Hoja Parroquial

Pascua 6 – B | Un nuevo mandamiento

Domingo, 5 de mayo del 2024

Dónde está nuestra alegría

Somos fiesteros, nos encanta la fiesta, pero uno se pregunta, dónde está la fiesta de nuestro vivir cristiano? Nos encantan los chistes para poder divertirnos y reír, pero dónde está esa alegría de nuestra fe. Basta que hablemos de Dios, de la Iglesia, de la Misa, de los sacramentos, de Dios o del Evangelio, para que todos pongamos cara de Cuaresma. ¿Dónde está nuestra alegría de cristianos?

Tenemos la impresión de que para ser buenos es preciso poner cara de tranca y del mal humor cuando, en realidad, la fe tendría que ser una fiesta. Dios tendría que ser una fiesta. La Misa tendría que ser una fiesta. La gracia tendría que ser una fiesta. La confesión tendría que ser una fiesta. Pero resulta que, en vez de fiesta, son otras tantas expresiones de velorio.

Los cristianos hemos perdido lo esencial de nuestra fe que es la fiesta, la alegría. Jesús no nos ha dicho: “Os quiero ver con cara de dolor de estómago. Os quiero ver con cara de pocos amigos. Os quiero ver serios y aburridos y amargados”. Al contrario, una de las últimas recomendaciones que nos dejó es precisamente ésta: “Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a su plenitud”.

No es la alegría que brota de una botella de trago, ni de una noche de diversión en las salas de fiesta y que termina cuando regresamos a casa. Jesús nos habla de esa alegría que no nos viene de afuera, sino que nos brota de dentro. Esa es la alegría del mismo Jesús en nosotros, es la alegría de la gracia y es la alegría de Dios.

Dios no es alguien amargado. Dios es la felicidad plena y, por tanto, la alegría plena. No es la alegría de ver y conocer a un lejano, sino la alegría de sentirnos amados por Él, queridos por Él.

Jesús nos ofrece una serie de razones y motivaciones para estar alegres. Nos ofrece el don de que somos amados por Dios, nos ofrece la alegría de sentirnos salvados por Él, nos ofrece la alegría de saber que somos sus amigos y que Él, personalmente, nos ha elegido como amigos suyos.

La tristeza no es cristiana, la amargura no es cristiana. Lo cristiano es la felicidad, la alegría y el gozo. Pero no esa alegría que se apaga tan pronto salimos del bar o de la sala de fiestas, sino la alegría cuya fuente está dentro de nosotros mismos.

Somos partícipes de la vida misma de Dios por la gracia y, por tanto, somos también partícipes de su alegría. La alegría del cristiano no es la alegría de la cerveza, es la alegría de Dios. No es la alegría de una noche de juerga, sino la alegría de la presencia del amor de Dios en nosotros.

Motivos para la alegría

Diera la impresión de que para estar alegres es preciso grandes acontecimientos, porque los ordinarios de la vida no sirven. Sin embargo, la verdadera alegría se alimenta de las cosas sencillas de la vida que son las que nos hacen vivir cada día.

La alegría de ser yo mismo. Sentirme feliz de lo que soy y de cómo soy.
La alegría de un día más en mi vida. ¿Cuánto pagaríamos por vivir un día más? Sin embargo, cada mañana amanece un día nuevo, no resulta ser nada sensacional.
La alegría de poder amar a los tuyos. ¿Te parece poca cosa el hecho de que puedas amar a los tuyos y hacerlos cada día más felices?
La alegría de sentirte amado y de sentirte amado por los tuyos. ¿No crees que es digno de celebrarlo con gozo el hecho de que hoy, los míos me quieran, me amen y me valoren?
La alegría de tener unos amigos. La amistad es un regalo que debiéramos valorar cada día, sabiendo que soy importante para muchos que me estiman y aprecian.
La alegría de tener una familia y un hogar. ¡Cuántos tienen que vivir solos sin el calor de un hogar que los acoja y los anime!
La alegría de saber que hoy tengo un día más. Cada mañana es un nuevo amanecer y un nuevo don de Dios que me regala un día más.
La alegría de ver a las personas, a las flores, al cielo y a los demás. ¡Cuántos ciegos no pueden disfrutar de todo lo que tú ves y sólo lo tienen que imaginar!
La alegría de tener una esposa/o que te acompaña cada día. Saber que no estamos solos, sino que alguien comparte su vida con la tuya.
La alegría de unos hijos que son como la prolongación de ti mismo. Saber que alguien lleva tu vida y te hace sobrevivir al tiempo.
La alegría de que Dios me perdona mis pecados y me hace nuevo cada vez que los confieso y me perdona.
La alegría de poder recibirle cada día y saber que siempre tiene las puertas abiertas para mí.
La alegría de saber que Dios me ha escogido como su amigo. ¡Con la necesidad que todos tenemos de la amistad de los demás!

