Hoja Parroquial

Adviento 2 – C | Preparen el camino del Señor

Domingo, 5 de diciembre del 2021

Anunciar la esperanza

anunciar la esperanza desde la desesperanza

Si tuviésemos que ponerles un título a los textos litúrgicos de hoy, pudiera ser precisamente éste: “Hay que anunciar la esperanza desde la desesperanza”. Dios no anuncia la esperanza desde las situaciones cómodas y tranquilas. Dios no espera a que haga buen tiempo para anunciar el sol. Dios anuncia la mañana, pero desde la oscuridad de la noche.

El profeta Baruc anuncia la liberación de Israel, desde la dureza del cautiverio. Contempla a Jerusalén en “pie, subida a la altura, mirando hacia el oriente y contemplando a sus hijos, reunidos, gozosos invocando a Dios”.

Lucas, por su parte, pone un marco sociopolítico nada propicio para poder abrir nuevos caminos de gracia y de salvación. Un marco dominado por el poder y la fuerza del Imperio, nada fáciles para dejarse influenciar por la novedad de lo nuevo que comienza a alumbrar en el horizonte. Tiberio, Poncio Pilato, Herodes, Felipe, Lisiano, Anás y Caifás. Un marco que deja poco espacio para que alguien se presente en público anunciando el cambio, la Buena Noticia del Mesías que está llegando.

Es precisamente en ese marco nada favorable al cambio que “la Palabra de Dios vino  sobre Juan, en el desierto”. Dios no es de los que espera a que el ambiente esté preparado para anunciar la salvación. Dios no es de los que espera a que comiencen a florecer los campos para anunciar la primavera. Dios anuncia la primavera cuando todavía es pleno invierno. Dios anuncia la libertad cuando todos están todavía sufriendo la esclavitud del destierro. Dios anuncia un mundo nuevo cuando los poderosos política y religiosamente se empeñan en mantener las cosas como están.

Es la esperanza desde situaciones de desesperanza. Es la esperanza allí, donde no hay posibilidades humanas de esperanza. Es la esperanza de un nuevo amanecer allí donde la oscuridad es más espesa y profunda.

Para que las cosas puedan cambiar, es preciso primero abrirnos a la esperanza. Para que llegue lo nuevo, necesitamos despertar en nosotros la esperanza. La esperanza es la virtud capaz de abrir la cortina que oscurece y es capaz de dejar ver la luz en la plena noche. Todo cambio nace fruto de una esperanza. No hay cambio posible donde no hay esperanza. El futuro muere allí donde muere la esperanza. El futuro renace allí donde vuelve a florecer la esperanza. Dios no espera a que haga buen tiempo para dejar oír su voz. Dios deja escuchar su voz, aún allí donde nadie la quiere escuchar. No espera a que le pidan que hablar, sino que habla aún allí donde le prohíben hablar y donde se niegan a escucharle.

Dios necesita caminos

los caminos de Dios

Es cierto que Dios puede actuar por su cuenta sin contar con nosotros, pero ese no suele ser ni el estilo ni la manera de actuar de Dios. Y no porque Él no pueda hacer las cosas solo, sino porque el hombre necesita de una cierta preparación para poder responder mejor a las llamadas e invitaciones de Dios.

Para abrir nuestras mentes a la verdad de Dios, se necesita una adecuada y previa terapia de nuestras mentes y nuestras cabezas. Quien se habitúa a la mentira, no demostrará demasiado interés por la verdad.

Para abrir nuestros corazones al amor de Dios y de los demás, se necesita una previa terapia del corazón. Aprender a superar los egoísmos, ejercitarnos en la caridad y la generosidad. Si formamos a los hijos en el individualismo egoísta, no pretendamos que luego sean unos dechados de generosidad. Si formamos y educamos en todos los caprichos, será inútil que luego tengamos personas maduras.

Si de niños no abrimos a los hijos a la experiencia religiosa, de poco nos servirá luego de mayores hablarles de Dios.
Si de niños no aprenden a rezar, ¿cómo esperar que recen de grandes?
Si de niños no les hablamos de Dios, ¿qué les diremos cuando sean mayores?
Si no nos acostumbramos a decir siempre la verdad, la mentira nos parecerá normal.
Si no aprendemos a dominar y manejar responsablemente nuestros instintos, ¿cómo esperar luego un uso responsable?

