Domingo, 28 de noviembre del 2021
Mirad que llegan días
Adviento, tiempo de espera
Dios pone a Israel en constante tensión de cara al futuro. Es cierto, les pide que no olviden su pasado de esclavitud. Pero no para quedarse esclavos sino para ser agradecidos por el gesto de liberación. Pero la salida de la esclavitud apunta a la libertad. Una libertad que no está ahí mismo, sino que está lejos. Y una libertad que, por lo demás es preciso alcanzarla. Hay que caminar mucho desierto para llegar al lugar de la libertad.
El camino es duro. El desierto no tiene nada fácil. No hay caminos. No hay sombras. No hay manantiales de agua. No hay pan. Y abunda el cansancio. Y el tiempo se hace largo. El desierto detiene los relojes.
Israel tiene que vivir en tensión entre la esclavitud y la promesa. Una promesa que no tiene otra seguridad que la de fiarse del amor y del cariño de Dios hacia su pueblo. El desierto no ofrece seguridad alguna de llegar a parte alguna porque quien camina por el desierto nunca llega a ninguna parte. Todo parece lo mismo desde que se comienza. La promesa no tiene perfiles, se dice que habrá pan abundante, que habrá agua fresca, que habrá terrenos fecundos, pero todo eso está solo en promesa. Caminando por las ardientes arenas no se divisa nada.
El cansancio es el gran enemigo de toda esperanza. El cansancio mata cantidad de esperanzas. Incluso cuando ya se llega y se comienza a disfrutar de la libertad, los enemigos están constantemente al acecho. Regresan las esclavitudes, vuelven las deportaciones. Entonces, Dios envía a su pueblo profetas que vuelven a despertar la esperanza. “Vendrán días…”Sí, ¿pero cuando? Sólo el que promete lo sabe. Los demás a esperar, sin saber ni el cómo ni el cuándo. “Vendrán días, y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra… Salvará a Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos”.
Un presente doloroso donde todo es oscuro, sin luz alguna y por delante toda una promesa y en los corazones una esperanza. Pero ¿cuándo? “Vendrán días”. Pero ¿cuándo? Eso no importa, vendrán. Mientras tanto hay que esperar, mirar hacia delante, por más que hoy nada esté claro. Mirar lejos, por más que hoy todo siga igual.
Dios quiere un pueblo que no se queda ni en su pasado ni se instala en su presente. Un pueblo que tiene que mirar lejos, muy lejos y sin saber cuán lejos está lo prometido. Sólo ese mirar lejos, hace posible no derrumbarse ante las esclavitudes presentes. Sólo el poder soñar con esperanza, hace posible ser más fuertes que las deportaciones del presente. La esperanza de Israel no es la esperanza humana que se puede adivinar en los acontecimientos del hoy, es la esperanza del que sólo cree y espera, oteando un día y una hora que nadie sabe ni conoce. Esa es la esperanza del cristiano, el fiarse de “alguien” más que el fiarnos de “algo”.
El Adviento como estilo de la Iglesia
Adviento e Iglesia
El Adviento no es tan solo el tiempo que precede a la Navidad, ese era el Adviento del Antiguo Testamento. Ahora nos toca vivir en el Adviento del Reino, en el Adviento de la “parusía” o venida gloriosa de Jesucristo.
La Iglesia está llamada a insertarse en el dinamismo del “movimiento mismo de la Encarnación”, como decía San Juan Pablo II.
La Iglesia está llamada a “encarnarse en el tiempo y en el espacio”. El tiempo también espacio de Dios. Espacio de su palabra. Espacio del Reino. El espacio es el lugar de la Encarnación de Dios, la Encarnación del Reino.
Por eso la Iglesia está llamada a caminar con Dios en el tiempo y a caminar con Dios en el espacio. Hasta que lleguemos a la plenitud del final de los tiempos, la Iglesia está llamada a vivir en condición de peregrina, es decir, de caminante que va siempre en búsqueda de los planes de Dios en la historia.
La Iglesia vive en condición de Adviento, en condición de espera de lo que “todavía no es”. La Iglesia no puede resignarse a encerrarse “en lo que ya fue”, sino que tiene que vivir en la tensión del “todavía no”.
Esta tensión eclesial nos pone a todos mirando a nuestro pasado, entroncados con nuestras raíces. No para quedarnos metidos en las raíces porque las raíces que no crecen se pudren, sino para situarnos en el presente, en el hoy del Espíritu, pero mirando hacia el mañana de Dios y el mañana de las culturas y el mañana de los tiempos.
La Iglesia es un dinamismo del Espíritu, no es una realidad estática que podemos “conservar” en el armario del tiempo con bolitas de alcanfor para que no se apolille. El dinamismo del Espíritu nos habla de renovación y de cambio.