Ya ves, nada del otro mundo. Cosas que te suceden cada día y que pueden ser la razón de poder vivir feliz y alegre todos los días.

El hombre, la alegría de Dios

Pudiéramos pensar que Dios no nos necesita, que ya es suficientemente feliz y que fácilmente puede olvidarse y prescindir de nosotros. Pero el Evangelio nos dice otra cosa.

Nos dice que Dios nos necesita para que su alegría sea plena. Tal vez la parábola del hijo pródigo sea un buen ejemplo.

La salida de casa del hijo, es un tremendo dolor para el padre, es como si le arrancasen un pedazo de su alma y de su corazón.

El regreso del hijo es para el padre un momento de gran alegría y gozo, hasta el punto de hacer fiesta. “La vuelta del hijo es la reconstrucción de su propio ser paterno. La esperanza de Dios versa sobre cada hombre, porque cada hombre es su hijo; y en el destino de éste va implicado su destino de Padre. Por eso Dios llora y se alegra por cada uno de ellos” (Cardenal).

Dios es la alegría del hombre, pero el hombre también es la alegría de Dios.

Yo puedo hacer sonreír a Dios hoy y Dios me puede hacerme sonreír. Algo así como si la suerte del hijo fuese la suerte del padre.

Nosotros no le somos indiferentes a Dios. Ni Dios es insensible a lo que nos sucede a cada uno de nosotros. Muchas veces no podrá cambiar nuestras situaciones, hasta es posible que le duelan más a Él que a nosotros mismos. Es que la vida de Dios y nuestras vidas están tan entrelazadas que pareciera que las unas no pueden vivir sin las otras, como si Dios no pudiera ser feliz sin nosotros y nosotros no podamos ser felices sin Dios.

Lo que sucede es que nosotros vivimos la vida como raspando la piel y no logramos meternos dentro, pero si nos tomamos en serio cada uno tendría que decir cada mañana: “Hoy yo soy la alegría de Dios”. ¿No es esto suficiente para que cada día amanezcas con una sonrisa en los labios?

Vosotros no me habéis elegido

Hay una frase en el Evangelio de hoy que pudiera marcar y definir nuestra existencia y nuestra vida de un modo definitivo. H.U. von Baltasar, recordando su vocación sacerdotal, escribe: “No fue la teología ni el sacerdocio lo que me entró por los ojos, sino simplemente: no tienes nada que elegir, has sido elegido; no necesitas nada, se te necesita; no tienes que hacer planes, eres una piedrecita en un mosaico ya existente”.

Es lo que nos dice Jesús hoy: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que deis fruto y vuestro fruto dure”.

Siempre partimos de que somos nosotros los que decidimos nuestro futuro, cuando en realidad nuestro futuro lo decide Dios.

Siempre creemos que somos nosotros los que decidimos elegir a Dios, cuando en realidad ya hemos sido elegidos por Él, por eso “no tenemos nada que elegir, ya hemos sido elegidos”. No somos nosotros los que buscamos a Dios como amigo, pues Dios ya nos había elegido a nosotros como amigos suyos. Cuando nosotros estamos de ida, Dios está de vuelta. Cuando nosotros decidimos buscar a Dios, Dios ya está metido en nuestro corazón.

Este es el verdadero misterio y la verdadera razón de nuestro ser. Cuando hablamos de que tenemos que ser buenos, lo primero que preguntamos es qué tengo que hacer. La respuesta es muy simple: no hagas nada, déjate llevar de la mano de Dios que es tu guía y protector.

Dios ya ha pensado el camino por ti. Dios ya ha pensado tu futuro por ti. Dios ya ha pensado tu felicidad por ti. A ti solo te corresponde una cosa, decir sí y seguir adelante. ¿Verdad que aún no hemos logrado entendernos a nosotros mismos? ¡Cuánto dice esa frase de Jesús que aparentemente pareciera tan insignificante!: “No sois vosotros los que me habéis elegido, sino que soy yo quien os he elegido”. No elegimos, somos elegidos.

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