Hay muchas cosas que pudieran parecer intrascendentes, pero que son como la base para una personalidad adulta madura. Hay muchas cosas que pudieran parecer infantilismos, pero que nos preparan para una sensibilidad mayor luego en nuestra fe.

Dios no necesita de caminos para llegar a nosotros. Nosotros sí necesitamos de caminos para llegar a Él.

Dios nos pedirá cuenta de “nuestros silencios”

silencios

Se puede pecar hablando. Esto es claro. Pero también se puede pecara callando, guardando silencio precisamente cuando debiéramos hablar. Hay demasiados silencios culpables. Medimos demasiado nuestras palabras, sobre todo, cuando se trata de anunciar o defender la verdad.

Guardar silencio cuando otros hablan mentiras, o atacan a la verdad, es cobardía, es un silencio culpable.
Callar cuando las situaciones nos exigen hablar, es un silencio culpable.
Callar a Dios cuando debiéramos proclamarlo, es un silencio culpable.
Callar a Dios y el Evangelio, porque hay otros intereses de por medio, es un silencio culpable.
Callar a Dios y el Evangelio, porque sabemos que los demás no tienen ganas de escucharnos, es silencio culpable.

No podemos esperar a que el mundo quiera escuchar el Evangelio, para decidirnos a proclamarlo. Tendríamos que pasar la vida callados y en silencio.
No podemos esperar a que el mundo tenga hambre de Dios, para extenderle la mesa e invitarlos al banquete.

El gran fallo de la mayoría de los cristianos no es el “hablar demasiado”, sino “el callar en exceso”. Hay demasiadas cosas que atentan contra la dignidad humana, pero nosotros callamos. Hay demasiadas cosas que se dicen en contra de la religión y de la fe, o que incluso las ponen en ridículo. Pero nosotros callamos.

Hoy tendríamos que preguntarnos dónde están los políticos creyentes para que defiendan ciertos valores en plena decadencia. ¿Dónde están nuestros intelectuales que dan la cara por la fe? ¿Dónde están los creyentes que se mojan anunciando la verdad del Evangelio? Baruc anunció la libertad en la esclavitud. Juan proclamó la venida de lo nuevo, en un ambiente hostil. Dios nos pedirá cuenta de “nuestros silencios”. Dios nos hará responsables de “nuestros silencios”.

Crecer en el amor

amor y crecimiento

Pablo, en la Carta a los Filipenses, aparte de expresar sus sentimientos de gozo, por la comunidad de los creyentes, les pide algo: que “vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para apreciar los valores”. El amor es el dinamismo interno de cualquier comunidad cristiana. Seremos verdadera comunidad, en tanto crezcamos en el amor. Será precisamente este amor el que nos ayudará a penetrar más hondamente en los verdaderos valores y nos hará más sensibles a los auténticos valores.

Pablo nos presenta aquí el gran principio del conocimiento cristiano. No nos dice que los grandes intelectuales o los que tienen una gran inteligencia, podrán conocer la verdad; al contrario, nos dice que es el amor el que nos mete en lo más hondo de la verdad y que además nos hace sensibles a la verdad.

San Agustín nos dirá más tarde: “amar para conocer”. El amor principio del conocimiento, no como dirán los escolásticos “conocer para amar”. El amor se convierte en principio de conocimiento. El amor nos abre el camino para meternos en el misterio de la verdad.

Cuanto más amamos a alguien, mejor lo conocemos.
Cuanto más nos amamos, mejor nos conocemos como esposos.
Cuanto más amamos a los hijos, tanto mejor los conocemos.
Cuanto más amamos a la Iglesia, tanto mejor la conoceremos.
Cuanto más amamos, mejor reconoceremos nuestros errores.
Cuanto más amamos, mejor reconoceremos los errores de los demás.

No esperemos conocer a alguien para amarle. Amémoslo y así lo conoceremos mejor.
Incluso, cuánto más nos amemos a nosotros mismos, tanto mejor nos conoceremos.

Hay demasiado conocimiento sin amor, por eso es un conocimiento siempre peligroso. Porque hay conocimientos que terminan matando. “Si lo conoceré yo…”. Lo conocemos ya muerto en nuestro corazón.

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