Domingo, 17 de octubre del 2021
Líos en el equipo de Jesús
los últimos serán los primeros
El poder no está en la línea del Evangelio. El Evangelio no es de ninguna manera justificación de ningún poder civil, religioso, social, económico o político. Porque el poder podrá vestirse de todos los colores, pero jamás podrá llevar el color del Evangelio. Jesús da una razón más que evidente: “los que son reconocidos como jefes de los pueblos, los tiranizan y los grandes los oprimen”. Tiranía y opresión son la otra orilla del Evangelio.
En el fondo diera la impresión de que todos llevamos dentro la polilla del poder. En el mismo grupo o equipo de Jesús todos están tocados de ese virus. Están tocados los dos que se atreven a pedirle a Jesús los dos primeros ministerios de su gobierno. Estos dos tuvieron el coraje de decirlo, pero tampoco los otros estaban libres de la misma ambición. Porque el resto tomó muy mal el que los dos pretendieran la primacía, protestaron y “se indignaron” contra Santiago y Juan.
Jesús es claro y tajante. “Vosotros nada de eso”. Eso sí, si alguien tiene pretensiones de alcanzar el “premierato”, ése “que sea vuestro servidor”, “sea vuestro esclavo”. El ejemplo lo tenemos en el mismo Jesús “que no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Es fácil adornar el poder de muchos colores. Pero el poder, sobre todo, cuando nace de los deseos del corazón, está evangélicamente podrido. No es suficiente decir que uno pretende el poder para poder servir, quien quiera servir desde el poder, que primero sea el servidor de todos sin poder.
Quienes detentan el poder, nada más acceder a él, ya comienzan a distanciarse del resto. Ya comienzan los privilegios y los honores y las distinciones. El poder es tentación. Hasta Jesús fue tentado por el poder. Es que una sociedad civil o religiosa, que lucha por el poder, es una sociedad dividida, “los otros se indignaron”. El poder crea autosuficiencia, crea dominio, crea superioridad. El poder somete, manda, impone la fuerza que da el poder mismo. El poder va en la línea contraria al amor, a la humildad, a la servicialidad, a la fraternidad y a la conciencia de igualdad. El poder responde a criterios humanos, no a criterios de evangelio.
El poder responde a aspiraciones humanas, no a las aspiraciones del Evangelio. Esto es así, nos guste o no nos guste. Si alguien tiene dudas no tiene más que preguntarle a Jesús. El poder rompe la comunión de la comunidad. El grupo de Jesús se enemistó, hasta el punto que el mismo Jesús debió intervenir para apagar el incendio de la ambición tanto en los dos atrevidos como en el resto que, en el fondo, aspiraba a lo mismo.
¿Quieres ser el primero?
primero los últimos
Pero ¿el primero según “el modo de pensar de los hombres?
¿O el primero según “el modo de pensar de Dios?
¿El primero según los criterios del mundo?
¿O el primero según los criterios del Evangelio?
Porque, a decir verdad, hay muchas maneras de ser “primero”.
A la luz del Evangelio “primero es”:
El último de todos.
El que más sirve a todos.
El que más se olvida de sí en servicio de todos.
El que se hace más compasivo de todos.
El que ama más a todos.
El que perdona a todos.
El que considera a todos importantes y superiores.
El que busca el crecimiento de todos.
El que busca primero la felicidad de todos, antes que la suya.
O mejor, el que es feliz porque los demás lo son.
El que es capaz de sonreír a todos.
El que siempre tiene una palabra de bondad para todos.
“Primero” es el que:
Se pone al servicio de los últimos.
El que gasta su tiempo en atender a los demás.
El que, en vez de utilizar a los otros, se deja utilizar.
Claro que, esto no sirve para los criterios del mundo.
Por otra parte:
¿Los primeros, según el mundo, son de verdad los primeros?
“Hay últimos que serán primeros.
Y primeros que serán últimos”.
Es cuestión de saber escoger.
