Hoja Parroquial

Domingo 14 – A | Pequeños y sencillos

Domingo, 9 de julio del 2023

Apología de los pequeños y sencillos

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De ordinario, todos hacemos apología de los grandes y de lo grande. Pero ¿quién hace apología de los pequeños y de lo pequeño? Todos nos hacemos lenguas contemplando un gran monumento, pero ¿quién se queda contemplando una pequeña ermita perdida en el camino?

Sin embargo, una de las grandes experiencias de Jesús en medio de nosotros fue, precisamente, cómo los pequeños y la gente sencilla tenía una gran capacidad de admiración y de apertura al misterio de Dios.

Los Evangelios hablan de la oración de Jesús, pero muy escasas veces nos dicen cómo oraba y qué cosas hablaba con el Padre en su oración. Aquí Mateo sorprende a Jesús hablando con el Padre. ¿Y de qué le habla? De su experiencia de cómo la gente sencilla, la gente sin mayores títulos, es capaz de abrirse al misterio de la gracia, al misterio de Dios y del Reino.

Los grandes, de ordinario, pensamos demasiado las cosas. La gente sencilla ejercita menos la cabeza, pero tiene un gran corazón. Y Dios no entra en nosotros por las ideas, ni por las grandes teorías sobre Él, Dios se nos cuela siempre por el corazón, sobre todo por el corazón sin defensas. Un corazón libre, siempre abierto.

Hay cosas que no son fáciles de entender. Una de mis impresiones de la selva es ver cómo las casas apenas si tienen puertas y ventanas. Allí todo está abierto. Todo es puerta porque todo está siempre abierto. Uno viene a la ciudad y lleva los bolsillos llenos de llaveros. ¿Me quiere decir cuántas llaves está cargando usted en estos momentos?

Los sencillos se parecen a esas casas-tambo de la selva, son pura puerta. Por ahí entra cualquiera, por eso también tienen menos resistencias a la experiencia de Dios. Para descubrir el misterio de Dios y del Reino no son necesarias grandes ideas, basta tener un corazón bien ventilado, lleno de luz, siempre abierto. “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. Dios no cabe en las grandes ideas, pero Dios cabe en el corazón de los sencillos. Dios no cabe en las ideas de los grandes, pero entra perfectamente en el corazón de los pequeños, de los sencillos. Por eso, el problema no es cuánto sabemos de Dios, sino cuánto lo dejamos entrar en nuestros corazones.

La Eucaristía, misterio de luz

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San Juan Pablo II, desde la preparación para el Jubileo 2000, vivió como una especie de obsesión espiritual: el misterio de Cristo como misterio de la luz. De ahí que el tema central del Jubileo era también “contemplar el rostro de Cristo”. Luego, en on motivo del Año de la Eucaristía, san Juan Pablo II, quizo ver la Eucaristía como el “misterio de luz”, el “sacramento de la luz”.

Él mismo se da cuenta de que, siendo la Eucaristía, una especie de “sacramento del ocultamiento” de Jesús se convierte, sin embargo, en “misterio de luz”.

Nada mejor para explicarlo que el acontecimiento de Emaús. Los dos mesas que dice el Papa, la “mesa de la Palabra” y la “mesa del pan” están íntimamente unidas entre sí. Primero iluminamos a la comunidad con la luz de la Palabra, para luego entrar en la luz de la comunión con Jesús mismo como luz del mundo.

Así, los discípulos de Emaús reconocen que la “palabra escuchada por el camino” hacía arder el corazón. Pero fue luego, cuando sentados a la mesa, “se les abrieron los ojos”. Sus ojos que estaban cargados de tristeza y oscuridad, se abren y lo reconocen.

En sí, la Eucaristía pareciera más bien el “sacramento del ocultamiento de Jesús”. Sin embargo, es el sacramento donde le reconocemos, donde se nos abren los ojos y donde recuperamos la alegría del regreso a la comunidad.

No se trata tan solo de un fervor del corazón. Se trata de comulgar para “ver”. Se trata de comulgar para “reconocerle”. Se trata de comulgar, para descubrir el misterio pascual de Jesús. Esa es la verdadera comunión. Comulgamos para llenarnos de luz. Comulgamos para hacer de Jesús la luz de nuestra vida.

Los juegos trinitarios

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Lo que nos dice hoy Jesús parece todo un juego trinitario.
Sólo el Padre conoce de verdad al Hijo.
Pero tampoco nadie conoce al Padre sino el Hijo.
¿Y nosotros quedamos fuera de ese conocimiento del Padre y del Hijo?

Nadie conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
El Padre se manifiesta conociendo al Hijo.
El Hijo se revela conociendo al Padre.
Y nosotros llegamos a conocer al Padre si el Hijo nos lo revela.

Sólo Dios puede conocer a Dios.
Y sólo puede conocer a Dios aquel a quien Dios se revela.
El mejor camino del conocimiento de Dios Padre es la condición de hijo.
No por ser intelectuales, sino por ser hijos, llegamos al Padre.
Es la condición de filiación la que nos pone en actitud de descubrir al Padre.

Y es la experiencia de nuestra filiación la mejor manera de que también nosotros revelemos el rostro del Hijo y del Padre.
Dios nos reconoce en nuestra condición de hijos.
La experiencia de hijos nos abre el camino para conocer a Dios.
La mejor manera de hablar de Dios es nuestra experiencia de filiación.
Aquí cuentan poco los intelectuales, cuentan los hijos.
Aquí sirven de poco las grandes inteligencias, cuenta nuestra verdad de hijos.

Yo no soy un gran sabio. Pero soy hijo.
Yo no soy un gran filósofo. Pero soy hijo.
Yo no soy un gran teólogo. Pero soy hijo.
Yo no soy ni sabio ni entendido. Pero tengo la ventaja de ser hijo.

Entre padres e hijos anda la cosa. Entre padres e hijos anda el conocimiento de Dios.

La alegría, remedio contra el estrés

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Si estás triste, regálate una sonrisa. Mírate al espejo y sonríete.
Si estás cansado, levántate, mírate en el espejo, y sonríete.

Si te sientes tenso, detente, vete al espejo y habla contigo mismo.
Si estás estresado, ríete.
Comienza por una sonrisa, luego ríete en forma.
Termina con una sonora carcajada.

Es que la alegría es una de las mejores terapias.
Primero, tiene la capacidad de distraerte de tu preocupación.
Además, la alegría tiene la virtud de descongestionar los nervios.
La alegría pone mucho de paz en el espíritu.
La alegría es como una especie de masaje al espíritu.
La alegría puede comenzar un poco forzada.
Complétala con una sonrisa.

La serena alegría equilibra las taquicardias.
La serena alegría hace ver las cosas de otra manera.
La serena alegría te hace sentirte mejor a ti mismo.
¿Que tú no puedes sonreír? Pues inténtalo y verás que puedes.
¿Que te cuesta sonreír? Hazla prueba delante del espejo.
Comenzarás riéndote de ti mismo.
Comenzarás dándote cuenta de que con esa cara no puedes ir a ninguna parte.
¿No crees en nuestra receta?
¡Si no la has probado todavía!
Nunca digas no, si no has hecho la prueba.
Como es barata, comienza. ¿Y si no te da resultados?
¡Quédate con tu tristeza y verás que es mucho más cara que tu alegría!

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