Hoja Parroquial

Domingo 13 – A | Saber dar

28 de junio del 2020

“El que dé de beber…”

dar de beber

Hay un principio en circulación que, a parte de peligroso, es sumamente empobrecedor. “Nadie se enriquece dando”. Lo cual vendría a decirnos que para enriquecernos es preciso “no dar”, dicho de otra manera: “el egoísmo enriquece, mientras que la generosidad empobrece”. Con esta mentalidad ciertamente vamos a tener demasiados ricos y muy pocos pobres.

¿Será esta la lógica del Evangelio? Por lo que pueda suceder hoy leemos que Cristo nos dijo algo un tanto diferente: “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca… no perderá su paga, os lo aseguro”. Es decir, la verdadera riqueza no viene “del no dar”, sino “del dar”. Hasta resulta curioso, cuando se trata de dar siempre pensamos en dar cosas grandes, lo cual implica una mentalidad igualmente egoísta. El egoísta no cree que el dar “algo”, aunque sea “vaso de agua” es importante. Como el egoísta piensa siempre en enriquecerse a sí mismo, cree que el que da poco no da nada y que de dar hay que dar algo grande para que la retribución también sea grande.

En cambio, el Evangelio no mide el dar por la cantidad de lo que se da. Un simple vaso de agua, eso es todo porque el problema del dar no es tanto la “cantidad”, sino la actitud del que da.

Celebrar la misa y entrar en la dinámica del dar caminan por el mismo camino porque, al fin y al cabo, la Eucaristía es el Sacramento de “dar y del darse”. La Eucaristía centrada en el “cuerpo que será entregado”, y en la “sangre que será derramada”.

Participar en la misa no es simplemente un acto de piedad cristiana, es meterse uno mismo en el misterio de la “entrega que hace de sí mismo Jesús a todos los hombres”. Comulgar con Él, es sentirse en comunión con esa entrega de sí mismo. De tal manera que “comulgar” y quedarse encerrado en sí mismo, en el propio egoísmo, pareciera algo contradictorio. Comulgar es ponernos también nosotros en comunión con los demás, pero si no somos capaces de darnos del todo, al menos comencemos por dar cosas pequeñas: un vaso de agua, una sonrisa, una palabra de bondad, un gesto de servicialidad.   No se nos pide que demos un “vaso de vino”, se nos dice un “vaso de agua”. No todos tendrán vino en sus casas, pero un vaso de agua… ¿No valdrá una comunión un vaso de agua fresca? Dios se hace rico dándose. ¿Sólo a nosotros nos empobrecerá el dar?

Enseñar a dar

dar de comer

Mis experiencias de niño tienen bastante de dolorosas. Fueron años de mucha escasez y pobreza. Hablar de tres comidas al día era un lujo. La mayoría convertíamos el almuerzo en almuerzo y cena. Y la abuela sabía hacerlo de maravilla. Era cuestión de almorzar no al medio día, sino a las cinco o seis de la tarde. Así valía para el mediodía y valía para la cena de la noche.

Un día yo quise adueñarme del pedazo de pan más grande. La abuela, con su sabiduría de aldeana me dice: “Primero son los otros, después es uno, y si ahora sólo piensas en ti, cuando seas mayor no pensarás en nadie”. Yo no sé donde aprendió la abuela esa sabiduría, pero confieso que desde aquel día siempre me quedaba el último para agarrar el pedazo de pan que me tocase, que siempre era bien poco.

Hay cosas que no se aprenden con ideas. Hay cosas que sólo se aprenden desde la realidad de la vida. Enseñar que primero son los otros. Enseñar que primero deben comer los otros. Enseñar que primero deben beber los otros. Enseñar que los otros son tan importantes que bien merece la pena que yo coma el último.

En mis años de seminario he aprendido muchas cosas, pero la advertencia de mi abuela me quedó gravada toda la vida. Aún hoy, más de una vez se me viene a la cabeza. Hasta sospecho que he manipulado aquella enseñanza y es que a veces prefiero sean los otros los que toman primero las cosas porque así, por deferencia, me dejan a mi la tajada más grande. ¿Nunca te ha sucedido esto? Es que nuestro egoísmo tiene una serie de escapes fuera de serie. Nuestro egoísmo, si no estamos atentos, sabe camuflarse de bondad, pero para salir con la suya. Al menos, yo lo he sentido muchas veces.

Dios no mide las cantidades

dar al necesitado

¿Recuerdas la ofrenda de la viuda en el Templo? Para Jesús, ella dio más que todos los demás. Es que Dios no suele medir las cantidades, sino las actitudes. Dios no mira el “cuanto” sino el “cómo”.

Lo que nos revela a nosotros mismos no es “cuánto damos”.
Lo que nos revela es “cómo damos”.
Unos podrán dar mucho.
Otros sólo podrán dar poco.
Pero todos podrán dar con “todo el corazón”.
Cuando das con todo el corazón nadie te puede pedir más.
Cuando damos con el corazón, cada uno dará según sus posibilidades.

Unos podrán dar cantidades.
Otros sólo podrán dar migajas.
Pero las migajas valen lo mismo porque lo que da valor a lo que das es el corazón.

Por eso cuando se nos dice que tenemos que dar, se nos está hablando a todos, a ricos y a pobres. Lo bello de la vida sería que “ricos y pobres” no estuviésemos enfrentados, ni acusándonos mutuamente. Lo bello de la vida es que ricos y pobres tengamos un corazón grande. Tan grande como el corazón de Dios.

Resulta curioso el hecho de que, nadie se fija en lo mucho que tiene Dios. Todos nos fijamos en lo tremendamente grande que es su corazón.

Hay una canción que todos debiéramos cantar cada mañana: “Danos un corazón, grande para amar, danos un corazón grande para soñar”. No midas lo que reparten tus manos, mira el corazón que se da a través de tus manos.

Los Manantiales

el amor de Dios

Uno de los espectáculos más bellos es contemplar un manantial. Yo recuerdo que de niño, cuando cuidaba de las vacas en el monte, me encantaba sentarme al lado de los manantiales. Chorros de agua que brotaban de la tierra. No sabía de dónde venían. Pero salían de la tierra como a borbotones. Nunca se repetían. Siempre era agua nueva. Nadie diría que aquel brotar del agua empobrecía al manantial. Al contrario, cuanta más agua salía más fuerte era la corriente que brotaba.

El dar tiene que ser una especie de manantial. Dar no es algo que se imponga desde afuera. Es algo que nace y brota por una fuerza interior. Siento necesidad de dar. Siento necesidad de compartir. Dar no puede ser una obligación. Dar tiene que ser algo que brota espontáneo de dentro de uno.

Alguna vez, no sé, posiblemente por esas cosas de los niños, se me ocurrió taponar uno de esos manantiales. Y un anciano que estaba conmigo me dijo algo muy sabio: “Mira, si tú lo tapas aquí saldrá por otro lugar. Tú puedes taparlo. Pero no puedes impedir la fuerza de salida del manantial mismo. Reventará por otro sitio”.

Es que el dar no es por una imposición. Es algo que tiene que brotar de la fuerza del corazón. Y si te niegas a dar a éste, el corazón verá la forma de que tu generosidad llegue a otro. El corazón está lleno de manantiales. Y esa es la belleza del corazón humano. Y esa es la belleza del alma humana. Y esa es la belleza del corazón de Dios. Nosotros podemos taponarle muchas salidas. Pero él buscará la manera de darse por otras salidas. Todo menos quedarse dentro de sí mismo.

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