Domingo, 8 de agosto del 2021
Falta el pan y abunda el pan
Yo soy el pan de vida
La primera y la segunda lectura de hoy nos hablan de la escasez del pan y de la abundancia del pan y de la necesidad del pan.
Elías va al encuentro con Dios en el Horeb, pero el camino es largo y pesado. Elías es de los que caminan ligeros de equipaje, no lleva reservas para el camino. Llega un momento en el que las fuerzas le abandonan y él se resigna prácticamente a morir, tiende su cabeza bajo una retama y se abandona en las manos de su Señor. Entonces, Dios termina por cocinar para Elías un pan.
En el peregrinaje del desierto el Pueblo se quejó de la falta de pan y le pide a Moisés que les dé pan. Dios regala el pan del maná. Jesús en el desierto siente hambre y el diablo lo tienta para que convierta las piedras en pan. Jesús sabe que ese no es el camino para conseguir el pan.
En el Evangelio, Jesús se presenta a sí mismo como “el pan de la vida”, el pan que hace que el hombre no muera, sino que “tenga vida eterna”. Y ahora el pueblo que el día anterior comió el pan de la multiplicación, rechaza este nuevo pan, prefiere el viejo pan que se endurece pronto y que colma el hambre a medias.
¿No encuentras, en esta reacción del pueblo, algo raro y extraño? Nosotros preferimos el pan de los hombres al pan de Dios. Preferimos el pan de trigo o de cebada, al pan que Dios nos ofrece. Dios no sólo nos regala el pan, Él mismo quiere hacerse pan nuestro. Preferimos el pan que hay que comprar y pagar en la panadería, al pan de Dios que se nos ofrece gratis.
Nosotros seguimos prefiriendo lo que a nosotros nos gusta, a lo que Dios nos ofrece. No importa que sea mejor el pan de Dios. Nosotros tenemos nuestros propios gustos.
Los gustos del espíritu se parecen mucho a los gustos del paladar. Cuando uno se ha hecho a éste o aquel gusto, el resto ya no nos va. Y como no logramos aún el gusto y el paladar por las cosas de Dios, preferimos las ofertas de los hombres, aunque nos resulten más caras.
Una de las funciones del Espíritu Santo es, sin duda, darnos el “gusto por lo espiritual”, sacarle gusto a las cosas del espíritu; sacarle gusto a las cosas de Dios, a las cosas del alma. Mientras carecemos del gusto por lo espiritual, las cosas del espíritu nos aburren, nos cansan, no las sentimos. Son muchos los cristianos que, después de muchos años de fe, siguen con el gusto espiritual estropeado, incapaces de saborear los dones del espíritu, el don de la gracia, del perdón, de la misericordia de Dios.
Especialidad de la casa: la crítica
chisme
Los hombres tenemos un don especial: el don de la crítica. Lo malo que no se trata del pensamiento crítico que trata de analizar las cosas, sino de esa crítica barata que se llama “murmuración”, descontento con los demás.
Aquí no se salva ni el apuntador. Imagínate que no se salva ni Dios. Los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Aquello que no nos va, no nos convence, no nos gusta, lo criticamos. Es una manera de justificar el rechazo.
Ellos le criticaron por el sencillo hecho de que Jesús se declara el pan de Dios para el hombre. ¿Y hoy de qué criticamos a Dios? A veces pienso que criticamos a Dios tanto como a los gobernantes:
¿Por qué Dios permite tanta pobreza en el mundo?
¿Por qué Dios permite tanto sufrimiento?
¿Por qué Dios no nos da trabajo?
¿Por qué Dios no nos sana?
¿Por qué Dios permite que los borrachitos tengan accidentes de tránsito?
¿No crees que son éstas hoy nuestras críticas a Dios? Basta que Dios “no haga nuestra voluntad”, para armarle bronca. Basta que Dios piense distinto a nosotros, para que le metamos leña. Basta que Dios no nos dé la razón para que le demostremos nuestro desacuerdo.
Me imagino que a Dios no le duele el hígado por estas cosas, está tan acostumbrado a no acertar con nuestros gustos… Sin embargo, Él prefiere seguir adelante. Los judíos rechazaron el pan de vida, pero el amor es terco. Jesús se hizo nuestro pan, el que tú y yo comulgamos hoy.
Valeres del cuerpo
el cuerpo
A través del cuerpo puedes expresar los sentimientos del alma.
Sin el cuerpo,
¿cómo expresar tus alegrías?
Sin el cuerpo,
¿cómo expresar tus tristezas?
A través del cuerpo puedes expresar los sentimientos de amor de tu corazón.
Sin el cuerpo no podías regalar tus besos.
Sin el cuerpo no podías regalar tus abrazos.
Sin el cuerpo no podías estrechar la mano del amigo.
Sin el cuerpo no podías tender la mano al que está caído.
Sin el cuerpo no podías hacerte presente en el que está solo.
A través del cuerpo nos expresamos delante de Dios.
Nos ponemos de rodillas.
Levantamos nuestras manos.
Las estrechamos contra nuestro corazón.
A través del cuerpo le hablamos a Dios.
A través del cuerpo podemos orar.
A través del cuerpo podemos recibir el Cuerpo de Cristo en la comunión.
A través del cuerpo nos hacemos sentir unos a otros comunión de hermanos y de fe.
Nuestra alma se asoma hacia nosotros a través de los ojos y del rostro.
Nuestras alegrías y tristezas se expresan a través de los gestos del rostro.
Como ves, el cuerpo es bueno.
Tiene una belleza.
Y expresa una vida.
Claro que a través del cuerpo podemos expresar nuestros malos deseos y hasta la basura que llevamos dentro. San Pablo reconoce la grandeza de nuestro cuerpo viéndolo como “templo del Espíritu Santo”. Tu cuerpo no es el malo. El malo es el corazón cuando quiere expresar su basura a través del cuerpo. ¡Respétalo! ¡Valóralo! Que el cuerpo no es para el pecado sino para la gracia.
Verdades esenciales
verdades
Hay verdades útiles.
Hay verdades intrascendentes.
Hay verdades que quisiéramos que no fueran verdades.
Hay verdades que pueden cambiarnos.
Hay verdades que son esenciales.
Algunas verdades esenciales capaces de cambiarnos:
Antes de amar…
Tú eres un amado por Dios.
Antes de ser…
Tú eres pensado por Dios.
Antes de bendecir…
Tú eres un bendecido por Dios.
Antes de elegir…
Tú eres un elegido por Dios.
Antes de perdonar…
Tú eres un perdonado por Dios.
Antes de escoger…
Tú eres un escogido por Dios.
Antes de conocer…
Tú eres un conocido por Dios.
Antes de ir…
Tú eres un enviado por Dios.
Antes de destinar…
Tú eres un predestinado por Dios.
Antes de pensar…
Tú eres un pensado por Dios.
Antes de ser luz…
Tú eres iluminado por Dios.
Antes de hablar…
Te dicen lo que has de decir.
Antes de orar…
Te dicen lo que has de pedir.
“Antes de que le pidáis algo, mi Padre ya sabe lo que necesitáis”.