Hoja Parroquial

Domingo 3 – A | Los haré pescadores

Domingo, 22 de enero del 2023

“Y os haré pescadores”

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Hay llamadas que no llaman a nada y hay llamadas que invitan al cambio. Llamadas que nunca nos dejan donde estábamos. Llamadas que nos desarraigan de donde estábamos y nos abren a nuevas posibilidades.

El hombre es un ser invitado siempre al cambio. El hombre se resiste a quedarse e el mismo lugar y seguir siendo siempre el mismo.

Por eso, la primera invitación que hace Jesús es a “seguirle”. Pero a seguirle para cambiar, no para seguir siendo lo mismo de antes, sino para cambiar en algo diferente, en algo distinto.

Sois “pescadores en el lago”, seréis “pescadores en el mundo”.
Sois “pescadores de peces”, seréis “pescadores de hombres”.

Hasta ahora trabajáis con redes, desde ahora trabajaréis con  el Evangelio en la mano.
Hasta ahora trabajáis para comer, desde ahora trabajaréis para cambiar el mundo.
Hasta ahora trabajáis para poder vivir, desde ahora trabajaréis para que haya vida nueva en el mundo.

¿Por qué será que la presencia de Dios en nuestras vidas nos da miedo y preferimos que pase de largo y no se fije en nosotros, que no nos quede mirando, sino que pase en silencio? ¿No será porque tenemos miedo a dejar nuestras redes rotas y nuestras barcas a remo y nos asustan las nuevas redes del anuncio y proclamación del Reino de Dios y del Evangelio?

Dios nunca pasa a nuestro lado inútilmente. Bueno, con frecuencia, nosotros podemos hacer inútil ese paso. Pero Dios, siempre que pasa, nos deja una invitación. Y una invitación a algo mejor, una invitación al cambio.

Aquella tarde Abrahán le pide a Dios: “Señor, si te he caído bien, dígnate no pasar de largo delante de mi tienda”. Es decir, quédate porque tu presencia en mi vida siempre es anuncio de novedad.

Esa también pudiera ser nuestra oración de cada día: “Señor, no pases de largo junto a nosotros. Señor, no pases de largo mientras remendamos las redes y las barcas de nuestras vidas. Señor, no pases en silencio, regálanos tu llamada y, si ves que no te escuchamos, por favor, grita hasta que nos despiertes”.

Dios nunca pasa inútilmente. Dios cuando pasa y lo escuchamos, siempre arrastra. Y cuando le seguimos ya no regresamos los mismos. Dios siempre abre nuevos caminos y horizontes.

Cambiar lo nuevo

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Pero si estamos cambiando cada día y a cada momento. ¿Sabe usted cuántas vueltas da en la cama una noche? ¿Sabe cuántas veces cambia de postura mientras está sentado? Cambia nuestra piel. Cambia nuestra sangre. Todo va cambiando en nosotros. Son cambios de los que apenas nos damos cuenta. Pero nos cambian. Si no cambiásemos nos quedaríamos en embrión. Si no cambiásemos nos quedaríamos en recién nacidos. Si no cambiásemos nos quedaríamos en eternos niños.

Jesús, al comenzar su obra en medio de nosotros, lo primero que nos anuncia es: ¡A cambiar! ¡A renovarse! ¡A convertirse!

A cambiar porque, en medio de vosotros, hay algo nuevo. “El reino de los cielos está cerca”. Él es el cambio. Él es lo nuevo. Lo nuevo no puede mezclarse con lo viejo. Lo nuevo no se compagina con lo viejo. Para que brote lo nuevo tiene que morir y dejar lugar lo viejo.

Nadie se imagine que Jesús ha venido a conservar lo viejo. Vino a darle vida nueva, forma nueva, estilo nuevo, no para que lo nuevo se vista con el traje de lo viejo. Cuando yo era niño, escuchaba decir: “Con el pantalón viejo del abuelo, le han hecho un pantalón nuevo al nieto”.  Jesús no vino a aprovechar las telas viejas para hacer trajes nuevos, vino a traernos tela nueva, hilo nuevo, y trajes nuevos. Pero, lo más importante, vino a hacernos hombres nuevos.

Mientras no demos ese paso de lo viejo a lo nuevo, no seremos capaces de entender el Reino, no seremos capaces de entender la novedad del Evangelio, sino que nos dedicaremos a ponerle remiendos de Evangelio a nuestra vida vieja.

Curar las dolencias del pueblo

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Resulta muy interesante uno de los rasgos que destaca Mateo en la presentación de Jesús junto al lago. “Recorría toda Galilea… curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

Cuando Dios se mete en nuestra historia siente en lo profundo del alma el dolor del pueblo. Para Juan el “primer signo o señal” fue sacar de un apuro a unos recién casados convirtiendo el agua en vino. Para Mateo, las primeras señales fueron “curar al pueblo”, “sanar al pueblo”.

El pueblo como las personas individuales sufre muchas enfermedades. Enfermedades del cuerpo, enfermedades del alma, enfermedades del espíritu. Por el alma del pueblo pasan muchas dolencias. Unas demasiado secretas y calladas, otras mucho más visibles. Unas las curan los médicos, pero otras muchas las tendremos que curar nosotros.

¿Cuál es nuestra señal de cristianos? ¿Se nos conocerá porque somos sensibles a las enfermedades y dolencias del pueblo? Primero, necesitamos hacer un diagnóstico claro de las mismas. ¿Cuáles son hoy las enfermedades y dolencias de Lima? ¿De las familias? ¿De los jóvenes? ¿De los ancianos?

No es suficiente conocerlas como noticia, si luego no les ofrecemos la medicina adecuada. Si no las podemos curar y sanar todas, al menos, que nos duelan a nosotros un poco más porque “ojo que no ve, corazón que no siente”, dice el refrán. “Corazón que no llora, pies que no se mueven, y manos que no se ensucian”. Lo que no duele no reclama. Lo que no hace sangrar un poco el alma tampoco nos pondrá en movimiento hacia los demás.

Dar futuro al presente

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Hay “presente” con demasiada carga de pasado.
Hay “presente” sin posibilidad de futuro.
Lo importante es “darle futuro” al presente.
Porque un presente “sin futuro” está condenado a muerte.
Un presente sin mañana está muerto.

El presente es importante como realización de un ayer.
Pero es más importante como semilla de un futuro.
El presente es lindo por lo que es hoy.
Pero es importante por lo que lleva de futuro.
Lo que hago hoy vale por lo que es en sí mismo.
Pero lo que hago hoy necesita del mañana.

El hoy muere hoy, sólo sigue vivo si tiene mañana.
Lo que hagas hoy, procura que tenga un futuro mejor.
Lo que sueñes hoy, procura que sea realidad mañana.
Lo que vivas hoy, procura que tenga nueva vida mañana.

No siembres para hoy. Dale tiempo para que brote mañana.
No te quedes en el hoy. El mañana te espera.
Hoy, dale madurez al ayer.
Pero deja que el mañana dé madurez al hoy.

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