Hoja Parroquial

Cuaresma 2 – A | Transfiguración de Jesucristo

Domingo, 5 de marzo del 2023

El cristiano debe ser místico

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Para ver las cosas que nos rodean son suficientes los ojos. Para ver los microbios hace falta el microscopio. Para ver de cerca las estrellas necesitamos del telescopio. Cada estilo de mirar nos descubre realidades distintas. Los ojos no pueden quejarse de no poder ver los microbios, ni tampoco negar su realidad.

En los niveles de la fe también necesitamos de ciertos medios para poder ver mejor realidades que se nos escapan a simple vista. Si quieres ver a Dios no bastan los ojos de la cara, se necesita de un medio adecuado. Donde mejor se nos revela Dios es en el espacio de la oración. Un espacio que para muchos es un vacío y que para el orante es un espacio lleno de vida. Si nunca has orado no critiques a quien desde la oración contempla lo que tú no puedes ver. No niegues lo que el orante ve. No niegues lo que tú no ves.

Jesús, cuando quiso revelarse por dentro a sus discípulos, los sacó del grupo, los llevó a un monte alto “a orar”, y allí en el espacio de la oración, Jesús se convirtió en una especie de amanecer primaveral. Todo empezó a iluminarse. Todo comenzó a tener otro color. El Jesús del monte parecía un Jesús diferente.

Es que en la oración no somos nosotros los que vemos, sino Él quien se desvela y descubre. Es que en la oración no son los ojos los que ven, sino el corazón, el espíritu. Los grandes místicos son unos grandes orantes, son ellos los que mejor han visto a Dios.

La oración es como una teofanía donde Dios se revela, se manifiesta, se destapa y se deja experimentar por el corazón y el espíritu.

La transfiguración de Jesús es una invitación a la oración. Es una invitación a descubrir a Dios. Es una invitación a dejarle un espacio donde Dios se manifieste. A Dios no lo conoceremos ni por los libros ni por las ideas ni con los ojos de la cara. A Dios sólo podremos verlo y conocerlo en el silencio de nuestra experiencia orante.

La Cuaresma quiere ser ese espacio de experiencia. Un espacio donde le demos a Dios la oportunidad de manifestarse. ¿Que no sientes a Dios? Pregúntate cuánto oras, cuanto tiempo dedicas a la meditación, cuánto te metes en el silencio del alma para encontrarle ahí en el fondo. El cristiano o es un místico o no es cristiano. ¿Cuánto tiempo estás dedicando a tu meditación? Cristiano no es el que “sabe” de Dios, sino el que “experimenta” a Dios, el que se siente trasformado por la experiencia de Dios.

Una vida sin sentido es una vida insensata

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La frase pertenece a una de las Cartas Pastorales de los Obispos vascos, pero más que una frase, más o menos bonita y bien dicha, es una triste realidad en muchas vidas.

El segundo domingo de Cuaresma está marcado por el misterio de la transfiguración de Jesús en el Monte Tabor. En el centro del relato encontramos dos textos fundamentales: “Este es mi Hijo el amado, escuchadle”.

“Este es mi Hijo el amado”, una vuelta a la experiencia fundamental del bautismo. Un regreso al centro, a la experiencia determinante de su vida. La que le da sentido y le marca el camino.

“Escuchadle”, una llamada a cada uno de nosotros para que no nos dejemos aturdir por tantas voces como escuchamos cada día.

¿Escuchamos a todos o escuchamos a uno? ¿Escuchamos a todos sin hacer un claro discernimiento? ¿O escuchamos a uno que nos marque un camino fijo, sólido y con una meta definida?

Escuchar a Dios. Vivimos la cultura de la escucha. El silencio nos da miedo. El silencio nos ahoga. Necesitamos escuchar. Cada uno nos emite su propio mensaje. Cada uno nos hace su propia invitación. Viviendo en la cultura de la palabra, es posible que dentro de nosotros existan demasiados vacíos.

Escuchamos a los de lejos, a quienes posiblemente no conocemos. No sabemos quiénes son. Escuchamos a quien nos llena de palabras, pero nos deja si meta ni orientación.

