Hoja Parroquial

Epifanía del Señor – B | Melchor, Gaspar y Baltazar | IQC 2021

Domingo, 3 de enero del 2021

“Venimos a adorarlo”.

los Reyes Magos

¿Recuerdan que ése fue el tema del Encuentro de los Jóvenes con el Papa Emérito Benedicto XVI en Colonia allá por el 2005? No, ¿verdad? Fueron muchos quienes se asustaron un poco con un tema así, sobre todo dirigido a los jóvenes. Sin embargo, todos terminamos convenciéndonos de su profundo sentido.

“Venimos a adorarlo”, primero implica un descubrimiento. Un reconocimiento de Dios en nuestras vidas y un situarnos frente a Él. No con la curiosidad de saber cosas de Él, sino con la actitud reverencial de reconocerle como el centro de nuestras vidas.

Con frecuencia, frente a Dios asumimos actitudes de pura curiosidad, otras veces de duda y ambigüedad. La única actitud frente a Dios es la de arrodillarnos, callar, sentir su presencia y adorarlo en nuestros corazones. A Dios no podemos meterlo en nuestra cabeza. A Dios sólo se le puede meter en el corazón. Dios no entra en nuestras ideas ni en nuestros discursos mentales, pero sí puede entrar en nuestro corazón.

Los Magos de Oriente no venían a investigar qué había sobre Dios, cuáles eran las novedades sobre Dios. Venían rendidos, en actitud de rodillas, en actitud de adoración, de admiración, en actitud de sorpresa.

Para adorarle, primero hay que conocerle, aceptarle y rendirnos ante él. Para adorarle debemos asombrarnos de su grandeza. Es decir, para adorar tenemos que comenzar por fe. Y la fe no es un saber sobre Dios, sino un dejarnos meter en su misterio y decir sí sin entender nada.

La cultura moderna y el hombre moderno, adoptan ante Dios actitudes de autosuficiencia, de desafío. Esa no es la actitud de adoración y rendimiento, sino la actitud de reto. Como quien se sitúa frente a Él de poder a poder. Por eso, nos permitimos la libertad de negarlo en nuestras vidas, de decirle que no es ya importante para nosotros, que podemos vivir sin mayores problemas prescindiendo de Él. Hasta tenemos el atrevimiento de juzgarle y someterle a juicio porque no responde a lo que nosotros quisiéramos de Él.

Los Magos no venían guiados por su vanidad a preguntar y cuestionar. Venían a rendirle el tributo de su adoración. a rendirse delante de Él. Cuando llegaron, posiblemente no encontraron lo que se habían imaginado. “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”.

Cuando se apagan las estrellas

estrella de Belén

En el relato de los Magos hay un detalle interesante. Para buscar siempre se necesita una estrella que nos guíe, necesitamos alguien que nos revele lo que buscamos y nos marque y señale el camino. De repente, los Magos se quedan en el camino, pero sin luz. Han perdido la dirección que los trajo de tan lejos, y ahora, estando tan cerca, se quedan a oscuras. Los caminos sin luz dejan de ser caminos.

Hoy vivimos una situación un tanto delicada. Se habla del “silencio de Dios”, y no porque Dios se haya callado, sino porque “nosotros lo callamos”, “nosotros no hablamos de Él y no lo revelamos”. La Iglesia es concebida como “el sacramento de la luz”, “luz de las gentes”. La Iglesia no tiene sentido para sí misma, sino como revelación, manifestación de Dios. Una Iglesia que no revela a Dios, pierde su sentido. Un creyente que no anuncia a Dios, no sirve.

Tenemos que revelar y manifestar a Dios en un lenguaje que el hombre de hoy pueda entender. Dios necesita ser traducido en nuestra vida. Pero si la traducción es ininteligible, ¿para qué la queremos?

Uno de nuestros retos y desafíos hoy es si somos luz de Dios en el camino de los hombres. No digamos que somos buenos, preguntémonos si alumbramos, si iluminamos. Si nuestras vidas alumbran los caminos de los hombres y los llevan a Dios.

Todos somos estrellas para el camino

estrella de los magos

Cuentan de aquel que, en una noche estrellada, miraba al cielo y contemplaba esos millones de puntitos luminosos diminutos. Por un momento se le ocurrió pensar: son tan pequeños que si los apagamos uno a uno nadie se dará cuenta. Y comenzó a apagar estrellas. Pasado un rato, se dio cuenta de que en el cielo había manchones negros, que ya no titilaban de luz.

Cada uno de nosotros es una de esas pequeñas estrellas que brillan en la noche del mundo. Cada uno parece una luz imperceptible. Pero si cada uno apaga su luz, habrá muchas más sombras.

Uno solo no puede iluminar el mundo, pero sí lo podemos hacer entre todos. ¿No dicen las estadísticas que somos como dos millones de cristianos que creemos en el Evangelio? ¿Te imaginas dos mil millones de fósforos encendidos?  Pero si yo apago mi fósforo porque alumbra muy poquito, y tú apagas el tuyo, y el otro apaga el suyo, ¿no crees que cada vez habrá menos luz en la noche?

Un fósforo en la noche sirve de poco, pero dos mil millones de fósforos debiéramos iluminar con claridades de medio día el mundo. ¿Dónde está esa luminosidad de los creyentes? Amigo, no apagues tu fósforo. Si tu apagas el tuyo, el mío alumbrará menos.

La Estrella y los Magos

los Reyes Magos en Belén

“La estrella es tan clara que
no todo el mundo la ve.

En el cielo hay una estrella
Nuevo y lentísima, es
La estrella de Dios que guía
Hacia el portal de Belén.
Los Magos, como son magos,
Vieron la estrella nacer;
Los hombres como son hombres,
La miran y no la ven…

Pasan ciudad, ciudades
Con calentura en la sien,
Donde la estrella que es niña,
Se apaga para no ver.

Pasan desiertos, desiertos
Como los hombres también,
Y bosques que acaso nunca
Volverán a florecer.

Pasan años y los hombres
Siguen padeciendo sed,
La estrella sigue en el cielo,
Sólo muy pocos la ven”.
(L. Rosales: Retablo de Navidad)

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