburrido. Esa es la cruz de mi fidelidad al ideal evangélico del matrimonio. Difícil de entender ¿verdad? Pero es mi verdadera cruz cristiana, no la enfermedad ni el dolor, sino el dolor, consecuencia de ser fiel hasta el final.

Por eso la cruz no vale por lo que duele, sino por lo que tiene de fidelidad a Dios, al bautismo, al matrimonio, es decir, al Evangelio. Jesús no murió por amor al dolor, sino porque amó su obediencia al Padre en fidelidad hasta el extremo de su amor.

¿A qué cosas llamamos cruz?

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A cualquier cosa.

¿Que tenemos una enfermedad? Esa es nuestra cruz.
¿Que tenemos un dolor de muelas? Esa es nuestra cruz.
¿Que no tenemos trabajo? Esa es nuestra cruz.
¿Que hemos perdido a un ser querido? Esa es nuestra cruz.
¿Que hemos tenido un accidente? Esa es nuestra cruz.
¿Que nos han condenado siendo inocentes? Es asa es nuestro cruz.

Amigos esta no es la cruz de la que nos habla Jesús.
Todas esas cruces con minúscula son sencillamente realidades de la vida.
No son la cruz que Jesús nos está pidiendo.
La única cruz que Jesús nos pide es la cruz del amor y de la fidelidad.

Aquello que sufrimos por ayudar a otros.
Aquello que sufrimos por entregarnos a los demás.
Aquello que sufrimos por ser fieles a nuestro Bautismo.
Aquello que sufrimos por ser fieles al Evangelio.
Aquello que sufrimos por confesar nuestra fe.
Aquello que sufrimos por no ser excluidos de los demás porque somos diferentes.

Jesús sufrió la Cruz porque no aceptó plegarse a la ley ni a los criterios de los sumos sacerdotes, escribas y fariseos.
Jesús sufrió la Cruz por decir la verdad aún a costa de su vida.

Tenemos una muy falsa idea de la cruz, imaginándonos que lo que Dios quiere de nosotros es el dolor y el sufrimiento. Dios nunca quiso el sufrimiento de los hombres. El mismo Jesús pasó la vida aliviando a todos los que sufrían cualquier enfermedad o limitación física, que hablen los ciegos, los cojos, los leprosos.

10 pedidos de los niños a sus padres

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  1. Mis manos son pequeñas. Por favor, no esperes perfección cuando me mandas coger algo. Además, mis piernas son pequeñas y débiles, ¿podías caminar un poco más lento para que pueda seguirte?
  2. Mis ojos todavía no han visto el mundo como tú lo has visto. Por favor, déjame explorarlo. No me limites innecesariamente.
  3. El trabajo siempre estará ahí. Yo seré pequeño sólo por un corto tiempo. Tómate un tiempo para explicarme las cosas maravillosas de este mundo y hazlo con alegría.
  4. Mis sentimientos son frágiles. ¿Podías estar más atento a mis necesidades? Puede que para ti no tengan importancia. Para mí son importantísimas.
  5. Soy un regalo especial de Dios. ¿Podrías atesorarme como Dios lo hace? Respeta lo que hago. Dame principios y valores para mí. No gritos, esos solo asustan, y no enseñan.
  6. Para crecer necesito de tus críticas, pero mucho más el que me enseñes a que yo mismo aprenda a criticarme. Es posible que no estés de acuerdo con todo lo que hago. Pero eso no te da derecho a hacerme sentir poca cosa.
  7. Ya sé que todavía no he madurado, pero déjame tomar mis propias decisiones. Déjame equivocarme para que aprenda de mis errores. Algún día estaré mejor preparado.
  8. Y eso sí, no lo hagas todo por mí. Deja que yo haga lo que puedo hacer. Eso me hará sentirme más importante, y más útil. Me ayudará a tener más fe en mí.
  9. No tengas miedo en alejarte algún tiempo de mí. Los hijos necesitamos también de nuestro tiempo y tenemos derecho a unas vacaciones de los padres. También ustedes necesitan unas vacaciones sin nosotros.
  10. Ah, no te olvides de mostrarme el camino para que también descubra a Dios. No me des el tuyo, deja que yo haga mi propia experiencia de fe. Tú muéstrame el camino. El resto lo haré yo.

(Autor desconocido y modificado por Clemente Sobrado CP)

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