Hoja Parroquial

Domingo 15 – A | Siembra y cosecha

12 de julio del 2020

“Y dio fruto…”

cosecha y siembra

La suerte del grano sembrado es siempre un misterio. En cada grano sembrado hay todo un misterio de vida. Todos ellos están llamados a ser tallos y espigas y granos. Pero desde que los granos salen de la mano del sembrador hay todo un camino a andar.

No todos los granos corren la misma suerte. No todos los granos caen en la misma tierra. Hay muchos estilos de tierra. Desde la tierra-camino, pasando por la tierra-borde del camino, o la tierra-pedregosa, o la tierra-buena.

Jesús conoce la fuerza y la vitalidad del Evangelio y su fuerza transformadora. Pero es consciente de que el anuncio del Evangelio tiene que correr demasiados riesgos. Frente al Evangelio son muchas las actitudes que se pueden asumir. No todos los oyentes son iguales, ni todos están igualmente abiertos al Evangelio, ni todos tienen la misma actitud de acogida.

Jesús es consciente de esto. La suerte del Evangelio no depende tanto del Evangelio sino de aquellos que lo escuchan, lo oyen, lo aceptan o lo rechazan. El Evangelio tiene validez. El Evangelio es una semilla cargada de vida. Pero su dinamismo está condicionado por aquellos que lo reciben.

Sabe que no todos los corazones son tierra buena. No todos los corazones están igualmente dispuestos a abrirse a su vitalidad. Sin embargo, Jesús nos manda anunciarlo. Un anuncio que tiene mucho de sementera. El que anuncia deja caer el Evangelio en todas las situaciones, incluso en aquellas donde sabe que no echará raíces o que si echa raíces crecerá de una manera tan superficial que cualquier cosa es suficiente como para ahogarlo en el corazón humano.

Jesús cree en el Evangelio y cree que, aunque muchos lo rechacen, el Evangelio sigue siendo válido y lleno de vida y razón de esperanza. Porque, aunque muchos lo hagan inútil, el Evangelio “dará grano”, “dará fruto”. El fruto que dé el Evangelio en ti, justifica el que se pierda en tantos otros. Y esta es la fe que nos pide a todos nosotros. No mirar a lo que se pueda perder. Tener los ojos abiertos a los granos que han de brotar y han de dar fruto. El Evangelizador sueña con cosechas, pero vive de siembras. El evangelizador tiene que soñar grandes cosechas, pero sobre todo tiene que soñar de la vitalidad y de la fuerza y del dinamismo del Evangelio en sí. Podrá perderse mucho grano. Pero “y dio fruto…”

La Palabra y la Eucaristía

Eucaristía

Son muchos los que aún siguen con la mentalidad de que la “misa comienza cuando termina de hablar el cura”. Algo así como si la Palabra fuese una especie de “hacer tiempo” para que la gente “llegue a tiempo”. La proclamación de la Palabra es la manera de alargar la Misa, es parte de la Misa.

San Juan Pablo II hablaba de la Misa como la celebración “de las dos mesas”. Como los dos tiempos o momentos de Jesús y los discípulos de Emaús. El tiempo del camino ya es celebración eucarística. Celebración que se completa con la “fracción del pan” luego en casa. Ambas van unidas: la primera calienta el corazón y la segunda abre los ojos.

San Juan Pablo II recomiendaba “encarecidamente la homilía como parte de la Liturgia misma, destinada a ilustra la Palabra de Dios y actualizarla para la vida cristiana”, además nos pide hacer “una revisión sobre este punto”. “No basta dice que los fragmentos bíblicos se proclamen en una lengua conocida si la proclamación no se hace con el cuidado, preparación previa, escucha devota y silencio meditativo, tan necesarios para que la Palabra de Dios toque la vida y la ilumine”. (MND. N.13)

