Domingo, 13 de noviembre del 2022
Dios no está en las piedras
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Unos discípulos tratan de llamar la atención de Jesús mostrándole la belleza física del templo. Le muestran la grandeza de las piedras y el brillo de todos los exvotos que los creyentes han ido dejando colgados en ellas.
Se imaginan que Jesús, al igual que nosotros, valora el templo por su materialidad, por su grandeza arquitectónica, por la belleza de sus paredes. Se olvidan de que para Jesús la verdad del Templo no está ni en sus piedras o ladrillos o maderas policromadas. La verdad del Templo está en lo que significa y contiene: “tienda del encuentro”, “tienda de la presencia”, “casa de oración”, “casa de Dios”.
El verdadero valor y sentido del Templo no es la majestuosidad de la obra física, sino el ser espacio de “una presencia”, “lugar de un encuentro”. Espacio de la presencia de Dios en medio de los hombres, lugar donde los hombres se dan cita con Dios. Espacio del encuentro de Dios con los hombres y de los hombres entre sí para juntos encontrarse con Dios.
Con frecuencia, los templos se han convertido más en espacios turísticos que en espacios donde uno siente y experimentan la presencia de Dios. Espacios donde el turista dispara su cámara fotográfica para llevarse un recuerdo, que espacios donde cada uno abre su corazón, dispara la cámara de su espíritu y se lleva una experiencia profunda de Dios.
Jesús, más que extasiarse en la belleza física, contempla su próxima destrucción. Llegan tiempos nuevos, con templos nuevos. Los viejos templos están llamados a destruirse. Los templos de piedra desaparecerán. Llegarán los otros templos. Los nuevos templos del espíritu. Los templos del corazón.
La riqueza material de los templos no siempre es signo de la riqueza espiritual. La riqueza física de los templos, con frecuencia, no revela la verdadera presencia de Dios en medio de nosotros, ni tampoco la verdadera fe de los creyentes en Dios. Lo que Jesús quiere es la riqueza de los corazones, la verdadera experiencia de fe, la verdadera experiencia de Dios en el corazón de los hombres.
La presencia física de los grandes templos, ¿implica siempre una verdadera fe en la comunidad que los rodea? ¿No serán con frecuencia los templos expresiones vacías de fe y de vida? La respuesta la pudiéramos encontrar en la siguiente pregunta: “¿Será Dios tan visible entre nosotros como lo es nuestro Templo? ¿Será tan fácil ver a Dios en nuestra comunidad como lo es ver nuestro Templo?”.
Del Templo a los templo
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Jesús maraca el cambio del Templo a los templos. El Templo será destruido y surgirán los nuevos templos que son cada uno de los creyentes. Dios se escondía tras la gran cortina del Templo a donde sólo podían ingresar los sumos sacerdotes. Con la muerte de Jesús lo primero que describen los Evangelios es precisamente cómo se rasgó de arriba abajo el velo del templo. La muerte de Jesús fue como un sacar a Dios del escondite del Templo, mostrarlo ya no sólo a los sacerdotes, sino a todos.
El verdadero espacio de Dios es, desde entonces, el corazón humano, el corazón del creyente. Por más que nosotros sigamos valorando todavía más los templos materiales que los verdaderos templos de carne y hueso. Entramos en un templo y sentimos como un cierto estremecimiento con la presencia de lo sagrado. Sin embargo, nos encontramos con el hermano, tratamos al hermano, o hablamos de él y todo lo sentimos como profano. ¿Alguien se estremece al hablar con el otro? ¿Alguien se estremece al tocar el corazón del hermano? ¿Alguien se siente impactado por la presencia del misterio cuando ingresa al corazón del otro?
¿Acaso nosotros mismos no nos sentimos vacíos por dentro y sentimos la necesidad de irnos al templo de cemento para experimentar la presencia de Dios? Y hasta es posible que, como los discípulos, nos quedemos más sorprendidos por la arquitectura física de los cuerpos de los demás que, por la presencia del misterio que los habita. Vemos “la calidad de los cuerpos”, pero ¿nos admira la calidad de las almas que los habitan? ¿Nos sentimos sorprendidos por la presencia de Dios en ellos?
El futuro no será fácil
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La mayoría de nosotros tenemos la idea de que una buena relación con Dios tiene que ser una especie de garantía de que todo nos tiene que suceder bien. ¿Quién no ha tenido la experiencia de sentirse incómodo con su fe precisamente porque las cosas no le han sucedido como Él quería? ¿Quién no se ha sentido fastidiado con Dios que no le echa una mano precisamente a él que se ha portado siempre tan bien?
Dios no es garantía alguna de que todo nos va a suceder de maravilla. Al contrario, cuantos de alguna manera han vivido cerca de Jesús, las cosas les han ido bastante mal. Porque han tenido que correr su suerte. La suerte de Jesús y sabemos cuál ha sido.
El caso es que Jesús mismo nos lo anuncia: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa mía”. “Así tendréis ocasión de dar testimonio”.
Pero cuidado, el hecho de que Jesús no anuncie un futuro fácil, no significa que sea un futuro imposible y menos aún de que sea un futuro triste. Lo difícil no es equivalente a triste. Lo difícil no equivale a imposible.
Tampoco significa que Dios nos quiera señalar un camino difícil como una manera de amargarnos el camino. Las dificultades del camino no dependen de Dios, sino de los hombres. No es Dios quien nos someterá a juicio, sino los hombres que no quieren aceptan los retos y los desafíos de Dios. No fue Dios quien se buscó una cruz. Fueron los hombres los que se la hicieron. No es Dios quien hace sufrir al hombre, sino sus hermanos los hombres. Una pregunta: ¿cuántos están sufriendo en estos momentos, no porque Dios los castiga, sino por culpa tuya y mía?
Cuidado con lo bamba
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En los caminos de la vida todos tenemos muchas llamadas. Son muchos los que, desde cualquier rincón, nos gritan: “Soy yo”.
“Soy yo tu Dios”.
Cuidado que andan sueltos demasiados dioses.
“Soy yo tu felicidad”.
Cuidado que hay demasiadas ofertas en los escaparates.
“Soy yo tu alegría”.
Cuidado que hay demasiada mercancía bamba.
Jesús nos lo dijo. Vendrán muchos que querrán asumir mi lugar. No les hagáis caso. “Que nadie… no vayáis tras ellos.”
El creyente está llamado a andar por los mismos caminos de la vida que el resto. Está llamado a caminar al lado de los demás. Nunca estamos solos. Siempre tenemos al lado a los demás. Tenemos que ser creyentes que:
Tienen oídos nuevos,
para escuchar algo distinto a los demás.
Tienen ojos nuevos,
para ver lo que los demás no ven.
Tienen un discernimiento nuevo. Todo lo que tienen que pasar por el filtro de la verdad.
¿Dónde encontrar tu verdadera realización?
Mucho cuidado que circula mucha mercancía bamba.
¿Dónde encontrar la verdadera alegría?
Que hay mucha mercancía bamba.
¿Dónde encontrar tu verdadera felicidad?
Que hay mucha mercancía bamba.
Y lo bamba, ya lo sabemos, es más barato. Claro que sí. Pero precisamente por eso es bamba. Lo verdadero, lo auténtico tiene su precio. Pero es lo verdadero.
Hay alegría bamba. Por eso no es verdadera.
Hay felicidad bamba. Por eso no es verdadera.
¡Que no te engañen! Mejor dicho, no te dejes engañar. No te engañes a ti mismo.
Que no solo hay cosas bambas. Que también hay alegrías, felicidades y hasta vidas bambas. ¿Y éstas no tienen cárcel?