El matrimonio y el poder
matrimonio
Se dice que antes, marido y mujer conocían perfectamente sus propios roles en el hogar. El marido era el jefe, la cabeza, el que mandaba. La esposa era “la reina del hogar”. Claro que una reina sin corona. Eterna pretendiente al trono.
Ahora, en la nueva cultura feminista, la mujer ha reclamado sus justos derechos. Ahora tenemos un lío y un problema serio: los dos quieren mandar. Y cuando dos mandan en casa, la guerra civil está ya dentro.
El matrimonio se fundamenta en el amor, no en el poder de uno de ellos.
El matrimonio se construye sobre el amor, no en función de quién manda más.
El matrimonio se construye sobre el amor que hace a todos iguales.
El matrimonio se construye sobre el amor que se hace servicio de todos a todos.
El amor implica a dos que caminan juntos, al mismo ras del suelo, cogidos de la mano.
El amor no regala zancos a uno para que sobresalga sobre el otro.
El amor sillones especiales, sino sillas donde todos se sienten al mismo nivel.
Si el poder domina, el matrimonio no puede construirse en base al mando de uno y la obediencia del otro. Los dos son súbditos del amor.
Si el poder tiraniza, el matrimonio no puede edificarse sobre la idea de amos y esclavos.
En el matrimonio los dos son servidores. No el servicio que se rinde al jefe, sino el servicio que se ofrece al que se ama.
El amor construye el matrimonio.
El poder lo destruye.
El amor da vida a la pareja.
El poder sacrifica a uno de ellos.
San Pablo de la Cruz: hombre de Iglesia
Pasionista
Si tuviésemos que calificar al Fundador de los Pasionistas lo podríamos hacer de muchas maneras. “Mayor místico del siglo XVIII”. “El hombre que veía los signos de Dios en la historia”. “El hombre que intuyó la plenitud del amor de Dios en el misterio de la cruz”. Todos estos títulos son plenamente válidos. Yo quisiera verlo hoy como el “hombre de la Iglesia”.
La Iglesia del siglo XVIII fue una Iglesia de grandes problemas. Problemas internos a la Iglesia misma, que se estaba resquebrajando internamente, y problemas externos, por las influencias de las grandes Cortes Políticas de Europa. Pablo de la Cruz no fue un historiador ni tampoco un profesor de teología, fue un místico. Y los místicos tienen ese carisma de ver por dentro las cosas. Él sintió la realidad de la Iglesia y el Espíritu le hizo comprender no sólo la realidad, sino también las causas y los caminos de solución.
La fundación de la Congregación nació bajo esa inquietud. Ella tenía que ser una Congregación que tratase de renovar a la Iglesia devolviéndole sus raíces. La Iglesia había olvidado demasiado sus raíces, su origen del costado de Cristo Crucificado y, por tanto, había olvidado ese misterio fundamental de nuestra fe.
El mismo fue víctima de esa secularización de la Iglesia del siglo XVIII, pero no fue de los que se dedicó a criticar a la Iglesia. Al contrario, sentía un profundo dolor en su corazón por ella. Sentía que se estaban minando los fundamentos de la fe con las críticas o saliéndose de la Iglesia no se sana a la Iglesia. Él prefirió ofrecerle caminos de renovación, de reconstrucción espiritual. Era preciso sanar primero a los responsables y se dedicó de lleno a la renovación de los sacerdotes y la vida religiosa. Y luego evangelizar al pueblo anunciándole el misterio fundamental de la fe: el amor de Dios en el misterio de la Cruz.
Ya en su tiempo sintió el dolor de la Iglesia dividida y en su corazón latía el regreso de Inglaterra al seno de la Iglesia. Su gran arma de revitalización de la Iglesia: “Hacer memoria del misterio de la Cruz”. El camino más rápido y directo para llegar a la santidad es “meditar diariamente el misterio de la Cruz”.
¿No fue también ésta la espiritualidad de san Juan Pablo II? ¿Su configuración con el Crucificado hasta el desgaste total de su vida por el Evangelio?