Domingo 30 de agosto del 2020
Rosas y Espinas
Santa Rosa de Lima
Hoy celebramos la fiesta de nuestra hermana Rosa de Lima. Las rosas abundan en los jardines, pero también en la Iglesia. Las rosas son bellas, pero no dejan de tener espinas. Los santos son bellos, pero sus vidas también tienen espinas.
Rosa de Lima es una de las primeras primicias de la evangelización. Y no solo ella. Confirmada por otro Santo, Santo Toribio, y compañera de otro santo, San Martincito. El Perú fue tierra fecunda de santos. Los santos son como las semillas sembradas que florecen luego en la siega de más santos.
Es maravilloso ver cómo el Evangelio prendió tan fuerte en nuestra tierra casi recién sembrado y lo más maravilloso es que Rosa no es una santa de convento, sino que es la santidad en la familia. ¿No será un símbolo de la santidad del Pueblo de Dios? Siempre hemos pensado que la santidad era para sacerdotes religiosos. Aquí comenzó en la Iglesia doméstica de la familia. Una llamada a los seglares de que también ellos están llamados a la santidad en su vida ordinaria. La santidad en casa.
Eso es lo que necesitamos: esposos y esposas santos, padres y madres santos, porque solo así es posible que la llama de la gracia prenda en el corazón de los hijos. Muchos pedirán hoy muchas cosas a Santa Rosa. Miles de sobres y papeles caerán hoy en el pozo. Me gustaría ver cuántas peticiones de santidad caen hoy en ese pozo bendito pidiendo vocaciones a la santidad en el mundo.
Necesitamos santos en los Conventos, en las Parroquias, pero también en los hogares. La Iglesia no está solo en los Conventos. La Iglesia es todo el pueblo de Dios. La Iglesia tiene que ser santa también en la calle, trabajando en la chacra, santidad entre los pucheros. Rosa fue una mujer de oración, pero nadie la imagine solo de rodillas. ¿Acaso nunca preparó el almuerzo y la cena para la familia?
Hoy son muchas las cosas que tendremos que pedirle: menos corrupción, menos violencia, menos individualismo. Pero para ello necesitamos una Iglesia más santa. Una Lima más santa. Un Perú que ore mucho, pero también un Perú que ame mucho, mucho más fraterno y solidario.
Rosa está llamada a ser espiga de santidad, pero también semilla de santidad. Semilla de amor y fraternidad, justicia y honradez. Que nos entendamos mejor y nos amemos más y nos sintamos menos extraños los unos de los otros.
La lección que nunca aprendieron
Jesús y la Cruz
Mejor habría que decir: la lección que nunca quisieron aprender. Diera la impresión de que existe en nuestra mente y en nuestro espíritu como una especie de filtro de las ideas y las verdades. Hay verdades que no quisiéramos que fuesen verdades. Hay verdades que no nos interesa comprenderlas. Y entonces aparece en nuestra mente una especie de filtro que impide penetren en nuestro corazón. Por algo dice el refrán: “nada se cree tan fácilmente como aquello que se espera”.
Los discípulos nunca se sintieron a gusto escuchando a Jesús cuando éste les hablaba su final, de su pasión y de su muerte. Oían, pero no escuchaban. Oían, pero a la vez sentían un rechazo instintivo. Hay en nosotros como una especie de filtro que grita “¡No lo permita Dios, Señor!”.
Jesús trató de hacerles toda una catequesis sobre su Pasión y Muerte, y otras tantas veces, ellos cerraron sus mentes. No quisieron escucharle. No quisieron creer que fuese verdad. Con frecuencia, nos imaginamos que, por el hecho de rechazar la verdad, ya deja de serlo. Podemos rechazar la verdad, pero sigue siendo verdad.
Esta resistencia a ser educados, formados e instruidos en la Pasión y Muerte tuvo luego sus consecuencias. Llegado el momento, se sintieron desbordados y los acontecimientos fueron más allá de sus resistencias. Llegado el momento, no estaban preparados para aceptar la realidad, y menos aún para comprenderla y superarla.
Los dos de Emaús son un claro ejemplo. Por eso Jesús, se dedicó por el camino, a repetir la lección. Volvió a explicarles, demostrándoles que todo estaba predicho en las Escrituras y que negarse a aceptar la realidad era cerrarse a la sabiduría de las Escrituras. Fue preciso que tropezasen con la realidad de la Pasión y Muerte, para que se les abriese la inteligencia.
