Domingo, 27 de noviembre del 2022
Estar despiertos
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La Palabra de Dios nos sitúa en este Primer Domingo del Adviento en una actitud de espera y expectativa. Pablo repite: “Daos cuenta del momento que vivís”, “ya es hora de despertaros del sueño”, y Jesús en el Evangelio nos pide “estar en vela porque no sabéis qué día vendrá el Señor”.
En realidad, la vida humana está hecha de esperanzas. Por eso la esperanza es la gran razón para vivir. Sin esperanza la vida carece de sentido. Morimos cuando dejamos de esperar. Vivimos mientras tenemos ilusiones y esperanzas.
La gran esperanza de la historia de la Salvación, que ha mantenido con vida al Pueblo elegido, ha sido el Mesías que tenía que venir. Toda la espiritualidad profética y de todo el Antiguo Testamento está puesta en alguien que “ha de venir”.
Pero no es suficiente vivir con esperanza. Hay que estar atentos, despiertos para cuando llegue el esperado. En mis años de universidad, teníamos un profesor con una gran inteligencia, pero carente de sentido práctico. Con frecuencia, allá en Roma, veníamos en el “tranvía” y desde lejos lo veíamos parado esperando, era frecuente su despiste y nosotros pasábamos y él se quedaba porque ni se enteraba de que el “tranvía” se había detenido a sus propias narices.
No basta esperar el tren, hay que estar atento a cuando llegue y subirnos a él. No basta esperar a Dios, hay que estar atentos y saber verlo llegar. Cuando llegó la primera vez, después de siglos de espera, nadie la esperaba. La primera Navidad se dio mientras todo el mundo dormía en Belén y en Jerusalén.
Debemos estar atentos a las venidas de Dios cada día para que podamos verlo cuando llegue de verdad hecho hombre como nosotros, para estar atentos y no metidos en nosotros mismos. Quien sólo mira a su propia sombra no ve lo que tiene por delante. Podemos estar tan metidos en nuestras cosas que la venida de Dios nos pase desapercibida. La experiencia es maestra de la vida.
¿Cuántas veces habrá tocado Dios a nuestros corazones y nos encontró fuera y nadie le respondió? ¿Cuántas veces ha tocado ya a nuestra puerta y la casa estaba vacía porque nosotros estábamos en otra parte y se vio obligado a seguir de largo? ¿Nos sucederá lo mismo en estas próximas Navidades? El Adviento es tiempo de espera y, por eso, es tiempo de estar despiertos, en vela, no dormidos ni adormilados y anestesiados. “Estad vosotros preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.” Estemos preparados para que la Navidad 2022 no sea una Navidad vacía y sin nacimiento de Dios en nosotros.
“Es hora de despertarnos del sueño”
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Ya no es hora de dormirnos.
Está amaneciendo.
El Adviento es la aurora de la Navidad.
La noche es para dormir.
El día es para estar despiertos.
Hay que despertarse si queremos ver amanecer el sol.
Hay que despertarse si queremos oír el canto de los pájaros.
Hay que despertarse si queremos ver el color de las flores.
La noche es lo más parecido a la muerte.
El día es lo más parecido a la vida.
Además, “no somos hijos de la noche”,
somos “hijos de la luz”.
No somos “hijos de las tinieblas”,
sino los “hijos de la claridad”.
Como hijos de la luz estamos llamados
a iluminar también la oscuridad de la noche.
Es “hora de despertarnos” y estar atentos:
Despertarnos de nuestra indiferencia.
Despertarnos de nuestros olvidos.
Despertarnos de nuestras rutinas.
Despertarnos de nuestras distracciones.
Es “hora de despertarnos”:
Al día que amanece.
Al Dios que está llegando.
Al Dios que es preciso estar esperando.
Al Dios a quien tenemos que darle la bienvenida.
Al Dios a quien tenemos que recibirle cuando llegue.
Cuando llegó a Belén, ya todos dormían, por eso nadie se enteró.
Cuando llegó por primera vez, nadie le esperaba, después de siglos de espera.
Cuando llegó por primera vez, se sintió solo, con la sola compañía de María y José.
Cuando llegue en esta Navidad, ¿nos encontrará despiertos? ¿Alguien le esperará?
Daos cuenta del momento en que vivís
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El ayer ya pasó.
Posiblemente no te enteraste de nada.
Sencillamente pasó sin darte cuenta.
El futuro todavía no existe.
Es el espacio de los sueños y de las esperanzas.
El futuro aún no es tuyo.
Lo único tuyo de verdad es el hoy, el momento presente.
Es el espacio en el que tú puedes hacer algo.
En el que tú puedes construir.
En el que tú puedes cambiar el rumbo de tu vida y de la historia.
Hay que tomar conciencia del “momento en que vivimos”.
Del momento de tu propia vida.
Del momento de la vida de tus hermanos.
Del momento de tu matrimonio.
Del momento de tus hijos.
Del momento de tus padres.
Del momento del mundo.
Del momento de nuestra patria.
Del momento de nuestra ciudad.
Del momento de la Iglesia.
Del momento de la Parroquia.
Dejar pasar este momento es dejar pasar la vida, la historia.
Dejar pasar este momento es dejar pasar tu oportunidad.
Dejar pasar este momento es dejar pasar tus posibilidades.
Es como dejar pasar el agua del río que ya no volverás ver.
Es como dejar pasar el tren que ya no volverá por ti.
Tu momento es hoy.
Tu momento es ahora.
“Conduzcámonos como en pleno día”
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La frase es de San Pablo. Es decir, para Pablo nosotros estamos llamados a vivir en la luz y no en la oscuridad, estamos llamados a actuar siempre en plena luz y no a escondidas en las tinieblas donde los demás no nos vean.
Vivimos en pleno día cuando nuestras obras pueden ser vistas por todos.
Vivimos en pleno día cuando no necesitamos escondernos para vivir.
Vivimos en pleno día cuando no necesitamos mentir ni engañar.
Vivimos en pleno día cuando vivimos en nuestra verdad que es la verdad de nuestro bautismo.
Vivimos en pleno día cuando nuestra vida es transparente y pueden verla todos sin avergonzarnos de ella.
Vivimos en pleno día cuando vivimos en fidelidad con nosotros mismos, con nuestra realidad y con Dios.
No olvidemos que la gracia es luz y se vive en la luz y nos hace luz.
Mientras que el pecado busca la oscuridad y trata de escondernos de los ojos de todos, incluso de los ojos de Dios. ¿Recuerdas cuando Adán se escondió porque había escuchado las pisadas de Dios en el paraíso?
La mejor preparación para la Navidad será vivir en la luz, a la luz, con luz. Dios nació de noche, pero nació iluminando la oscuridad de la noche porque Dios también es luz. El gran pecado para Jesús es pecar “contra la luz”. El pecado de aquellos que “no quieren que sus obras sean vistas” porque es el pecado contra la verdad.