Domingo, 11 de diciembre del 2022
Los profetas también dudan
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La fe es la misma para los santos que para los pecadores. La fe es la misma para los buenos como para los malos. La fe es la misma para los profetas como para los que no lo somos.
La oscuridad de la cárcel oscurece también el espíritu de Juan. Él le había preparado el camino a Jesús, se la había jugado entera por Él. Pero ahora le llegan noticias de Jesús y se siente desconcertado. Quien había alargado su dedo mostrándolo en el desierto, siente que ahora su alma se encoge y siente la herida de la duda.
En primer lugar: ¿Por qué Jesús no hace ahora algo por él, cuando Juan dio la cara por Él?
En segundo lugar: ¿Los signos que está dando Jesús sobre sí mismo, no indican una falta de decisión y expresan demasiada debilidad?
La duda comienza a carcomerle interiormente. ¿Será que su fe se ha debilitado al sentir la humedad de la prisión? ¿O no será uno de esos momentos en los que la oscuridad purifica nuestra fe? También él quiere clarificar su situación y envía a algunos de sus discípulos para que le pregunten a Jesús si realmente es el que él pensaba o se equivocó y tendrá que seguir esperando a otro.
Creer no significa no tener dudas. La duda solo se da en quien tiene fe. El que no cree no tiene dudas. ¿De qué va a dudar?
Las dudas nacen de la misma fe que no siempre es claridad, sino que muchas veces está llena de oscuridades. Las dudas no significan que uno está perdiendo la fe, sino que sencillamente no la entiende. Y no la entiende porque la fe no es cuestión de evidencias, sino de confianza. La razón busca la evidencia y la lógica y la coherencia, pero la fe va más allá de la razón. Lo que la razón no entiende la fe lo ilumina.
Nuestras dudas de fe pueden proceder del misterio mismo que creemos y no entendemos, o de la experiencia de que los testigos de la fe la oscurecen con su vida. La incoherencia de los creyentes es con frecuencia una de las razones para que muchos comiencen a dudar. Por eso nadie cree solo para él mismo. Creemos, pero nuestra fe también afecta a la fe de los demás.
La duda no es una negación, sino una pregunta. La duda no es perder la fe, sino una búsqueda que nos ayude a clarificarla. “Dudo, luego existo”, decía Descartes. Dudo, luego creo, decimos nosotros. Hasta es posible que una fe sin dudas sea una fe demasiado infantil y poco madura.
“Cañas sacudidas por el viento”
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Cuando Jesús hace la apología de Juan dice algo bello: “¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña movida por el viento?”. Juan tenía una recia personalidad humana y espiritual, no era de esos que se mueven según sopla el viento como hacen las cañas, era tronco robusto resistente a todos los vientos, resistente a todas las críticas y murmuraciones de quienes se resistían a aceptar su mensaje.
La fe se madura con las críticas. La fe se madura con las dificultades. La fe se madura con los obstáculos del camino, la hacen más fuerte, como los vientos fortalecen la resistencia de las raíces y del tronco de los árboles. Hay árboles que pueden ser quebrados por los ventarrones, pero siguen en pie y las raíces son capaces de hacer brotar nuevas ramas.
Esa es la verdad de la fe.
Una fe “robusta e informada” como decía San Juan Pablo II.
Cristianos “robles”, firmes, capaces de resistir los embates del ambiente fácil y cómodo.
Cristianos “robles” seguros de sí mismos, capaces de resistir las críticas que se hacen a la religión. La fe siempre ha tenido perseguidos, comenzando por el mismo Jesús, y siguiendo por todos los mártires.
A Juan no le doblegó el miedo a Herodes criticando su vida de adulterio, tuvieron que cortarle la cabeza, pero no pudieron cortarle la fuerza de su fe y la valentía de decir la verdad a los grandes. El poder puede cortar cabezas, pero no puede matar las ideas y menos el amor y la esperanza.
El Evangelio necesita de esos cristianos convencidos a quienes ni la muerte los asusta.
El Evangelio necesita de esos cristianos dispuestos a jugarse el todo por el todo en cualquier momento.
Con el facilismo de la vida, no se puede anunciar el Evangelio.
La mentalidad de complacer a todos y quedar bien con todos, no es el mejor camino para proclamar el Evangelio.
El Evangelio exige retos.
“Dichosos los que no se escandalizan de mi”
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Ante las dudas de Juan, Jesús le envía un mensaje de identificación y le pone una advertencia: “Dichosos quienes no se escandalizan de mí”. Dichosos quienes no se escandalizan del Evangelio, los que no se escandalizan de Dios y los que no se escandalizan de Jesús.
Dichosos los que no se escandalizan de la Iglesia, por más defectos que descubran en ella. Dichosos los que no se escandalizan de un Dios que no comprendemos y que, sin embargo, nos ama hasta entregar su vida por nosotros.
La Cruz siempre ha sido vista como un escándalo. La cruz es ciertamente el escándalo de quienes solo saben crucificar, pero puede ser escándalo el crucificado. Claro que, si partimos de nuestra experiencia de amar, cuando vemos cómo ama Dios y cómo quiere que nos amemos, para muchos todo esto puede ser escandaloso.
“Ser buena noticia para los pobres”, ¿nos escandaliza?
“Dar la vista a los ciegos”, ¿nos escandaliza?
“Anunciar el Evangelio de Dios”, ¿nos escandaliza?
“Hablar de Dios en ambientes indiferentes”, ¿nos escandaliza?
“Defender nuestra fe allí donde otros la niegan”, ¿nos escandaliza?
Ayer y hoy no faltan cristianos que todavía siguen creyendo y aceptando el escándalo de Dios crucificado. Nos debiéramos escandalizar de la pobreza de nuestro amor, eso sí. De nuestra falta de compromiso real, eso sí. De nuestros miedos a dar cara por Dios, eso sí.
Caminos de futuro
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Sólo se camina bien mirando hacia adelante.
Sólo se ven bien las cosas mirando lejos.
Sólo se ven bien los caminos mirando no a los pies.
Sólo se ven bien las cosas cuando las miramos con esperanza.
Los ojos con lágrimas tienen dificultad de ver.
Los ojos llenos de optimismo lo ven todo más claro.
A la miopía se la soluciona con unas buenas gafas.
A la miopía de la vida se soluciona con ojos llenos de fe.
A la miopía del egoísmo se soluciona con la generosidad del corazón.
Todo camino es largo para quien está cansando.
Toda dificultad es un imposible para quien ha perdido la esperanza.
Todo problema es una derrota para quien no sabe afrontarlo.
No se escucha a los demás, cuando sólo nos escuchamos a nosotros mismos.
No se escucha el dolor del otro, cuando sólo se piensa en la propia felicidad.
No se escucha el silencio del otro, cuando sólo nos escuchamos a nosotros mismos.
La vida necesita:
mirar, mirar lejos, mirar con esperanza,
mirar con amor, mirar escuchando a los demás.