Domingo, 31 de diciembre del 2023
La familia en tiempos de crisis
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Hoy celebramos la fiesta de la Familia de Jesús, María y José. Una familia que la hemos mistificado demasiado y por eso las familias suelen verse poco en el espejo de esta Sagrada Familia. La familia de Jesús fue también víctima de los problemas de su tiempo. Una familia desplazada de Nazaret a Belén. Una familia que no encuentra donde estar viviendo en Belén y tiene que refugiarse en un corral de ovejas. Una familia que sufre la persecución de los poderosos y tiene que fugarse a Egipto. No, tampoco aquellos fueron buenos tiempos para la familia de Jesús.
Sin embargo, fue una familia normal. Vivió como una familia normal, como una familia sencilla y pobre del pueblo, no creo que la carpintería de Jesús fuese ninguna fábrica de muebles finos.
Es que la familia no es una realidad marginal de la vida social y cultural. Por eso no pretendamos que hoy nuestras familias vivan al margen de la cultura del momento, que vivan al margen de las realidades sociales y económicas. Maridos sin trabajo, esposas sin trabajo, hijos sin trabajo. Familias que tienen que vivir en casas muy poco dignas de las personas que las habitan.
Es ahí donde las familias necesitan contar con otra fuerza que las haga más fuertes y más estables. Necesitan de la gracia del sacramento. Necesitan de la gracia de la oración. Necesitan de la Palabra de Dios. No porque todo esto les solucione los problemas, pero sí les ayudará a ser más que sus problemas. No les dará trabajo porque Dios no tiene agencias de empleos, pero sí tendrán fuerza para seguir luchando y buscando.
Fue la fe de María y José y la presencia del Niño la que hizo fuerte a la Sagrada Familia. En ningún momento vemos la desesperación en la familia de Jesús, sino siempre obediente a las palabras del Ángel que le iba marcando el camino. La Sagrada Familia fue grande por la experiencia de la fe en la Palabra de Dios, pero siguió siendo una familia normal y con los problemas, a veces mayores, como el resto de familias.
¿Qué haríamos nosotros si la madre tiene que dar a luz nada menos que al Hijo de Dios en un pesebre? Nació en una familia sin casa, mejor dicho, en una casa de esteras.
¿Qué haríamos nosotros si se nos dice que alguien quiere matar a nuestro hijo recién nacido y tenemos que hacernos familia de emigrantes? ¿Tendría siempre trabajo José en su carpintería? No la mistifiquemos para que nuestras familias encuentren en ella un modelo de familia.
La familia es fundamental
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En su discurso del 7 de febrero del 2014, a los Obispos polacos, el Papa Francisco hizo insistencia en la importancia de valorar pastoralmente a la familia: “Quisiera focalizar vuestra atención sobre la familia “célula fundamental de la sociedad”, lugar donde se aprende a convivir en la diferencia, a pertenecer a otros y donde los padres transmiten la fe a los propios hijos.”(Evangelii gaudium, 66).
Hoy en cambio, el matrimonio es muchas veces considerado una forma de gratificación afectiva que puede construirse en cualquier modo y modificarse según la sensibilidad de cada uno. Desafortunadamente esta visión influye también sobre la mentalidad de los cristianos, causando una facilidad al divorcio o a la separación.
Los pastores están llamados a preguntarse como asistir a aquellos que viven en esta situación, para que no se sientan excluidos de la misericordia de Dios, del amor fraterno de otros cristianos y de la solicitud de la Iglesia para su salvación; como ayudarlos a no abandonar la fe y hacer crecer sus hijos en la plenitud de la experiencia cristiana.
De otra parte, hay que preguntarse cómo mejorar la preparación de los jóvenes al matrimonio, para que así puedan descubrir siempre más la belleza de esta unión que, fundada sobre el amor y la responsabilidad, pueda pasar las pruebas, las dificultades, los egoísmos con el perdón mutuo, reparando lo que se arriesga de arruinar y no cayendo en la trampa de la mentalidad del descarte. Hay que preguntarse cómo ayudar a las familias a vivir y a apreciar los momentos de felicidad y también aquellos de dolor y debilidad.”
