Hoja Parroquial

Domingo 26 – A | Sí y no

Domingo, 1° de octubre del 2023

El domingo sí, la semana no

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Creo que esto pudiera sinterizar la verdad del Evangelio de hoy. Jesús es claro: “Un hijo dice sí, pero es un no en la vida. Y otro dice no, pero es un sí en la realidad de su vida”.

¿No es esta la verdad de muchos de nosotros? Le decimos sí a Dios el domingo, pero luego, durante la semana, nuestra vida es un no. Cristianos del “sí”, pero “no”. Del “sí” de palabra, pero del “no” con la vida.

Estamos acostumbrados a quedarnos bien ante los demás diciendo siempre que sí, quedarnos bien de palabra. “Venga usted mañana que a gusto le atenderé.” “Usted disculpe que hoy no pueda atenderle, pero en cualquier momento cuente usted conmigo”. Nos hemos hecho todos un poco a ese juego de palabras que nos hacen quedar bien, por más que luego nuestra vida esté diciendo otra cosa.

Lo que sucede es que ante Dios las palabras no sirven. Pese a que Él se hizo Palabra, las palabras de los hombres no siempre se hacen palabra de Dios. Por eso mismo, tampoco la oración es cuestión de palabras bonitas, sino de actitudes del corazón. No son las palabras que llegan a Dios, sino las disposiciones del corazón y de la vida.

La actitud de estos dos hermanos, el del “sí” y el del “no” pueden ser un fiel reflejo de la relación entre nuestra fe y la vida. No se trata de decir sí a la fe, diciendo luego no a la vida. Sólo la vida puede ser un verdadero sí a la fe. Las palabras pueden anunciar nuestra fe, pero sólo nuestra vida la testimonia. Tenemos la manía de dividirlo todo. Dividimos lo sagrado de lo profano, la Iglesia de la calle. el Domingo del resto de la semana, la fe de la vida. Por eso los cristianos vivimos como fragmentados, divididos, una especie de doble personalidad. Somos unos esos cuarenta y cinco minutos dominicales, y somos otros el resto del tiempo de la semana. Somos unos mientras estamos en la Iglesia, y somos otros cuando estamos en la calle, en la oficina o en la misma familia.

Así también pudiera darse el caso de que muchos que aparentemente no parecieran ser “de los nuestros”, luego en su vida real son más de Dios que nosotros mismos. Tal vez no han venido a Misa; sin embargo, luego son mucho más coherentes con su conciencia que nosotros. Los fariseos habían dicho que sí al “Dios de la Ley”, pero luego dijeron que no al “Dios del amor”, al Dios revelado por Cristo. Por algo dijo Jesús que “no todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los cielos sino aquel que hace la voluntad de mi Padre”. Juan define a Jesús como “la Palabra”, pero inmediatamente añade “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.  Además, presenta a la Palabra como la “que todo se hizo por ella”. La Palabra era “la luz” de los hombres y la Palabra era “vida”. La Palabra no quedó en simple palabra, sino que se encarnó en la vida de los hombres.

El fenómeno de la pluralidad

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La pluralidad es, ciertamente, un fenómeno nuevo, tanto para el mundo como para la Iglesia. Estábamos acostumbrados a la uniformidad, es más, sentíamos que la uniformidad era uno de los signos de fidelidad. Por eso, los diferentes eran considerados como algo extraño, como una especie de herida a la unidad.

Hoy asistimos a un fenómeno totalmente nuevo: la diversidad, la pluralidad. Del “pensamiento único” pasamos al “pensamiento plural” y de la oposición entre los “otros”, pasamos a la “convivencia con los otros”. Cuando en 1959 el yerno de Kruschev visitó a san Juan XXIII se armó un escándalo silencioso, incluso en el Vaticano.

L´Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, silenció la noticia. Cuando san Juan XXIII se dio cuenta, dijo con su buen humor: “Pero si lo único que nos separa son las ideas”. Una bella frase para pasar del rechazo al diálogo que luego tanto fomentaría Pablo VI.

