Domingo, 21 de abril del 2024
Tener vida y dar vida
El Domingo del Buen Pastor tiene un significado especial para toda la comunidad. No hay pastor sin rebaño ni debiera haber rebaño sin pastor. Pastor y rebaño caminan juntos y recorren juntos los mismos caminos. El verdadero pastor no es el que guía a su rebaño con control remoto como cuando cambiamos los canales de televisión.
En la parábola de Jesús hay imágenes sumamente significativas. La relación que Jesús establece entre los pastores y el pueblo de Dios no es una relación simplemente funcional, ni una relación que puede darse o no. Es una relación vital, íntima. No es solamente guiar desde afuera, cayado en mano, sino que es una relación de vida. Si pastor y rebaño andan los mismos caminos, el pastor tiene una misión mucho más profunda: dar vida.
Para que las ovejas vivan. Una de las preocupaciones del pastor es la salud y la vida de las ovejas, de manera que si una se enferma es una preocupación para él. Por eso, el verdadero pastor, no solo debe estar preocupado de aquellos que le siguen, que vienen a la Iglesia, que escuchan la Palabra cada domingo y comulgan, le tienen que doler y preocupar aquellas que no vienen, aquellas que no tienen vida. Nuestro gran peligro es darnos por satisfechos con el grupo que nos rodea cada día y están cerca de nosotros. ¿Y con las otras qué pasa? Jesús nos pedirá cuenta de todos aquellos que ha puesto bajo nuestro cuidado pastoral, de las sanas y las enfermas, de los gordas y las flacas, de las cojas y de las que andan bien, de las que tienen vida y de las que no la tienen. Esto es un reto, un desafío y una responsabilidad que Dios ha puesto en nuestras manos y de lo que tendremos que responder.
Dar la vida por las ovejas. No nos pide que las ovejas nos regalen su lana. Nos pide que seamos nosotros quienes estemos dispuestos no solo a dar vida a las ovejas, sino dar nuestra vida por ellas. Con frecuencia, no es el dar la vida de una manera espectacular, se puede dar la vida de una manera silenciosa, callada, casi sin que los demás se enteren, porque es dar su tiempo, es dar su descanso, es dar su preocupación, es sufrir con las que sufren y compartir con ellas su mismo dolor. Ser verdadero pastor es hacer lo mismo que Él hizo: dar la vida para que todo el que cree en Él tenga vida eterna. Eso mucho más que dar palabras bonitas, es darse a sí mismo, es morir cada día a sí mismo para que nuestros fieles “tengan vida en Él”.
Esto exige una toma de conciencia, tanto por parte del pastor como de los fieles. Las preocupaciones deben ser mutuas. Si el pastor tiene que estar preocupado por sus feligreses, también estos debieran estar preocupados por su pastor. ¿Ya oran los fieles por sus pastores? ¿Ya se preocupan los fieles de la fidelidad del pastor a su vocación?
Dios llama en la comunidad
Y a través de la comunidad. Dios no usa ni la telefonía fija ni la telefonía celular. Dios suele hablar, normalmente, a través de la misma comunidad. Al fin y al cabo, terminamos valorando aquello que se valora en el ambiente y devaluamos todo aquello que el ambiente devalúa.
La vivencia bautismal en la familia: es el primer clima donde Dios siembra su llamada.
La vivencia comunitaria de su conciencia de Iglesia es el ambiente propicio para descubrir los distintos servicios que la comunidad necesita.
La tensión y riqueza de la vivencia de fe de la familia y la comunidad es una base fundamental para despertar las generosidades del corazón del joven o adulto. El número de vocaciones pudiera ser el mejor termómetro para medir la temperatura de la fe de una comunidad.
Nadie es llamado porque ha fracaso en su vocación humana. Somos llamados porque sentimos nuestra vocación de fe.
Nadie es llamado porque no le gusta el mundo. Somos llamados a pesar de que el mundo nos encanta. Nadie es llamado porque teme fracasar en el matrimonio. Somos llamados aún sabiendo que nuestro matrimonio pudiera ser estupendo.
Por eso, la vocación no nos la damos nosotros. La vocación la recibimos. La escuchamos de Dios. La vocación no puede ser respuesta a los miedos o fracasos humanos. La vocación se siente como un reto y un desafío a vivir los riesgos de la fe. La vocación tampoco es para los que ya son santos, sino para los que no tienen miedo en intentarlo.
El sacerdote no lo es todo
El sacerdote no lo es todo en la Iglesia. No lo es todo en la Parroquia. No lo es todo en la evangelización. El todo los “somos todos”.
El sacerdote tiene que vivir preocupado por aquellos que están lejos de la Iglesia, pero también los seglares. Todos participamos en la misión de la Iglesia y todos participamos en el pastoreo de Jesús.
Está bien que sintamos la satisfacción de “nosotros participamos dominicalmente de la Eucaristía”. Pero también tenemos que sentir la “insatisfacción” por aquellos que no están con nosotros en la celebración.
Nosotros escuchamos la Palabra, pero ¿y quién se la anuncia a los que no la escuchan?
Nosotros comulgamos al Señor resucitado, pero ¿quién les lleva la comunión a los que no se sientan con nosotros a la misma mesa?
Es posible que los que viven lejos de la Iglesia sean de dos clases:
Aquellos que un día fueron bautizados y se han ido de casa. Y aquellos que nunca han pertenecido a la Iglesia. Unos y otros tienen que ser preocupación de todos. Unos y otros pertenecen a ese grupo del que Jesús dice “tengo otras ovejas que no son de este redil y también a ellos tengo que traer”.No dice que “tenemos que esperarlas”, sino que “hay que traerlas”. ¿Y quién las va a traer? No basta esperarlas, hay que ir a buscarlas. No basta dejarles la puerta abierta, hay que salir a invitarlas para que entren. Esta es labor de todos, no sólo del sacerdote.
¡Un momento…!
¿Y si Dios te llamase hoy?
Tendría que pensarlo.
Qué ¿no te fías de Él?
Es que ya tengo planificado mi futuro.
Ah, tus planes por encima de los de Dios.
Uno tiene que asegurarse su futuro.
¿Acaso Dios no asegura tu futuro?
¿Alguien le aseguró el futuro a Jesús?
¿Alguien le aseguró el futuro a María?
¿Alguien les aseguró el futuro a los Discípulos?
Dios, amigo mío, también es futuro.
El riesgo por Dios, también es futuro.
El decir sí a Dios, también es futuro.
Comienza por escucharle en tu corazón.
Deja que tu corazón responda.