El gran peligro de la familia hoy es construirla sobre “la gratificación afectiva” y no sobre el verdadero amor. Los sentimientos son transitorios y privados del estímulo desaparecen. Lo construido sobre lo transitorio termina también haciéndose transitorio. De ahí la necesidad de fundamentar a los jóvenes sobre el verdadero amor y no sobre sus sensibilidades.
¿Por qué casarse por la Iglesia?
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En un comienzo de la Iglesia, los cristianos se casaban como el resto de los ciudadanos. Los ritos religiosos comienzan a partir del siglo cuarto. Es conocida la frase de Diogneto: “Los cristianos se casan como todos los demás”. Y no porque los primeros cuatro siglos la Iglesia no reconociese el valor del matrimonio como sacramento. Es que el sacramento no estaba tanto en el acto litúrgico, sino en la vivencia del matrimonio desde su condición de creyentes.
La estructuración litúrgica del sacramento del matrimonio ha tenido toda una evolución hasta que el Concilio de Trento la puso como condición de validez.
El rito pone de manifiesto la sacramentalidad, lo ilumina, pero no la funda. La verdadera raíz del matrimonio es el amor. La verdadera sacramentalidad o simbolismo está en vivir en la clave de la alianza de Dios con su pueblo y, por tanto, en vivirlo en la clave de la fe.
Hoy toda la importancia se la estamos dando a la celebración litúrgica. Basta asistir a cualquiera de nuestros matrimonios. Pero damos menos importancia al por qué y para qué se casan. Estamos dando menos importancia a la fe de los contrayentes. Cuando los novios carecen de fe o es una fe tan débil que es incapaz de dar sentido al amor y al matrimonio, uno se pregunta: ¿Dónde está el sacramento?
Porque la verdadera sacramentalidad del matrimonio no se da solo en el momento del matrimonio. Es toda la vida de la pareja la que se convierte en sacramento. Es la sacramentalidad de la vida de la pareja. Sin esa sacramentalidad histórica de la pareja, la celebración puede que quede en un simple rito vacío de contenido, por muchos coros que traigan y por muchas flores que se pongan o mucha fiesta que se celebre. La boda dura una hora. El sacramento tiene que durar toda la vida. Aun casándose como todos, la vida de los esposos cristianos es una vida sacramental.
Familias sin hijos
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Cuando tenemos hijos buscamos todos los medios para cerrar el manantial y evitarlos y cuando no los tenemos nos desesperamos por tenerlos. Con frecuencia parejas jóvenes retrasan todo lo posible el tener hijos y cuando ya deciden tenerlos, los hijos no vienen y entonces viene la angustia. Otras parejas quieren tenerlos y pasan unos años y ven que el hijo no aparece y entran en una crisis. Una crisis de nervios que no es precisamente el mejor camino para tenerlos.
Es entonces cuando tratan a acudir a los distintos métodos de fecundación. Uno válidos moralmente y otros inmorales. Es lógico y natural que se quiera tener un hijo, pero también es preciso ser realistas. ¿A cualquier precio moral?
Todavía no hemos logrado la cultura de la adopción. Es cierto que hoy ya son más las parejas que se deciden por adoptar un hijo, pero todavía no podemos hablar de una cultura de la adopción. Primero, por miedo a correr ciertos riesgos y, luego, por los trámites tan engorrosos que pareciera que la adopción es también una gestación de nueve meses.
En una sociedad como la nuestra donde hay tanto niño abandonado necesitaríamos de una campaña por todos los medios para crear esa actitud y esa mentalidad del valor y de la importancia de la adopción. Por parte, de los poderes civiles es lógico que defiendan la seguridad del niño en adopción, pero tampoco complicar tanto las cosas que uno ya termine desistiendo por el cansancio. Nunca olvidaré a una pareja que vino a despedirse de mí y me decían “sentimos la impresión de que lo hemos comprado porque por todas partes tuvimos que soltar plata para que lo nuestro saliese”. Así tampoco. Creo que en esto todos somos responsables.