Creemos que una buena tarea para la reflexión y vivencia de la Iglesia en este Adviento puede ser:
Cuestionarnos dónde estamos viviendo: ¿En el pasado? ¿En el presente? ¿Mirando al futuro?
Cuestionarnos sobre los retrasos con que vamos peregrinando.
Cuestionarnos sobre qué cambios son más urgentes. Sólo así podremos celebrar de verdad la inculturación de Dios en la Encarnación en las próximas Navidades.
Jesús, nuestra esperanza
Esperanza
San Pablo escribe: “Cristo Jesús es nuestra esperanza”. (1Tim 1,1) La esperanza no es ninguna espera sin razón y en el vacío. Es cierto que lo que se espera aún no tiene consistencia, aún no existe, pero para esperarlo necesitamos algo en que apoyar nuestra esperanza. Sólo entonces tiene sentido el esperar, lo otro sería una pura utopía.
Los cristianos tenemos una razón para la esperanza y esta no es otra que Jesús. Jesús es el que nos garantiza:
Que la verdad triunfará sobre la mentira.
Que el bien triunfará sobre el mal.
Que la justicia triunfará sobre la injusticia.
Que la vida triunfará sobre la muerte.
Que la gracia triunfará sobre el pecado.
Que la santidad triunfará sobre la vulgaridad.
Jesús pasó por todas las pruebas de la desesperanza. Pero Él siempre vivió en y de la esperanza.
Era inocente y fue condenado como culpable.
Era el justo y fue condenado como injusto.
Era la vida y termina víctima de la muerte.
Era la verdad y se le condena de mentiroso.
Todas las esperanzas parecieran morir en su muerte.
Todas las esperanzas parecían condenadas al fracaso en el fracaso de su muerte.
Sin embargo, todas las esperanzas revivieron en la pascua y todos los fracasos se hicieron triunfos de la gracia.
Lo que para nosotros parece imposible, se hace posible en Él.
Lo que para nosotros parece muerte, en Él se hace vida.
Lo que para nosotros parece un fracaso, en Él se convierte en éxito.
Cuando todo se hace invitación a la desesperanza, en Él todo se abre a la esperanza.
Cuando todo pareciera no tener solución, todo adquiere respuesta en Él.
Nuestra fe y nuestra esperanza en Jesús no es para que Él nos arregle todos los entuertos sino para que nosotros seamos más grandes que todas nuestras oscuridades y para que mantengamos vivas nuestras esperanzas en un mundo que se encarga de apagarlas todas.
Pasado, presente y futuro
Los tiempos
Vivimos como una especie de lucha entre el pasado, el presente y futuro. Como nuestra mente ha sido configurada por el pasado, tenemos la sensación de que la verdad está allí, en el pasado, que el presente debe ser repetición del pasado, y que al futuro hay que mirarlo con sospecha. Porque el peligro está en el futuro, en lo nuevo. Por eso nuestro tiempo suele ser un tiempo sin historia.
Dios es eternidad con historia. Resulta curioso que la eternidad de Dios no esté en contradicción con la historia; sin embargo, nosotros consideramos que la historia termina siendo el gran riesgo y peligro para el pasado. Nosotros somos pasado y también presente y también futuro. Un pasado sin futuro está ya muerto. Un futuro sin pasado carece de raíces.
San Juan Pablo II nos pedía a todos: “Recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirnos con confianza al futuro”. Y añadía: “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre”. (Hb 13,8)
Comenzamos un nuevo ciclo litúrgico. ¿Volvemos a repetir lo mismo? Repetimos ciertamente un pasado. Pero renovado en un presente y proyectándolo hacia el futuro. Vivimos lo mismo, pero de una manera diferente. No podemos ser puros repetidores del ayer, es preciso ser creadores del mañana.
Al comenzar este nuevo año litúrgico no podemos hacerlo con la mentalidad de repetir lo mismo, hacer las cosas del mismo modo. La gracia de Dios nos está pidiendo renovarnos, dar nueva vida a las cosas; que haciendo lo mismo hacerlas de manera diferentes.
Por tanto, hemos de comenzar este Adviento que hasta el nombre lo dice “espera” con una mirada de confianza hacia el futuro. ¿Cuáles serán las sorpresas de Dios este nuevo año? ¿Cuáles serán los desafíos del Evangelio en este año de gracia que comienza? O cambiamos o morimos. O cambiamos o nos quedamos. Que hasta el año tiene cuatro estaciones. Y una estación no repite a la otra. Cada estación es nueva. No faltan quienes quisieran quedarse eternamente en el invierno, eso sería renunciar al verano, al otoño y a la primavera. Repitámoslo una vez más: “Cambiamos o morimos”. No tenemos otra opción, es preciso “abrirse con confianza al futuro”.