Hoja Parroquial

Domingo 21 – A | Quién dicen que soy

Domingo, 27 de agosto del 2023

“Y ustedes ¿quién dicen que soy?”

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Hay preguntas incómodas a las que no quisiéramos responder. Sobre todo, las preguntas esenciales. Además, hay preguntas difíciles de responder porque ni nosotros tenemos las ideas demasiado claras.

Jesús hace dos preguntas y obtiene dos respuestas. A la primera, responden todos. A la segunda, responde Pedro en nombre de todos. Es que siempre es más fácil responder por lo que piensan los otros, que por lo que pensamos nosotros. Somos mejores lectores e intérpretes de los pensamientos de los demás que de los propios porque sobre los otros respondemos siempre desde fuera. Los comentaristas de fútbol serían excelentes jugadores porque siempre saben cómo tienen que jugar los que están sudando la camiseta en el campo, lo difícil es bajar a la cancha y jugar.

“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Los discípulos parecen bien enterados y le dan las distintas respuestas que han observado en la gente. La conclusión para Jesús es clara. La gente tiene una idea muy confusa sobre Él. Jesús puede ser cualquiera de las grandes figuras del pasado, pero lo cierto es que todavía no le han reconocido en su verdad.

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Aquí es Pedro el que asume la representación de todos y la confiesa diciendo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Marcos es más parco en la respuesta: “Tú eres el Mesías”. Una respuesta igualmente vaga como la de la gente, por la misma deformación que la persona del Mesías había sufrido en los últimos siglos. Pero en Mateo, Pedro hace una verdadera confesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”. Confiesa la divinidad de Jesús, su origen divino. Por eso, el mismo Jesús le dice: “Esto que dices Pedro no te lo revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.” La primera respuesta obedece al conocimiento humano que los hombres tienen de Jesús. Lo que piensan los hombres. La respuesta de Pedro, ya no es una respuesta que parte del conocimiento humano, sino de la revelación, de “mi Padre”.

Por tanto, la primera respuesta es un simple conocimiento sicológico, sociológico. La respuesta de Pedro nace de un acto de revelación, de un acto de fe, es una confesión de fe. Si bien todavía es una respuesta incompleta donde lo humano y la fe se mezclan; sin embargo, ya es un avance en el conocimiento de Jesús.

Esta escena puede revelar también muchas de nuestras actitudes de hoy frente a Cristo. Quienes lo conocen sencillamente desde la razón y quienes lo conocen desde la revelación de la fe. Jesús es bien claro. A Él sólo se le puede conocer desde la revelación de Dios, desde el misterio de la fe. Por eso mismo, sólo se puede hablar de Jesús cuando se tiene fe. Sin fe haremos de Él un personaje más de la historia, pero no el Hijo de Dios encarnado para salvarnos.

“Permanezcan en mi y yo en ustedes”

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Los discípulos de Emaús hicieron una invitación a aquel viajero desconocido, le pidieron que se quedase aquella noche con ellos.  Los motivos fueron diversos. Ante todo, era un tipo que les había caído bien y se sintieron muy bien con su compañía. En segundo lugar, ya la noche se echaba encima y no eran horas de caminar. Tenía que cenar pues ya era hora de la cena.

Estaban invitando a un desconocido. Estaban invitando a alguien que no sabían ni quien era. Estaban invitando a alguien que, de alguna manera, logró poner calor en el corazón frío de unos desilusionados y tristes.

Y fue en el “partir el pan que los ojos se les abrieron” y lo experimentaron desde el grito mismo del corazón.

Antes de todo ello, Jesús les había dicho en la Ultima Cena que “tenían que permanecer en Él, que también Él permanecería en ellos. Permanecer en la comunión con Él es el modo que Él tiene de permanecer en nosotros. Le comemos a Él y Él se hace alimento de nosotros. Nosotros, cuando comemos, transformamos los alimentos en nosotros mismos. Los transformamos de tal manera que los alimentos mismos nos transforman a nosotros.

Los alimentos se hacen vida en nosotros. Asimilamos sus calorías, sus vitaminas y todos los elementos que nosotros necesitamos para una buena salud. De tal forma que terminan siendo “nosotros”.

Comulgar es comerle a Él. Él se hace algo nuestro, pero a la vez nos hace a nosotros algo suyo. Es la comunión o “común-unión”. La unión nuestra con Él y de Él con nosotros. Es la máxima experiencia de la presencia vital y vivificante de la Eucaristía. San Juan Pablo II hablaba de esta experiencia como “un anticipar, en cierto modo, el cielo en la tierra”. ¿Cómo será nuestra comunión con El en el cielo? De algún modo ya la estamos sintiendo ahora en la tierra.

Educar es llevar a descubrir la persona de Jesús

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Hablando de la catequesis, el Documento de Aparecida nos dice a este respecto: “Los desafíos que plantea la situación de la sociedad en América Latina y El Caribe, requieren una identidad más personal y fundamentada. El fortalecimiento de esta identidad pasa por una catequesis adecuada que promueva un adhesión personal y comunitaria a Cristo, sobre todo en los más débiles en la fe”. Y en otra parte nos dice: “Recordamos que el itinerario formativo del cristiano, en la tradición más antigua de la Iglesia, tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos”.

“Se trata de una experiencia que introduce en una profunda y feliz celebración de los sacramentos, con toda la riqueza de sus signos. De este modo, la vida se va transformando progresivamente por los santos misterios que se celebran, capacitando al creyente para trasformar el mundo. Esto es lo que se llama ‘catequesis mistagógica’”. (290)

Educar en la fe ha de partir fundamentalmente de un encuentro, un encuentro con Jesús. Por eso, el punto de partida de toda catequesis a cualquier nivel tiene que ser llevar al niño, al joven y al adulto a encontrarse con Jesús. Todo tiene que comenzar por una fascinación, un ilusionarse con la persona de Jesús. De lo contrario, las ideas o doctrinas quedarán todo en un plano intelectual.

La fe no es una teoría, ni una teología; la fe es una vida, una experiencia de vida. Sólo si logramos una catequesis más vivencial y menos doctrinal, lograremos que la fe prenda en nuestros corazones.

Equivocarte

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Cada paso y cada decisión definen tu vida.

El error más grande lo cometes cuando, por temor a equivocarte, te equivocas dejando de arriesgarte en tu camino.

No se equivoca el río cuando al encontrar una montaña en su camino, retrocede para seguir avanzando hacia el mar. Se equivoca el agua, que por temor de equivocarse, se estanca y se pudre en la laguna.

No se equivoca la semilla cuando muere en el surco para hacerse planta. Se equivoca la que, por no morir bajo la tierra, renuncia a la vida.

No se equivoca el hombre que ensaya por distintos caminos para alcanzar su meta. Se equivoca el que, por temor a equivocarse, no camina.

No se equivoca el hombre que busca la verdad y no la encuentra. Se equivoca el que, por temor de errar, deja de buscarla.

No se equivoca el hombre que pierde su vida por jugarla en serio. Se equivoca el que, por temor a perderla, la pierde en vano sin jugarse nunca.

No se equivoca el pájaro que ensaya su primer vuelo y cae al suelo. Se equivoca el que, por temor a caerse, renuncia a volar y no abandona el nido.

Solo temen equivocarse los que no aceptan que ser hombre es eso: estar buscándose a sí mismo cada día, sin encontrarse nunca plenamente.

Creo que al final del camino no te premiarán por lo encontrado, sino por haber buscado honestamente y no te castigarán por lo no encontrado, sino por no haber buscado.

(Recibido por correo electrónico: Autor desconocido)

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