La Homilía es una ayuda para entrar en la entraña de la Palabra, requiere de una preparación, tanto por parte del sacerdote como de los fieles. Prepararla durante la semana, leyéndola y reflexionándola. Sería bueno no llegar a la Iglesia “a ver qué lecturas tocan hoy”, sino conociéndolas y predispuestos. Se requiere una “escucha devota”, atenta. Escucha con el corazón y no sólo con los oídos. Para luego darnos un tiempo de “silencio meditativo”. Hay que darle tiempo a la Palabra para que baje de la cabeza al corazón. La Palabra requiere del silencio que permita al corazón rumiarla, asimilarla y dejarse calentar por ella. La Palabra de Dios no es solo para la mente, tiene que “tocar la vida e iluminarla”.

El Evangelio no es un libro

Evangelio

Muchos tenemos la idea de que el Evangelio es un libro, pero es “una fuerza salvadora”. El grano, en sí mismo, es una fuerza de germinación. La estructura del grano es indiferente. Lo esencial del grano está dentro, en esa fuerza de germen que lleva en su entraña.

El Evangelio no es un libro de ética ni de moral,
es una fuerza de gracia y de vida.
El Evangelio no es un libro de verdades sobre la vida,
es una fuerza capaz de cambiarnos.
El Evangelio es una fuerza, un dinamismo,
un fuego que arde, quema y se expande.
El primer Evangelio fue una vida,
la de Jesús en medio de nosotros.

Los Evangelios escritos son el relato del dinamismo y de la fuerza de aquel primer Evangelio. Muchos escuchamos el Evangelio ya por rutina. Claro, casi nos lo sabemos de memoria. Siempre nos repiten lo mismo. Como si el Evangelio fuese un libro para aprendernos de memoria y saber cosas de Dios. Sin embargo, el Evangelio es mucho más.

El Evangelio es “Dios buena noticia” en nuestras vidas. El Evangelio es “salvación de Dios” en nuestros corazones. El Evangelio es “Dios actuando dentro de nosotros”. Por eso, frente al Evangelio no es problema de saber, sino problema de vida, problema de gracia, problema de amor, problema de salvación.

El Evangelio es Dios hablándonos dentro, es Dios escuchándonos dentro, es Dios salvándonos dentro, es Dios mismo hecho noticia en nuestras vidas.

Buena comida, mal apetito

Evangelio

La comida es buena,
pero el enfermo carece de apetito.
La comida está buena,
pero tú estás enfermo y sin ganas de comer.
La comida es buena,
pero hay demasiado enfermo inapetente.

El Evangelio es maravilloso,
pero nosotros hemos perdido el gusto por él.
El Evangelio es vida,
pero nosotros preferimos nuestra indiferencia.
El Evangelio es esperanza,
pero nosotros nos sentimos a gusto con nosotros.
El Evangelio es cambio,
pero nosotros preferimos ser siempre los mismos.

Lo oímos,
pero no lo escuchamos.
Lo oímos,
pero creemos que ya lo sabemos.
Lo oímos,
pero no nos dice nada.

Cada mañana compramos y abrimos los periódicos ansiosos de saber las noticias del día.
Cada mañana encendemos la radio o la TV con hambre de noticias.
Cada mañana, Dios nos regala las noticias de sí mismo y nos aburren. Falta de apetito.
Cada mañana, Dios nos anuncia las últimas noticias de la salvación. Falta de apetito.
Cada mañana, Dios quiere anunciarnos la esperanza de nuestras vidas. Falta de apetito.

Sin embargo, Dios sigue sacando diariamente el Periódico de la Buena Noticia.

No importa si muchos no lo compran y no lo leen.
No importa si muchos lo leen con indiferencia.

El Evangelio, la Palabra de Dios, seguirá ahí. Ofreciéndose siempre. Siempre dispuesta a cambiar nuestras vidas. A abrirnos a la esperanza. A soñar con mundos nuevos. Porque en algún momento “dará grano”. Algún día mejoraremos el apetito y lograremos sentir su gusto y su sabor.

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