Domingo, 1° de mayo del 2022
Examen de pastores
pastores
El Evangelio de hoy pudiera llamarse “examen de pastores”. Es el momento en el que Jesús cumple su promesa con Pedro. “Tú eres piedra. Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. “A ti te daré las llaves”.
Pero Jesús no confía su Iglesia de cualquier manera. La Iglesia tiene que ser el signo del Reino. No es el Reino, pero sí su signo. Por tanto, lo más parecido al Reino. El responsable principal no puede ser un cualquiera. No se trata de nombrar un jefe, que para eso hay muchos candidatos, se trata de nombrar “un pastor”. Uno que le supla a Él, el Buen Pastor.
Pastor no es el que manda, sino el que guía. Pastor no es el que está arriba, sino el que va por delante. Pastor no es el que mata las ovejas, sino que él mismo da su vida por ellas. Pastor no es el que ordena, sino el que “ama”. Las características del pastor son conocer las ovejas, ir delante de las ovejas, alimentar a las ovejas, guiar a las ovejas, dar la vida por las ovejas. Por eso la suerte del buen pastor es “morir” por las ovejas.
De ahí que, Jesús somete a Pedro a un examen que quiere ser serio, al que no es suficiente decir sí. Es un examen serio en el que Pedro tiene que comprometerse hasta el fondo. Por eso, a Pedro Jesús no le examina de teología, ni derecho canónico, ni ciencias sociales, ni ciencias sicológicas, ni ciencias económicas o políticas, le examina del corazón, le examina del amor. No le pregunta si “¿sabes?”, sino si “¿amas?”
Es que a Pedro no le examina para ser “jefe” propiamente, sino para ser “pastor”. Por eso a cada confesión Jesús le confía una misión: “Apacienta mis corderos”. “Pastorea mis ovejas”. “Apacienta mis ovejas”. “Apacentar y pastorear”, “ovejas y corderos”. Esa es la realidad de la Iglesia y esa es la realidad del servicio de autoridad en la Iglesia.
Para que Pedro no se haga muchas ilusiones a cuenta de su primacía, Jesús, de inmediato, le anuncia, de una manera clara, cuál será su final. Algo muy sencillo: tendrá que morir como el Buen Pastor, crucificado en la cruz.
Aquí tendrán que surgir hoy una serie de interrogantes: ¿Con qué criterios elegimos hoy a los responsables de nuestras comunidades? ¿De qué les examinamos? ¿Con qué ojos les miramos nosotros? ¿Cuál es el estilo de relación entre pastores y ovejas?
Iglesia: unidad sí, uniformidad no
unidad en la Iglesia
En el Credo confesamos nuestra fe en la “Iglesia una”. No hay más que una sola Iglesia. Pero dentro de esa Iglesia una confesamos también nuestra unidad interna. Con frecuencia solemos confundir “unidad” con “uniformidad”. El gran misterio de gracia de la Iglesia es que somos “uno en la diversidad”. Tenemos miedo a la “diversidad”. Sin embargo, es la pluralidad la que enriquece a la Iglesia y la que revela el misterio de la gracia unificadora.
Dios es uno y es Trino a la vez. Las tres personas son distintas y hablamos de la unidad y la comunión trinitaria.
La humanidad es una, pero Dios nos hizo hombre y mujer. Hombre y mujer son iguales siendo diferentes. Es la diferencia la que expresa la verdad del hombre y de la mujer.
Pretender una “uniformidad” en la Iglesia es desconocer la realidad de todos los que la formamos y la vivimos y la sentimos.
Si la Iglesia es una en la diversidad implica necesariamente una unidad expresada en la diversidad de culturas, de personas, de modos de pensar, de modos de ser y de modos de actuar.
Hasta la santidad en la Iglesia es una, es la misma santidad de Jesús, pero como dirá Pedro dentro de la “multiforme gracia de Dios”. Los santos son bien distintos unos de otros. Los caminos de la santidad son bien diferentes unos de otros. Pretender para todos el mismo camino es no respetar la multiforme gracia de Dios. Es la diversidad en la caridad. Es la diversidad en el amor. Es la diversidad en el mismo Espíritu. Somos la misma Iglesia, pero Pablo nos hablará de la pluralidad de los carismas.
¿Se puede pensar distinto en la Iglesia? Si somos distintos.
¿Se puede orar de modo distinto en la Iglesia? Si cada uno siente a Dios personalmente.
¿Se puede actuar de manera distinta en la Iglesia? Si cada uno tiene su propia misión.
Las distinciones y las diversidades no niegan ni ponen en peligro la unidad. ¿Acaso los Apóstoles eran todos iguales? Cada uno da su impronta a la Iglesia. La Iglesia es el rostro de todos los que somos diferentes.
Iglesia y sociedad
la sociedad y la iglesia
Con frecuencia, muchos, incluso cristianos, sienten a la Iglesia como una sociedad frente a otra sociedad. Un poder frente a otro poder. Cuando Jesús pensó en su Iglesia, ¿la habrá pensado como una sociedad? ¿Será realmente la Iglesia un poder frente al resto de poderes? O más bien, ¿no pensó Jesús a su Iglesia como rebaño? ¿Como comunidad de amor? ¿Rebaño donde el pastor se confunde con las ovejas, camina con ellas, y comparte el día con ellas?
La Iglesia nació como una presencia sacramental de Jesús en el mundo y en la historia. La Iglesia nació como el poder y la fuerza del Espíritu, como fermento capaz de transformar su entorno. Jesús mismo no duda en llamarle “pequeño rebaño”. Por eso, la verdadera fuerza de la Iglesia no es el prestigio social que pueda tener, la fuerza de competencia que pueda tener contra el resto de la sociedad. Su fuerza es el testimonio, es la vida, es la verdad, es la pobreza y la debilidad. Eso es lo que hace fuerte a la Iglesia, eso es lo que hace vital a la Iglesia.
Cuanto más se configura la Iglesia con la sociedad, menos Iglesia será. La verdadera Iglesia es la que se configura con la persona y la vida de Jesús. Es la que significa, revela y manifiesta a Jesús en su verdadera dimensión. Por eso, igual que Jesús se manifiesta plenamente en el misterio de la cruz, la Iglesia llega a su plenitud cuando se convierte en grano que muere. La suerte de Pedro será la cruz. La suerte de la Iglesia es también la cruz. De eso modo, la cruz se convierte también en el principio fundamental de discernimiento sobre su identidad.
Párroco y parroquia
parroquia pastor párroco
“La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio”. (CIC c.515&1)
Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la celebración dominical de la Eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, le congrega en esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo. La parroquia practica la caridad del Señor en obras buenas y fraternas.
“También puedes orar en casa, escribe S. Juan Crisóstomo; sin embargo, no puedes orar igual que en la Iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes”. (Catecismo de la Iglesia Católica n.2179)
También puedo comer yo solito, pero la comida no es sólo llenar el estómago. La comida implica un clima, un ambiente de relación e intercomunicación. El pan sabe mejor compartido que comido en la soledad del propio egoísmo individualista. Claro que puedo cantar solo, pero sólo nunca haré un coro.
No es lo mismo mi oración solitaria que formando un coro de oraciones junto con mis hermanos de comunidad. No es lo mismo hacer el camino en solitario que acompañado de los amigos y compañeros de viaje. El camino se hace más corto.