El respeto a la diversidad no es una moda de tantas, es sencillamente reconocer que cada uno es “un otro” y que, por tanto, tiene derecho a pensar por sí mismo, tiene sus propias convicciones, sus propios gustos y sus propios intereses. Pero donde la “persona” es más importante que sus ideas y por eso respetar al que piensa distinto no significa ni dar la razón al otro, ni caer en un eclecticismo donde todo es igual y todo igualmente válido. Es sencillamente respetar a la persona por encima de sus diferencias y esto implica además, otra actitud: pasar de la acusación o el rechazo, al encuentro y al diálogo. En ello se basa también hoy el diálogo interreligioso tan fomentado por los últimos Papas. San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco están marcando constantemente líneas de diálogo entre las diferentes religiones, comenzando por el compromiso del muto respeto que todos se merecen.

El peligro pudiera ser que ahora, pensemos que da lo mismo una cosa que otra. Que da lo mismo ser protestante que judío o musulmán, sencillamente no ser nada. La indiferencia no es una diferencia. La indiferencia implica, en el fondo, el rechazo de todo y de todos.

Se estrecha el cerco a los padres

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Uno de nuestros problemas más serios es la cantidad de “hijos sin padre”, de “hijos con doble apellido materno”. Por fin, disponemos de la Ley 28457, publicada el día 8 de enero del 2005 en El Peruano.

Hasta ahora, con negarse a reconocer al hijo, todo parecía arreglarse. Arreglarse legalmente, porque yo no creo que esto se arreglase en el corazón de quien dio vida un hijo. A partir de ahora, cuando alguien se niega a reconocer al hijo y es demandado, tiene que hacerse la prueba del ADN. Si en el plazo de diez días no la hace, el juez de paz letrado declara judicialmente y oficialmente la paternidad.

Es triste que a alguien se le obligue a reconocer su paternidad. Y más triste para el niño que sabe que se le niega como hijo y tiene un padre legal pero no sentimental y cordial. Tiene un padre biológico, legal, pero no puede disponer de un corazón de padre.

Al menos, alguien tendrá que responder por las necesidades del hijo. Es muy fácil la paternidad irresponsable, tirar la piedra y esconder la mano. Yo no será fácil que quienes con falsas promesas engañaron, puedan ahora alegremente rehuir sus responsabilidades.

Será bueno se difunda la existencia de esta ley para que quienes han sufrido en embarazo, no sean luego abandonadas a su suerte cargando con su hijo. Con frecuencia, imposibilitadas de darle de comer y menos de afrontar la educación. Felicitamos esta ley que estrecha el círculo de padres irresponsables.

Todo a medias

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A poco que examinemos nuestra vida, nos daremos cuenta de que tiene mucho de ambigüedad. Ni es sí ni es no.

Porque ni nuestro “sí” tiene siempre la suficiente fuerza para arrastrarnos y llevarnos por el camino de la verdad y la fidelidad. Ni tampoco nuestro “no” es tan claro que tengamos que vivir siempre de espaldas a la verdad y a espaldas de Dios.

Nuestra vida es una mezcla de “sí y de no”, donde el sí y el no se van conjugando y armonizando en medio de la ambigüedad. Ni cuando nos declaramos ateos somos tan ateos ni cuando nos declaramos cristianos somos tan cristianos como pensamos. Más bien, tendríamos que decir que vivimos alternando el sí y el no. Vivimos por turnos el sí y el no. Ni somos un sí claro y definido, ni somos un no absoluto.

Ni tenemos la suficiente valentía para asumir el compromiso de nuestra fe con una verdadera meta de santidad. Ni tampoco tenemos el coraje de vivir un no total a Dios. Por tanto, ni nuestro no es un verdadero no, ni nuestro sí es un verdadero sí. Es un aguadito entre los dos. De ahí que nuestro sí siempre tiene la posibilidad de ver brotar un pecador y nuestro no siempre será la posibilidad de convertirnos en santos. Toda nuestra vida nos tendremos que mover entre las posibilidades de la gracia y del pecado, del santo y del pecador. Por eso mismo ¿quién está capacitado para juzgar y condenar a nadie?

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