Hoja Parroquial

Domingo 16 – A | Siembra y cosecha

19 de julio del 2020

No somos los únicos que sembramos

semilla y levadura

A Jesús le encanta presentar el Reino de Dios como “semilla”, como “levadura”, “como fermento”. En realidad, le encanta todo lo pequeño capaz de ser grande. Y le encanta presentarlo no como grandes manifestaciones, sino como pequeñas semillas, como dinamismos interiores que tienden a abrirse y manifestarse.

Las pequeñas parábolas de hoy son toda una experiencia del Reino, y una experiencia para nosotros de cómo entenderlo.

No somos los únicos en sembrar. Hay otros que también siembran. Y mientras unos siembran buenas semillas, otros siembran cizaña.

Sembramos y luego nos dormimos. Y “mientras nosotros nos dormimos” otros aprovechan nuestro sueño para sembrar allí mismo donde nosotros hemos sembrado. Y ambas semillas crecen juntas, trigo y cizaña.

Nuestra reacción suele ser no contra nuestro sueño, sino contra quienes se han aprovechado de él y siembran en nuestro mismo campo. Además, solemos tomar reacciones de violencia: “¿Quieres que arranquemos la cizaña?”

Tendremos que leer con serenidad este Evangelio y situarnos en nuestra realidad. Hoy no somos los únicos que sembramos. Antes, hasta las leyes civiles nos ayudaban. Un mal servicio que aumentó nuestro sueño y nuestra falta de percepción. Pero ahora, se oyen predicadores por todas partes. Incluso quienes llenan estadios y plazas. Muchos “de los nuestros” se van a otras chacras y nos duele y nos fastidia. ¿Por qué?

Jesús no nos garantizó que seríamos los únicos en proclamar el Evangelio. Tampoco nos autorizó a ver como enemigos a quienes lo hacen de un modo paralelo al nuestro. Hemos de aprender a convivir juntos. Trigo y cizaña. No nos toca a nosotros declarar malos a los otros. Ni nos toca a nosotros prohibirles sembrar. Nos toca crecer juntos. Dejándole a El el juicio de la separación. “¿Quieres que vayamos a arrancarla? No. Dejadlos crecer juntos hasta la siega…”

No hacemos Reino de Dios hablando mal de los otros. Ni hacemos Reino eliminando a los que compiten con nosotros. Hacemos Reino sabiendo convivir y dejando el juicio sobre unos y otros para cuando llegue la siega. No somos nosotros los encargados de arrancar la cizaña. Sino los encargados de cuidar el trigo.

La Eucaristía: cuando los signos hablan

Eucaristía

“Es significativo, nos decía San Juan Pablo II, que los dos discípulos de Emaús, oportunamente preparados por las palabras del Señor, lo reconocieron mientras estaban a la mesa en el gesto sencillo de la “fracción del pan”. Una vez que las mentes están iluminadas y los corazones enfervorizados, los signos hablan. La Eucaristía se desarrolla por entero en el contexto dinámico de lo signos que llevan consigo un mensaje denso y luminoso. A través de los signos, el misterio se abre de alguna manera a los ojos del creyente”. (MND n. 14)

La presencia resucitada de Jesús en la Eucaristía se da a través de signos: el pan y el vino. El pan es tan diminuto que ni siquiera sirve para la mesa de familia y el vino es tan poquito que no se presta a demasiadas sospechas.

En esos signos y otros como el estar juntos, el compartir la paz y comer todos del mismo pan y beber todos del mismo vino, es preciso leerlos. Mirarlos hasta que se hagan transparentes como en Emaús. El pan que compartieron era un pan cualquiera; sin embargo, cuando lo vieron en manos de Jesús “se les abrieron los ojos”. Recién vieron la verdad.

Para que los signos hablen es preciso iluminarlos primero. Cosa que debe hacerse con la escucha de la Palabra y la mirada de fe. Nosotros no podemos ver el misterio en sí mismo. Lo tenemos que descubrir en sus signos, para ello necesitamos de ojos y de un corazón capaz de leerlos.

Los signos hablan, pero hay que tener oído espiritual para ellos. Los signos hablan, pero hay que tener un corazón capaz de escucharlos. Por eso la Misa no es el encuentro de cansados y aburridos, sino el encuentro de quienes quieren escuchar y quieren ver. Es decir, para leer los signos de la eucaristía hay que estar muy atentos y sensibles al misterio. Cada uno veremos en la Misa lo que queramos ver. Cada uno descubriremos lo que queramos descubrir.

Los verdaderos signos del Reino

Reino de Dios

Es frecuente contemplar la vitalidad de la Iglesia por la comparación de las estadísticas. ¿Cuántos somos nosotros y cuántos son ellos? La estadística huele a matemática, pero no precisamente a vida.

Jesús nunca anunció ni siquiera pretendió competir en base a las muchedumbres que le seguían. Los Evangelios hacen referencia, con frecuencia a las “muchedumbres” que lo seguían. La cantidad de gente, la masa de gente. Sin embargo, nunca percibimos que Jesús dé demasiada importancia al número. Al contrario, Jesús siempre ha partido de una realidad mucho más pequeña: “pequeños rebaño”, “sal”, “fermento”, “levadura”, “semilla”.

La Iglesia no manifiesta su vitalidad con grandes manifestaciones públicas que, con frecuencia, muchas tienen mucho de arreglo. Una plaza llena, puede manifestar una serie de sentimientos, pero la fuerza de una semilla. Cuando vino San Juan Pablo II, el hipódromo parecía quedar pequeño. Se fue, ¿dónde están todos aquellos?

La Iglesia no es cuestión de qué capacidad tiene de convocación un líder. La Iglesia es cuestión de saber cuánto tiene de semilla, cuánto tiene de fermento, cuánto tiene de levadura, cuánto tiene de mostaza. Nuestro problema no es si somos más o somos menos, sino si somos “semilla”, “levadura” y “mostaza”.

Hasta es posible que las grandes manifestaciones estén ocultando la anemia espiritual que vivimos día a día. En Lima en muy fácil conseguir una gran masa de gente, basta sacar al Señor de los Milagros. ¿Pero es ésta una señal de la vitalidad de nuestro bautismo, de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo? No dejemos que los árboles nos impidan ver el bosque.

Las Masas y la Iglesia

Iglesia

Hay árboles enormes,
y por dentro están podridos.
Hay hombres muy grandes,
y se pasan la vida enfermos.

Hay muchas concentraciones.
La curiosidad también convoca.
El entusiasmo de las masas ayuda al sentimiento.
¿Nos cambia realmente por dentro?
En las enormes Iglesias de las ci
dades se vive mejor la experiencia de Dios que en una pequeña capilla de oración.

Cuando Jesús curaba daba siempre una orden: “No se lo digáis a nadie”.
Cuando anunció la eucaristía “comer mi carne y beber mi sangre” la gente lo abandonó.

Señor: hazme pequeña semilla de mostaza, para que te regale un árbol.
Señor: hazme pequeño grano de trigo, para que te regale una espiga.
Señor: hazme un puñadito de sal, para que de sabor a la vida.
Señor: hazme un poco de levadura, para que fermente mi comunidad.

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