Domingo, 28 de febrero del 2021
Contemplar para experimentar
transfiguración
Se puede ver y no experimentar. Se puede ver y, a la vez, no ver nada. Los discípulos lo veían todos los días, pero, en realidad, no lo veían porque el verdadero misterio de Dios no se ve con los ojos de la cara, sino con la experiencia del corazón.
Fue necesario que Jesús los invitase a subir al monte, lejos de los ruidos y preocupaciones, y los pusiera en oración. Y todo sucedió en un momento lleno de luz.
¿Fue Él quien se destapó? ¿O fueron los ojos de sus discípulos que se abrieron a la maravilla escondida bajo la naturaleza humana de Jesús? Las dos cosas, pero el caso es que Jesús, sólo se manifestó en su esplendor en un clima y en un ambiente de oración. Fue ahí donde ellos pudieron descubrir al verdadero Jesús. Fue allí donde ellos le conocieron por dentro.
Con frecuencia, nosotros quisiéramos conocer más a Dios, conocer más a Jesús. Para ello acudimos a libros, a explicaciones, lo cual está bien como información y conocimiento intelectual, pero a Dios le conocemos de verdad en la oración, en la contemplación. Porque es entonces que nuestro corazón se abre a Él en la serenidad del Espíritu. Es ahí donde Dios se nos abre y se nos dice y se nos comunica. No en ideas sobre Él, sino haciéndose sentir y experimentar, que es el mayor conocimiento que podemos tener.
Por eso, la oración no es nunca un deber, un mandato. La oración es un regalo. La oración es un don de Dios. Dios nos regala el don de la oración y luego se regala a sí mismo en la oración.
¿Queremos conocer de verdad a Dios? Entonces oremos, dediquémosle más tiempo a la oración-contemplación. Invirtamos más tiempo a solas con Él en la cima del monte o en el silencio de nuestra habitación o en el silencio de la Iglesia.
La Cuaresma quiere ser ese momento especial en el que podamos descubrir a Dios por dentro. Por eso es también ese tiempo especial para ponernos en oración, quien ora le conoce. Quien no ora puede saber sobre Él, pero no lo experimentará.
Las ideas pueden terminar en “un aburrimiento” con Dios. La oración es la experiencia de “¡qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas”. Uno de los dones del Espíritu Santo en nosotros es sin duda alguna “el gusto por la oración”. Un sentirnos a gusto orando.
Las cosas no son malas, las hacemos malas
nuestras cosas
Siendo estudiante, escuché de un aldeano: “Cuando un jotero canta el ‘Kirie eleison’ suena a jota, y cuando el cura canta la jota suena a ‘Kirie eleison’”. Es decir, las cosas son lo que son los hombres utilizando las cosas. Las cosas son buenas si las utilizamos bien, son malas si les damos mal uso.
Durante siglos hemos hablado y escrito regueros de tinta contra el cuerpo. El cuerpo ha sido el peor enemigo del alma, pero la culpa no la tenía el cuerpo, sino el uso que nosotros le dábamos al cuerpo. El cuerpo siempre fue el mejor amigo del alma, hasta el punto que el uno no puede vivir sin el otro. Fuimos nosotros quienes los hicimos enemigos. Nosotros hemos creado esa enemistad. Hemos sido nosotros quienes hemos “convertido el cuerpo en taberna”.
El dinero no es tan malo como pareciera. Con el dinero podemos curar enfermos, dar de comer a los hambrientos, vestir a los desnudos, dar de beber a los sedientos. Con el dinero podemos tener nuestra casita, y nuestras comodidades que hacen posible una vida humana digna. Pero el dinero “en nuestras manos” se convierte en todo un peligro y un riesgo.
No pidamos que las “cosas cambien”.
Comencemos por cambiar los hombres.
Con hombres “según la carne”, la sexualidad se convierte biología.
Con hombres “según el espíritu”, la sexualidad se convierte en amor.
Con hombres “según la carne”, el cuerpo es instrumento de placer.
Con hombres “según el espíritu” el cuerpo es templo del Espíritu Santo.
Con hombres “según la carne” el dinero es signo de poder. Con hombres “según el espíritu” el dinero se pone al servicio de los necesitados.
Cosas de la Cuaresma
Cuaresma
“Yo soy bueno”.
¿Te lo crees tú mismo o es lo que Dios piensa de ti?
“Yo soy bueno”.
¿Bueno porque no haces nada malo o porque haces el bien?
“Yo soy bueno”.
Felicitaciones. Pero ¿no puedes ser mejor?
Tú siempre podrás ser mejor.
No te quedes en bueno.
“Yo soy bueno”.
Es decir, tú no necesitas cambiar.
Pues mira:
Cuando ser bueno te impide ser mejor es una desgracia.
Cuando ser bueno te impide ser santo es un fracaso.
Cuando ser bueno te impide soñar es un engaño.
De gente buena está lleno el mundo.
Y lo que el mundo necesita son santos.
Con gente buena el mundo anda como anda.
Sólo los santos son capaces de cambiar el mundo.
Jesús no murió para que haya gente buena.
Jesús murió para que haya más santos.
Jesús no nos dijo: “sean buena gente”.
Jesús nos dijo:
“sean santos como vuestro Padre celestial es santo”.
Oración:
“Señor, a los malos hazlos buenos.
A los buenos hazlos santos.
Y a los santos, hazlos más simpáticos”.
Cuando me acerque a ti
nuestra cuaresma
Y te diga que tengo hambre, no me expliques cómo se amasa la harina.
Dame de comer.
Y cuando te diga que estoy triste, no me digas que hay unas terapias excelentes.
Regálame tu sonrisa.
Y cuando te diga que estoy cansado, no me digas que los caminos están mal.
Dame tu hombro para apoyarme.
Y cuando te diga que algo me duele, no me expliques cómo se llega a ser médico.
Comparte conmigo una palabra de aliento.
Y cuando te diga que me siento solo, no me expliques las dunas del desierto.
Regálame un poco de tu tiempo.
Y cuando te diga que estoy desilusionado, no cuentes más basuras de los demás.
Regálame una palabra de aliento.
Y cuando te diga que tengo sed, no me digas cómo nacen los manantiales.
Dame un baso de tu agua fresca.
Y cuando te diga que tengo un desaliento en mi alma, no me cuentes historias de fracasos.
Regálame una palabra que levante mi ánimo.
Y cuando te diga que mi fe se debilita, no me recites el Credo.
Comparte tu fe conmigo.
Y cuando te diga que diga que tengo miedo al futuro, no cuentes historias de terror.
Trata de convencerme de que aún todo es posible para mí.
Y cuando te diga que ya no tengo amigos, no me hables de las ingratitudes.
Dime que puedo contar siempre contigo.
Y cuando te diga que ya he perdido la esperanza, no me hables de los tiempos pasados.
Despierta en mí lo que está dormido.
Cuando te diga que “yo no puedo”, no me compadezcas.
Anímame a decidirme.
Cuando te cuente mis fracasos, no me tengas lástima.
Dime que también has tenido los tuyos y has seguido adelante.
El arte de ayudar a los demás:
Está en tener la palabra oportuna para el momento oportuno.
Está en no responder para salir del paso.
Está en decir lo que uno necesita que se le diga en ese momento.
No hablemos desde nosotros mismos.
Hablemos desde ellos.
Porque la respuesta la necesitan ellos.
Clemente Sobrado CP