La desorientación de los discípulos durante la Pasión se debe a que no estaban preparados para afrontarla. Y no lo estaban, porque nunca la quisieron aceptar en sus mentes y en sus corazones. En la Pasión pudieron descubrir que Dios no hace las cosas porque nos gustan sino porque hay que hacerlas. Dios no hace las cosas porque son de nuestro agrado. Hace lo que tiene que hacer, incluso si nos escandalizamos. Podremos escandalizarnos de Dios, y hasta negarlo. Pero Dios no cambiará ni modificará sus planes salvíficos. Y ese es nuestro eterno problema: “Pensamos como los hombres, pero no pensamos como Dios”. Mientras no convirtamos nuestros pensamientos a los pensamientos de Dios, estaremos en constante lío y conflicto con Él. No nos entenderemos nunca.
Epifanía de la Comunión
Eucaristía
La Eucaristía en modo alguno pretende un intimismo individualista. No podemos olvidar que la Eucaristía es “el cuerpo y la sangre de Cristo”. Pero, no es el único.
La Iglesia es también “el cuerpo de Cristo”.
La “comunidad eclesial” es también el Cuerpo de Cristo.
Al comulgar no podemos separar el “cuerpo eucarístico” de Jesús del “cuerpo eclesial”.
Cuando comulgamos, comulgamos el “cuerpo del pan eucarístico”, pero también tenemos que comulgar el “cuerpo de Cristo que es la Iglesia”. Y tenemos que comulgar “el cuerpo eclesial de la comunidad en que estamos”.
Jesús es el mismo del “cuerpo pan y vino” y el del “cuerpo Iglesia” y el “cuerpo comunidad eclesial”.
No puedo comulgar el “cuerpo-pan”, si no comulgo el “cuerpo-Iglesia”.
No puedo comulgar el “cuerpo-pan”, si no comulgo el “cuerpo-comunidad”.
Las sacramentalidades pueden ser distintas, pero uno es el Señor. Un mismo Cristo.
El mismo Cristo de la Eucaristía es el mismo Cristo-Iglesia.
El mismo Cristo de la Eucaristía es el mismo Cristo-comunidad.
De ahí que la “Eucaristía-Comunión” es a la vez comunión con Cristo y comunión con la Iglesia y comunión con la comunidad eclesial. La comunión eclesial es como la epifanía de la comunión eucarística. La comunión eucarística es como la epifanía comunión eclesial. No puedo dividir en mi experiencia de fe en el Cristo de la Eucaristía y en el Cristo de la Iglesia y de la comunidad. Por eso comulgar es hacer experiencia de Cristo y experiencia a la vez de la Iglesia y de los hermanos. Comulgo a Cristo y comulgo a la Iglesia y comulgo a mi comunidad. La Iglesia se expresa en la Eucaristía y la Eucaristía expresa la naturaleza íntima de la Iglesia. Resulta interesante la actitud de los dos de Emaús: tan pronto como reconocieron que era el Señor, se pusieron en camino de regreso a la comunidad de Jerusalén.
Lo que se pierde se gana
Muerte y Resurrección de Jesús
El grano de trigo que pierdes sembrándolo en la tierra, lo ganas luego en la siega.
El agua que pierdes regando los campos, la recuperas en el verdor y la fecundidad de la tierra.
La sal que pierdes en la comida, la recuperas en el buen sabor de los alimentos.
La luz que pierdes al encender los focos, la recuperas en claridad para todos.
El tiempo que pierdes dedicado a los demás, lo recuperas en la alegría de haberle escuchado.
El tiempo que pierdes visitando a un enfermo, lo recuperas en la satisfacción que siente por tu visita.
El tiempo que pierdes visitando a un anciano, lo recuperas haciéndole sentirse importante.
El tiempo que pierdes visitando a un preso, lo recuperas haciéndole sentir que todavía es persona.
La sonrisa que pierdes regalándola a los demás, la recuperas viendo florecer otra sonrisa en sus labios.
La tranquilidad que pierdes sirviendo a los demás, la recuperas en la alegría de haber hecho algo por los demás.
Aquí nada se pierde. Aquí todo se transforma.
Aquí nada se desperdicia. Aquí todo se aprovecha.
Hay que saber perder para ganar.
Jesús perdió su vida en la cruz y la reencontró nuevecita en la Pascua.
Hay que saber morir, para ver florecer el trigo.
Hay que saber podar las ramas, para contemplar nuevos frutos.