¿Escuchamos a Dios? Creo sinceramente que hoy tendríamos que hacernos una pregunta muy seria. Dios se nos define como palabra. Dios se nos revela como comunicación. Nuestro Dios es un Dios que habla, no es un Dios mudo. En el Antiguo Testamento se le dijo a Israel: “Escucha, Israel”. En el Nuevo se nos dice: “Este es mi Hijo, el amado: escuchadle”. ¿Cuánto escuchamos a Dios en nuestras vidas?

Si en familia, como esposos, como padres, como hijos o hermanos nos escuchásemos como escuchamos a Dios, ¿qué tipo de familia seríamos? Y si no escuchamos a Dios ¿a quién escuchamos? ¿Y si no escuchamos a Dios, qué sabemos de Él? ¿Y si no escuchamos a Dios, cómo conocer su voluntad?  No escuchar a Dios es vivir una vida sin sentido. Una vida sin sentido es, como dicen los Obispos vascos, una vida insensata. ¿Cuánto le estamos escuchando en esta Cuaresma? Nos quejamos de que “Dios no me escucha”, pero ¿es que tú le escuchas a Él?

Quiere y no puede

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Un día, Dios comenzó a quejarse de los hombres, hasta se atrevió a decir que no los entendía:

Lo quieren todo. Y cuando voy a dárselo, tienen un corazón tan pequeño que apenas cabe nada en él. Quieren meter toda el agua del pozo en una botella.

Lo sueñan todo. Y cuando quiero realizar sus sueños, descubro que en su cabeza apenas caben cuatro superficialidades.

Yo quisiera hacerlos grandes. Pero ellos se contentan con lo pequeño.

Yo quisiera hacerlos santos. Pero ellos se dan por satisfechos con sus vulgaridades.

Yo quisiera llenarlos de Espíritu. Pero ellos se contentan con un puñado de materia.

Yo quisiera hacerlos felices para siempre. Pero ellos prefieren la felicidad a puchitos.

Yo quisiera hacerlos plenamente libres. Pero ellos prefieren esclavizarse de puro instinto.

La verdad es que no sé qué hacer con ellos.

Porque yo les di la capacidad de lo infinito y no puedo permitir se llenen de lo finito.

Porque yo les di la capacidad de lo divino y no puedo dejar que se queden en lo simplemente humano.

Yo, a Adán y Eva. les prometí prácticamente todo y terminaron prefiriendo una manzana.

Desde entonces el hombre ha quedado marcado. Yo quisiera despertar en su corazón un ansia de infinito, un ansia de la felicidad total y no de pedacitos. Pero ¿me dejará el hombre? Lo peor que me pasa con el hombre no son sus debilidades. Sino que se deje ilusionar con lo pequeño, con las migajas, y renuncie a lo grande.

Las bienaventuranzas del peregrino

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  1. Bienaventurado eres, peregrino, si descubres que el camino te abre los ojos a lo que no se ve.
  2. Bienaventurado eres, peregrino, si lo que más te preocupa no es llegar, sino llegar con los otros.
  3. Bienaventurado eres, peregrino, cuando contemplas el camino y lo descubres.
  4. Bienaventurado eres, peregrino, porque has descubierto que el auténtico camino empieza cuando se acaba.
  5. Bienaventurado eres, peregrino, si tu mochila se va vaciando de cosas y tu corazón no sabe dónde colgar tantas emociones.
  6. Bienaventurado eres, peregrino, si descubres que un paso atrás para ayudar a otro, vale más que cien pasos adelante sin mirar a tu lado.
  7. Bienaventurado eres, peregrino, cuando te falten palabras para agradecer todo lo que te sorprende en cada recodo del camino.
  8. Bienaventurado eres, peregrino, si buscas la verdad y haces de tu camino una vida y de tu vida un camino, en busca de quien es el Camino, la Verdad y la Vida.
  9. Bienaventurado eres, peregrino, si en el camino te encuentras contigo mismo y te regalas un tiempo sin prisa para no descuidar la imagen de tu corazón.
  10. Bienaventurado eres, peregrino, si descubres que el camino tiene mucho de silencio; y el silencio de oración, y la oración de encuentro con el Padre que te espera”.

(Alejandro F. Barrajón, OMD. Vida Nueva 24 de julio 2004)

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